El título de esta columna está tomado de la novela homónima del escritor Guillermo Sheridan, donde narró en 1996 un México distópico del año no tan lejano de 2029. La historia gira en torno al papel de Fidel Velázquez la designación de los candidatos presidenciales.
La caracterización del dedo de oro cae, por decirlo en figuras presidenciales, como anillo al dedo para explicar lo que está ocurriendo hoy en día con miras a la sucesión presidencial de 2024, es decir, el proceso por medio del cual el presidente de la República designa –o señala con su dedo– al que será su sucesor.
El juego palaciego de la sucesión 2024 ha sido muy claro: tres precandidatos aprobados –Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López Hernández–, con movimientos del líder senatorial Ricardo Monreal Avila para ser tomado en cuenta por el gran elector.
Pero las reglas son las reglas y los únicos precandidatos oficiales son los que designa Palacio Nacional a través de un acto de voluntad personal del titular del Poder Ejecutivo. Y no importa si existen otros precandidatos con capacidad, porque al final de cuentas el juego sucesorio se basa en la decisión de una persona y no en la representación simbólica de otros precandidatos.
Monreal hizo hasta lo indecible para llamar la atención del jefe del Ejecutivo federal, su viejo aliado en luchas el último cuarto de siglo, pero la categorización de la lealtad absoluta es una de las condiciones para participar en el juego sucesorio. Manuel Camacho Solís tenía un proyecto personal de modernización política, pero el presidente Salinas de Gortari prefirió la disciplina ciega de Luis Donaldo Colosio, aunque el comenzar marzo de 1994 se dio el pacto Colosio-Camacho que rompió el escenario salinista.
La regla central del juego sucesorio la define la lealtad subordinada. Uno de los casos ejemplares sigue siendo el de Luis Echeverría Álvarez, quien conoció a Gustavo Díaz Ordaz en 1956 en medio de la crisis violenta del movimiento magisterial y se subordinó de manera silenciosas al mando hasta 1969 en que fue nominado candidato presidencial. Después rompió con su jefe.
Ernesto Zedillo fue otro caso prototípico de la disciplina ciega que mantuvo como funcionario subordinado del presidente Salinas de Gortari, pero con una decisión de ruptura basada en circunstancias entendibles para distanciarse en 1995 de lo que representaba su antecesor por el caso Colosio. Y de nada sirvió la disciplina anterior, porque Zedillo decidió perseguir y exiliar el expresidente Salinas con amenazas de encarcelamiento.
La lealtad en política es un juego de apariencias que no siempre conduce a resultados felices, pero que es una condición indispensable para salir beneficiado del señalamiento del dedo de oro que señala el camino al paraíso presidencial sexenal.
Juego de las sillas
- La polarización política está haciendo destrozos en la alianza opositora y existe la posibilidad de que no haya un candidato único que confronte al candidato de Morena y la oposición asista a las elecciones con cuanto menos tres candidatos: el del PAN, el del PRI y el que pueda conseguir los favores de Movimiento Ciudadano o el Verde o el PT. Aunque puede haber sorpresas, la sucesión en Morena la está operando el presidente de la República para evitar fracturas, rebeldías o separaciones que fragmenten el voto por el candidato oficial.
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