Obrador ha demostrado que el criterio para escoger a sus colaboradores gira solo y únicamente en torno suyo, no importa el país, si hay alguien que sepa y puede aportar su experiencia y conocimiento en beneficio de la patria, eso no importa, lo que importa es que le sea leal a él, que no lo contradiga, que le obedezca, si se le arrastra mejor, la Patria, no la Patria no importa. La regla es, lealtad a él, no a México, no a los mexicanos, no al pueblo, no a la constitución, no a las leyes, ni al estado de derecho, a él, porque para él primero es él, después el y siempre él.
El dilema del presidente obrador en el fin de su sexenio, no es como la mayoría de los mexicanos quisieran, debe ser alguien que él quiera y decida, nunca alguien que sepa haga y se rodee de quienes saben más que él, tampoco promoverá la candidatura de quien por sus capacidades gobierne mejor para los mexicanos – mucho menos mejor que él – faltaba más, para que lo supere y lo haga ver como lo que ha sido y no quiere aceptar, incluso tampoco alguien que le cuide las espaldas y le proteja de anomalías voluntarias o involuntarias cometidas durante su sexenio, por él mismo o sus subordinados. Lo que guía la voluntad de su sucesión es, quién será leal y continuará con el proyecto que ha concebido para México, un proyecto sin proyecto, sin pies ni cabeza, de ocurrencias, un “proyecto” no, una ocurrencia concebida por él sólo, sin ninguna ayuda, única y exclusivamente por inspiración divina, un proyecto jamás consultado, menos planificado, antidemocrático, dictatorial, voluntariamente decidido por él y su escasos conocimientos, sin consultar a ese pueblo que de dientes para afuera él le dice “pueblo sabio”, pero que en realidad, es una manera de disfrazar sus intenciones y de expresar sola y exclusivamente su voluntad, exactamente igual que cualquier dictador bananero, solo él y nadie más que él, como Santana, se erige, en el protector de la Patria. Lealtad a él es lo único que inspira y mueve su sucesión, eso nada más, pero nada menos.
En ese escenario, debiera valorar la autenticidad y honestidad de pensamiento de sus “corcholatas” recordando a Lord Byron que “Los aduladores tienen la apariencia de amigos, como los lobos tienen apariencia de perros”.
Claudia Sheinbaum sabe, sin decirlo, que su cercanía a obrador, se debió al impulso que le dio su exmarido Carlos Imaz, para quien, al menos así se ve, no hubo ninguna muestra de gratitud o lealtad, si no la ha tenido para el padre de sus hijos, los demás qué podrían esperar, el presidente menos.
Macelo Ebrard durante la vida de su mentor y protector Manuel Camacho Solís, siempre se mantuvo leal, disciplinado y agradecido, eso dice mucho de él. Pero para obrador no basta, le falta doblarse más, arrastrarse pues, pero ya es tarde.
Adan Augusto está ahí, por la lealtad y gratitud de Andrés Manuel a su padre el notario Payambé López Falconi, quien fuera consejero del presidente, de la notaria 13 se escrituró la “Chingada”. Él es el sucesor que ha decidido imponer, salvo que en un berrinche lo vomite.
Ricardo Monreal Ávila, durante su vida ha acreditado fehacientemente sus lealtades, a Arturo Nuñez cuando fuera su líder en la Cámara de diputados, y diariamente al presidente obrador, cada que puede enderezando entuertos, corrigiendo o justificando al presidente, de manera inteligente e institucional, nunca servil, pero respetuoso, sin embargo, para el presidente, eso no basta ni es suficiente, le tiene miedo porque no es dócil y servil como los otros, Monreal sí estudió hasta el Doctorado en la UNAM, una carrera humanista, no técnico-científica esas que en la práctica son menos sensibles, conoce y sabe argumentar, siempre fue un excepcional tribuno, ama a México y sería una opción destacada para el presidente, quien es leal, será leal siempre, pero no es servil como las otras corcholatas, bueno de hecho no es corcholata, que se use se tire y se pise y luego se recicle. El presidente juega con el país, necesita peleles para sentirse bien, igual que Santa Anna necesitaba, que se amotinaran a la entrada de su hacienda de Manga del Clavo para pedirle favores. Culto a la personalidad, que ha pretendido ocultar.
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