Diego Martín Velázquez Caballero
La literatura es un campo minado y peligroso. Hablar de un miembro del Olimpo Literario desde la perspectiva política; es un sacrilegio. Sin embargo, el personaje merece el reto y la situación lo reclama.
En días pasados Jean Meyer se refirió a la situación lamentable que priva en Ucrania, atribuyendo gran parte de la estrategia geopolítica de Vladimir Putin al pensamiento literario de Fiodor Dostoyevsky -incluso ofrece una referencia a Los Hermanos Karamazov– . En otros textos académicos y también artísticos, la influencia del pensador ruso destaca en la obra del historiador mexicano de origen francés. Por eso, parece imposible que Jean Meyer, enorme conocedor de Rusia, tome la miserable y ruin rusofobia de nuestros días para concentrar las acciones del Presidente Putin y el pensamiento totalitario de Alexander Duguin como inspiradas por un literato. El excelso historiador Jean Meyer, sabe que el tiempo es la justa dimensión de las cosas y -si alguien queda vivo- ya tendrá mejores argumentos para explicar y comprender la terrible guerra ruso-ucraniana.
Considerar que las acciones de Rusia en Ucrania se corresponden con el sentir de Dostoyevski es tan falaz, como creer que el nazismo se puede reducir a Goethe o a Nietzsche. No es así, y existe una larga trama en el debate de los historiadores para criticar estas simples conjeturas. De ahí la importancia de la historia y la disputa de las meta narrativas. ¿Cuánto trabajo tienen por hacer los historiadores?
A diferencia de Rusia, para el caso del nazismo la historiografía judía ha encontrado la evidencia de contribuciones voluntarias y populares con las ideas totalitarias de Adolfo Hitler. La Rusia de hoy en día no es la Alemania que encumbró al autor de Mi Lucha y decidió seguirlo hasta el infierno. Nunca ha sido eso, ni lo será. Mein Kampf no es lo mismo que Los Hermanos Karamazov.
Sin duda, los nacionalismos exacerbados tienen la responsabilidad de varios conflictos sociales. Pero el totalitarismo también se extiende a la democracia moderna liberal capitalista -nos dicen los teóricos de la Escuela de Frankfurt- y quizá el pensamiento crítico de la Historia, las Ciencias sociales, la Filosofía y hasta del Sentido común han fallado. El becerro de oro siempre termina por enloquecernos.
Dentro de varios estudios que existen al respecto de Dostoyevski y que se han leído poco, recuerdo el de Lazlo Foldenyi sugerido en un curso del Dr. Julio Quesada Martín, en la Universidad Veracruzana. Ideas más, ideas menos, el trabajo relata la experiencia del escritor ruso preso en Siberia por sumarse a los movimientos modernizadores. El título lo dice casi todo: Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar. La modernidad es un Holocausto, implica despellejarse, quitarse la carne, llegar hasta el tuétano y tratar de seguir vivo. Es imposible, ¿cómo no llorar?, ¿cómo no comenzar a rezar?, ¿cómo no querer revivir a Dios? A partir de allí, la literatura de Dostoyevski cambió y trató de encontrar al modo antropológico el ethos ruso, que se manifiesta en los más diversos tropos de su literatura.
El pensamiento anti ruso es un error. La gran cultura de Rusia nada tiene que ver con Vladimir Putin o Alexander Duguin. Hay inercias, continuidades y rupturas que los historiadores de la talla de Jean Meyer, y otros anónimos más, ayudan a entender.
Dostoyevski no es Putin, así como el Proyecto de la Ilustración no es la cocacolonización. Necesitamos la agudeza y crítica de la Escuela de Frankfurt para seguir adelante cuando el mundo sea desencantado. Urge Edgar Morin para no perder la cordura entre tanta complejidad, incertidumbre y relativismo. Y necesitamos a Dostoyevski para aprender a rezar y a vivir, ¡En la punta de un ladrillo, pero vivir! Y la crisis ambiental y de salud provocada por el capitalismo neoliberal y neoextractivista parece que sólo nos dejará vivir allí mientras ellos se van a la Luna o Marte.
El debate de los historiadores nos hace comprender lo polisémico y azaroso que implica el curso de las cosas. La culpa no es de Dostoyevski, ni de los rusos o ucranianos, hay personajes concretos e intereses determinados que es necesario valorar en su justa dimensión. El pragmatismo liberal de la OTAN y Estados Unidos es más responsable de la guerra ruso ucraniana que Dostoyevski. Y esto hay que decirlo para evitar otros disparates. Por ejemplo, que AMLO es comunista o que por su culpa no hay ciencia política, de ese nivel los colaboradores de Latinus, financiados por el Wilson Center. Y es la ignorancia repartida por los Think Tanks proyanquis la que se basa en la estrategia comunicativa nazi, ha sido así desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El Wilson Center está más dispuesto a usar las armas nucleares que Vladimir Putin.
¿Puede el pensamiento crítico hacernos honestos y menos imbéciles? Quién sabe. El poder del dólar es mayor que el de los libros, el trabajo, la moral y la ética; y por eso en México y el mundo, estamos como estamos.
Leer a Dostoyevski, Goethe, Nietzsche, Aristóteles, ayuda más a la Ciencia Política que a los del Wilson Center, sucursal IMCO. Incluso hasta en la época del PRI había Ciencia Política en México -muy mala, a decir de Daniel Cosío Villegas- como hoy, pero había. La literatura de los Loret de Mola es más entretenida que su ciencia política.
Comprender la magnitud de la cultura eslavo báltica y de otras civilizaciones podría ayudar a inhibir la maldad absoluta que parece haber secuestrado el Proyecto de la Modernidad. Cada civilización tiene su ruta hacia la Modernidad y el liberalismo no puede convertirse en un totalitarismo darwinista. México es inseparable del destino norteamericano, pero el resto del mundo no; y hasta México guarda sus profundas diferencias con Estados Unidos. El liberalismo es una escuela de civilización, pero se ha extraviado en una oscuridad de la que difícilmente podrá salir sin un gran esfuerzo y reconocimiento de los valores morales, éticos y religiosos, el liberalismo social o comunitarista tiene que vencer al neoliberalismo.
La ciencia política del Wilson Center es el caballo de Troya esquizofrénico nazi que promueve un capitalismo voraz e inhumano y ha puesto a los seres vivos al borde de la extinción. Ahora Dostoyevski es más necesario que nunca, incluso para los Estados Unidos. Como decían los personalistas franceses, si el futuro no redime a Dios, el futuro está perdido.
La trayectoria de Jean Meyer es más que fundamental para la historiografía mexicana y de otros temas, como es el caso de Rusia, quizás hace falta espacio para lograr entender la hipótesis respecto a Fiodor Dostoyevski. Es seguro que lo explicará posteriormente.
Pero que la pequeña Ciencia política norteamericana no sirve ni para sacar un coyote de un maizal, bueno, cada día nos queda más claro en los anticomunistas y antilópez a quienes hasta Ken Salazar recomienda apoyar, imitar a AMLO o pasarse a MORENA. ¡Ojalá que los gringos le den el dinero a la gente y se olviden de esos Think Tanks tan maletones!
Hay que leer más a Dostoyevski y menos a Fukuyama; y comenzar a llorar y a rezar, por lo menos para que el espectro del jugador ruso metido a literato se aparezca para consolarnos. Dostoyevski llora y reza para ver si de ese modo el buen Dios se anima a voltear, revivir y redimir a la humanidad; para Fukuyama el Dios solo puede ser el mercado. El Dios de Dostoyevski es el de Kazantzakis, Tolstoi, Soloviev, Jean Meyer, Ghandi; el Dios de Fukuyama y el Wilson Center es priista y proyanqui.