En el terreno de la geopolítica, el cambio de gobierno en Estados Unidos es visto con expectación, tanto en Europa como en Asia, a la espera de conocer el verdadero margen de maniobra que el demócrata Joe Biden tendrá como inquilino de la Casa Blanca.
Estados Unidos con su política internacional del garrote (en unos períodos de gobierno es más inquisitiva y en otros menos) hereda de Donald Trump un trastorno en sus relaciones tradicionales: confrontado con sus socios europeos y en sus horas más bajas como miembro de la OTAN; y con la colateral presión del gobierno de Irán que amaga con enriquecer uranio de forma inminente tras el abandono del Pacto Nuclear en 2018.
También están las relaciones en suspenso con Corea del Norte, Biden inicia su gobierno con el anuncio del dictador Kim Jong-un de fabricar más material nuclear y nuevos misiles de largo alcance.
La bienvenida al nuevo presidente será ríspida y riesgosa, tanto como caminar en el desierto encima de cristales rotos, Trump deja una herencia envenenada porque ni logró que Estados Unidos se llevase bien con Corea del Norte, ni con Rusia, mucho menos con China, ni fue capaz de que Irán dejase de enriquecer uranio.
La gran pregunta es cómo Biden logrará revertir todo lo que su antecesor hizo en cuatro años y el puzzle no se ve nada fácil de resolver porque hay mucho por recomponer: por ejemplo, los aranceles impuestos a la UE, la guerra comercial arancelaria con China; el recrudecimiento de las sanciones económicas y el congelamiento de bienes a Irán, Corea del Norte, Venezuela y más recientemente incluyó a Cuba entre los estados que ayudan a los terroristas.
Lo que se anticipa aunque no con muchas certezas es el acercamiento de Biden con sus tradicionales aliados de la OTAN, con un nuevo lenguaje menos ríspido y lleno de reproches; está en el aire qué pasará con el traslado de las bases estadounidenses de Alemania hacia Polonia ordenadas por Trump.
Al parecer, durará todavía un tiempo borrar la sombra del magnate y quizá todas las reincorporaciones no sucederán tan rápido como se quisiera en cuanto al retorno de la Unión Americana al Tratado de París, a la Organización Mundial de la Salud; a la UNESCO o bien revertir decisiones serias y torales como abandonar el Tratado Nuclear con Irán; romper el Tratado de Cielos Abiertos y abandonar igualmente el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio suscrito con Rusia.
A COLACIÓN
Biden ha querido reforzar la cara en el exterior de la Unión Americana asegurándose un gabinete plural con gente de probada experiencia con una media de edad que ronda los 59 años.
“Los históricos nombramientos y designaciones incluyen al primer latino e inmigrante como secretario del Departamento de Seguridad Nacional; la primera mujer en dirigir la comunidad de inteligencia; una experimentada diplomática de carrera como embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas; uno de los asesores de Seguridad Nacional más joven en décadas; y el primer enviado presidencial especial para el Cambio climático en el Consejo de Seguridad Nacional”, de acuerdo con información proporcionada por sus asesores de prensa.
¿Quiénes son? El llamado “equipo clave” en política exterior y seguridad nacional está formado por: Antony Blinken, secretario de Estado; Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional; Avril Haines, directora de Inteligencia Nacional; Linda Thomas-Greenfield, embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas; Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional; y John Kerry, enviado presidencial especial para el Cambio Climático.
En los últimos días ha sonado el nombre de Jeffrey Prescott, investigador del Pen Biden Centro para la Diplomacia y los Acuerdos Globales, para el cargo de “zar de Estados Unidos en Asia” con el interés especial de fungir como interlocutor directo con una serie de naciones asiáticas para formar una especie de coalición a fin de hacer contrapeso al poderío chino… una idea que tampoco desdeña el cónclave de la Unión Europea.
Quien fuera vicepresidente, de 2009 a 2017, con la Administración del entonces dignatario Barack Obama tiene la intención de retomar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) y que fue abandonado por orden directa de Trump -a los tres días de tomar protesta como presidente- como un inmenso gesto de echar por tierra las decisiones de mayor calado internacional tomadas por Obama.
Los cien primeros días de Biden se anuncian igualmente cargados de decisiones estrella para a su vez enterrar el estropicio provocado por el magnate pelirrubio que no se ha ido nada conforme.
El TPP, suscrito en febrero de 2016, nació con la intención de hacer un contrapeso económico y comercial a los tentáculos de China y fue negociado a lo largo de siete años por naciones entre las que figuran México, Chile, Perú, Canadá, Japón, Malasia, Australia, Estados Unidos y Nueva Zelanda; en su conjunto significan un tercio del comercio internacional y unos 800 millones de habitantes.
Biden quiere rescatar buena parte del entramado de Obama, nada más que han pasado cuatro años, y China se ha hecho más fuerte, hasta el punto de ser la única economía en lograr un crecimiento del 2.3% en medio de una atroz pandemia con el SARS-CoV-2 no solo afectando las vidas humanas sino también llevándose a miles de negocios y empresas a la quiebra.