Todas las teorías políticas sobre los partidos se basaron en las tres cuartas partes del siglo XX en la tesis de que eran organizaciones sociales alrededor de una ideología o de alguna militancia de clase que luchaban por el poder para defender una idea común.
El problema venía casi de origen: los partidos se convirtieron en estructuras burocráticas al servicio de pequeños grupos, lo que el gran teórico de los partidos Robert Michels caracterizó como “la ley de hierro de la oligarquía”, es decir, que la falta de estructuras democráticas generaba élites dominantes que decidían sin consultar a las bases, y el modelo teórico se basó de manera paradójica en los partidos socialistas que de manera supuesta representaban a una clase productiva.
El ejemplo típico de partido político fue el PRI: una organización construida a partir de un proyecto histórico, de una ideología y de la representación de clases no propietarias, con una propuesta de república basada en estas tres características. Sin embargo, la configuración interna oligárquica nació con el mismo partido: el presidente Plutarco Elías Calles, siguiendo el ejemplo del presidente Porfirio Díaz, centralizó la asignación de candidaturas a los intereses presidenciales, y con ello marcó el funcionamiento interno del partido que había nacido al amparo de la Revolución Mexicana.
El único partido que ha mantenido la mayor parte de las características tradicionales de los partidos políticos es el PAN, toda vez que sus reglas de funcionamiento interno son más colegiadas con representaciones electas de consejeros y éstos con espacios suficientes para defender los proyectos e ideas de grupos establecidos.
La centralización del poder político en el PRI quedó institucionalizada por la capacidad, autoridad y decisión del presidente de la República de designar de manera directa a candidatos a la presidencia, a las gubernaturas, a las senadurías, a las diputaciones federales y locales, a las alcaldías y en muchos casos, inclusive, a nivel de diputados locales.
El funcionamiento del PRI, como lo estudió y procesó el investigador estadounidense Peter H. Smith a partir de biografías políticas, generó sus propias reglas internas de manejo de lealtades y escalafones en función de complicidades de poder, distorsionando las estructuras del sistema representativo que requería de políticos y gobernantes con autonomía declarada para impedir dictaduras tipo monárquicas disfrazadas.
Los partidos políticos dejaron de ser instrumentos de representación de la sociedad para convertirse en meras oficinas gestoras de cargos públicos que llevaron el tráfico de candidaturas a situaciones de verdadera agencia de colocaciones. Al perder su característica de partido de clase, de teologías o de masas, las organizaciones partidistas dejaron de representar ideas y se convirtieron en traficantes de candidaturas.
Este enfoque analítico sobre la pérdida de identidad de los partidos políticos puede encontrar un buen laboratorio de análisis el lo que ocurre al interior de la alianza opositora PRI-PAN-PRD. El PRI nació como partido del Estado y del Gobierno, aunque ahora pulule con una votación presidencial de apenas 16%; el PAN se fundó en confrontación abierta y directa con el PRI; y el PRD se construyó a partir de una ruptura de la corriente poscardenista del PRI ante la burocratización del proyecto de la Revolución Mexicana, además de ondear durante mucho tiempo la bandera de oposición a la derecha clerical del PAN.
De un plumazo, los tres partidos fundamentales de finales del siglo pasado perdieron identidad para convertirse en una masa informe contraria a lo que representa Morena, una organización que está subordinada al proyecto populista del presidente de la República.
Así que no hay partidos sino membretes y se requiere de una reforma legal para regresar a los partidos como defensores de una propuesta de Gobierno.
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