Todo ser humano tiene derechos y obligaciones naturales y legales. Son las sociedades las que estructuran y condicionan sus formas y modos de vida. Las más avanzadas lo realizan con códigos, normas y leyes que por escrito marcan la ruta. Otras más, lo hacen de acuerdo a su desarrollo cotidiano por usos y costumbres.
De una y otra manera en toda comunidad humana existen niveles culturales, sociales, económicos, religiosos y políticos. Unos avanzan más que otros, unos suman experiencias y alimentan y cultivan su vida para ser mejores y entonces asumen la responsabilidad de auxiliar a los más vulnerables.
Los derechos humanos nos recuerdan qué hay algo fundamental en nuestro quehacer: el reconocimiento de los valores de los demás. En lo personal me parece innecesario provocar manifestaciones para mostrarle a otros nuestra condición de genero, preferencias sexuales, inclinaciones religiosas, o porque tengo perros como mascotas, me parece son ejercicios de imposición.
No es necesario romper la armonía cotidiana para que otros entiendan que soy hombre o que soy católico o que tengo preparación académica. Si creo que la comunidad debe manifestarse para el bien común, para crecer, para proponerse un desarrollo más equitativo y justo.
Hoy estamos acostumbrados a que el resto de la población debe perder sus derechos porque un grupo de personas no tienen agua o carecen de energía eléctrica. Usan la presión para resolver la incompetencia de otros. Este 8 de marzo al recibir en el calendario el día internacional de la mujer se generaron actitudes y tareas que aún no acabó de entender.
Muchas mujeres salieron a las calles a mostrarnos eso, que son mujeres, otras demandaban justicia por los altos índices de crueldad y maltrato que sufren aún sólo por eso, por ser mujeres. Unas demandaban trato igualitario, más salario, servicios médicos, promoción de preferencias sexuales, es decir un conjunto de inquietudes que las hacían iguales pero diferentes.
La mujer debe merecer reconocimiento y apoyo igual que el varón, que un anciano o que un niño. Sería prudente revisar sus códigos de comportamiento y sus escrúpulos como individuo para saber que sitio ocupa en la sociedad. Todo aquel que atente, vulnere o violente los códigos establecidos deben recibir sanciones y para entender esto no necesitamos bloquear calles ni suspender el tránsito o trabajo de los demás. A eso se le llama civilización.
Lamentablemente esta marcha del 8 de marzo dejó varias heridas sociales, primero el menosprecio de las autoridades, la apatía de los gobernantes, la sordera de los políticos.
Segundo la suma de agresiones innecesarias de varias mujeres que atentan encapuchadas contra los bienes que no les pertenecen, desde propiedad privada hasta patrimonio nacional bajo la consigna de “te importa más los monumentos que nuestra causa (sic)”.
No entiendo porque destruyen instalaciones universitarias o saquean comercios. Porque se reúnen en plazas públicas para entonar “la culpa no era mía ni donde estaba ni como vestía”. No se por qué con marros y sopletes destruyen mobiliario urbano y atacan, insultan y agreden lo mismo a hombres que a autoridades.
Pero lo incomprensible es que ellas se ataquen unas a otras dejando una estela de profundo rencor y odio.
Ahí tenemos el caso de la ministra Piña que por cumplir con su obligación laboral, de la cual todos debemos ser auditores, pongan en riesgo su seguridad personal. La ofensa, la denostación, el insulto ruin y barato entre las mujeres contra una dama fue humillante, como aquellas que al paso de su destrucción van dejando su firma: anarquía.
Y contrario a lo que intentan expresar estas mujeres que agreden a otras mujeres lo hacen solo para complacer la voluntad de un varón que vive en Palacio Nacional ese mismo que sin fundamento en el día internacional de la mujer usó el tiempo de la nación para atacar a otra mujer, a Isabel Miranda de Wallace fabricándole infundios y actos que no cometió.
Como sea, Isabel ha hecho por años el trabajo que el gobierno no ha querido o podido para resolver el asesinato de su hijo.
Estos dos ejemplos, la ministra Piña y la Sra. Wallace son estampa fiel de lo que las mujeres deben impedir, el desdén y la agresión. Hemos visto lo que ocurre en la Cámara de diputados con la conducta hostil de Citlalli Hernández o de la figura transgénero de María Clemente que usan su género y poder para dar vergüenza y ahí ninguna otra dama se manifiesta pidiendo cordura y decencia.
La inteligencia, la bondad, la generosidad, el talento son los elementos que nos deben de distinguir a todos sin importar género. Las enfermedades terminales, el hambre, la injusticia, los abusos a todos nos erosionan.
La preparación, la dignidad, la capacidad a todos nos impulsan a ser mejores. Lamentablemente hay hombres y mujeres en las saturadas cárceles porque no supieron corresponder a las líneas de conducta que nos permiten vivir en armonía.
Hay mujeres que abandonan a sus hijos recién nacidos en botes de basura o los venden para seguir ejerciendo la prostitución impulsada por otras mujeres, hay mujeres que se dedican a proteger a familiares asesinos y narcotraficantes y muchas de ellas son las que dirigen y mandan.
Muchas mujeres hoy homenajeadas favorecieron por décadas la imagen de “ficheras” de nuestras mujeres en el cine nacional. Hay mujeres que educan, otras que maltratan y explotan a sus hijas.
No es difícil entender esto, solo aceptarlo para mejor convivir. Por mi parte respeto y reconozco a las mujeres y me queda claro que fue una de ellas la que me dio la vida.
Conductor del programa VaEnSerio mexiquense tv canal 34.2 izzi 135 y mexiquense radio.
@cramospadilla