Hace cuatro años, con Donald Trump recién inaugurado como presidente de EU, publiqué en estas páginas un texto profético de lo que sería su desempeño en el cargo titulado Llegó un naco a la Casa Blanca,[1] aunque nunca pensé que intentaría un golpe de Estado para quedarse.
Para quienes vivimos en la ciudad de Washington el espectáculo de la semana pasada fue insólito y aterrador, y conforme salen más datos a relucir es claro que el asalto al Capitolio fue planeado y ejecutado por profesionales, acicateados por el presidente, sus familiares y sus corifeos.
Sus planes incluían colgar del pescuezo al vicepresidente Pence por no acceder al juego de Trump de declarar inválida la elección, lo que no está entre sus facultades en una ceremonia que es sólo ceremonial, y asesinar a la líder de la cámara baja, Nancy Pelosi, a quien el presidente abomina.
Fue pasmosa la falta de preparación de las fuerzas del orden para contener el ataque, a pesar de los indicios de que habría una bronca seria a partir de las invitaciones de Trump a sus seguidores de ir a la capital a defender su imaginaria victoria porque “eso se iba a poner bueno”.
Me consta que la policía del Capitolio es de gran ineptitud, a pesar de tener un enorme presupuesto de 540 millones de dólares anuales, menos que la ciudades de Atlanta o Detroit, para pagarle a 2,300 oficiales para que cuiden un territorio de solo 1.6 km2 de superficie.
Cuando trabajé en la Embajada de México y estaba de guardia un fin de semana, me informan que esa policía había detenido a un colega de alto rango diplomático, y a pesar de su inmunidad lo habían metido en una mazmorra con lujo de violencia y esposado de pies y manos, por un incidente de tránsito trivial.
En 2011 ocurrió un insólito temblor de 5.8° en la escala de Richter mientras comía en un sitio cercano al Capitolio. La gente salió desaforada a la calle y la policía del sitio empezó a erigir barreras metálicas para bloquear el tránsito vehicular, justo lo contrario a lo que había que hacer, con lo que se creó un atorón fenomenal.
Lo peculiar del asalto de la semana pasado fue que cuando esa fuerza se vio superada por los agresores, los refuerzos de policía capitalina y la guardia nacional tardaron horas en llegar, a diferencia de las manifestaciones de Black Lives Matter semanas atrás en las que hubo un evidente exceso de fuerza.
Ante el amago de más violencia el día de la toma de posesión de Joe Biden el martes próximo, empezaron a llegar numerosos contingentes que suman ya cerca de 30 mil militares y policías armados, que procedieron a cerrar las calles de la ciudad desde principios de la semana.
Como suele suceder con las fuerzas del orden, que después de pecar de insuficientes organización y fuerza ahora se van al otro extremo, con una valla perimetral de 2 metros de alto en el Capitolio y poniendo a la ciudad en virtual estado de sitio nada propicio durante una gran fiesta democrática.
¡Y Trump es hallado culpable de crímenes en el Congreso, por segunda vez!
[1] https://www.dineroenimagen.com/lideres/1006