Día de muertos no Halloween, en defensa de mis muertos

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Los primeros recuerdos difíciles de olvidar y menos de dejar de amar, comienzan con una mesa ajuareada con los mejores manteles de la casa, esos destinados a los grandes eventos familiares, celebraciones de esos días del año, que no son muchos, que se cuentan con los dedos y te sobran dedos, en que la abuelita y la mamá, conscientes del riesgo que representa sacar los mejores manteles y exponerlos a las manchas más difíciles de extinguir, moles y grasas o vino que hacen de un mantel de lujo un paño desechable.

Una caja diminuta, dispuesta en el comedor preparado con los demás muebles a manera de altar y, ahí una imagen de San Juan de los Lagos, la soledad o alguna imagen sacra, para engalanar el altar. Así comenzaba mi madre el ceremonial de preparar el altar o la ofrenda del día de muertos, de niño observaba con curiosidad, la cantidad de velas que debían ser prendidas para iluminar su camino en la visita anual, una vela por muerto, una vela por cada alma para recordar y hacerlos volver a la vida.

Una tradición oaxaqueña – tierra de mi padre – que no se usa, ni se usaba en Jalisco, pero que el amor de mi madre hizo adquirir y conservar hasta heredarla al resto de la familia en nuestros días. Estas fechas, antes del ritual de hacer la ofrenda, era obligado ir allá por la zona de atrás de palacio Nacional, después de la Academia de San Carlos, en la calle de la Santísima y hasta la de la Soledad, había tiendas de productos oaxaqueños, queso, quesillo, tlayudas, cecina, tasajo y chapulines, todo para poner la ofrenda.

Cada veladora correspondía a un familiar fallecido, el altar se volvía una fogata controlada de veladoras ardiendo desde la mañana del día primero que era lo que marcaba la llegada de los muertos niños, las mujeres y sus ayudantes dedicaban el día – como hoy – a la elaboración de las viandas que se ofrecerán en el altar.

 Los niños observábamos con curiosidad el ritual familiar, nos divertíamos y así aprendíamos que veladora era de quien y de ése modo conocíamos los nombres de nuestros ancestros, era el pretexto de nuestros padres para recordar y hablar de ellos, evocar sus anécdotas, su recuerdo, transmitirnos los pasajes de sus vidas que recodaban los mayores con gratitud, era también el momento de evocar como se llevaba a cabo ése mismo ritual en la familia.

La comida que les gustaba, la bebida que les agradaba, los panes de muerto típicos de Oaxaca, mezclados con los de azúcar típicos de las panaderías mexicanas, famosos hasta la fecha de las panaderías de la vieja colonia como la Santa María la Ribera, residencia de muchas mujeres y hombres famosos, como Miguel León Portilla en la esquina de Sor Juana y cedro, José López Portillo en Trebol y Eligio Ancona, Lazaro Cárdenas en Naranjo. Con panaderías como la universal y la rosa en la calle de la rosa donde pasaba hace muchos años el tren con el mismo nombre, ése que tomaba Don Miguel Alemán, en la esquina de fresno y Carpio, siendo un joven, para ir a estudiar a la escuela de jurisprudencia que se encontraba en el centro, el se bajaba del tren, precisamente en la esquina de Argentina y Tacuba, antes de que el tren subiera la calle que cubría lo que hoy es el templo mayor y pasara a un costado de la Coyolxauhqui, aún enterrada y desconocida por entonces.

La mente del ser humano como sus creencias es enorme e inmortal, en todos santos nos embarga la emoción de una creencia tradicional, que los que se han ido, vienen, a visitarnos, nos inundan sus recuerdos, nos invade la nostalgia de su ausencia, recordamos y revivimos a quienes se han ido, vuelven a la vida en nuestras mentes y con nuestros pensamientos, nos quedamos hipnotizados mirando el palpitar de las veladoras y cuando menos pensamos, sentimos rodar en nuestras mejillas una lagrima incontenida que nos sorprende, que nos humedece la piel y quisiéramos que fuera, como un beso amoroso de nuestros seres queridos, entonces vemos a nuestros hijos y nuestros nietos, e imaginamos que quizá un día, a ellos también les sucederá lo mismo con nuestro recuerdo.

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