Cursilería y autoritarismo

0
1417

Dado que somos seres intelectuales y afectivos, es fácil movilizar apoyo, e incluso manipular las percepciones de la ciudadanía a través de mensajes emotivos. Uno de los recursos más eficaces es la cursilería, sobre todo para regímenes autoritarios.

La semana pasada recibí un texto por Whatsapp, que vertía elogios por la canciller de Alemania, Angela Merkel. Su lectura me despertó tanta ternura que busqué un osito de peluche para abrazarlo, como cuando habla del aplauso que recibió al despedirse, la forma que desempeñó su cargo con alta competencia, habilidad, dedicación y seriedad, cómo no dio cargos a familiares, ni dijo tonterías.

Al tercer párrafo, me quedó claro que el torrente de miel y bonitos pensamientos se dirigía indirectamente a nuestro presidente. Recordé a madres que regañan a sus hijos malcriados comparándolos con niños ejemplares, cuando en realidad el problema era la mala crianza de la propia progenitora. En breve, se trata de un gran ejemplo de cursilería en el discurso político,

¿Cuál es el objetivo de mensajes como éste? Cuando hay noticias de presidentes ejemplares, observarán que nunca falta quien pregunte cuándo nos gobernará alguien similar. De esa forma, se reduce la noción buen gobierno a la esperanza que algún día llegue alguien virtuoso quien, de manera desinteresada, venga a poner orden, porque eso es lo que merece, seguiría la cantaleta, la gran nación donde vivimos. La consecuencia: poco importa lo que hagamos como ciudadanos para movilizarnos, presionar y exigir cuentas.

Seamos cínicos: es muy fácil para cualquier gobernante simular virtud, especialmente cuando la ciudadanía que se mueve por la fe, en lugar de la duda. Ayuda mucho la opacidad en la información pública. Por ejemplo, numerosos ejecutivos se han deshecho de “lujos” como residencias oficiales o aviones, haciendo pasar ese gesto de “generosidad” por combate a la corrupción.

Otra táctica usada por algunos gobernantes es presentarse como ejemplos de virtud, sabiduría y austeridad. El ejemplo por excelencia: el personaje bonachón que se hizo José Mújica para sí, donde basta con recitar lugares comunes y frases motivacionales para que se conmuevan las multitudes, mientras se vive en pobreza. Como si la única motivación para un político fuera ganar dinero…

Sean votantes de izquierda o derecha, quienes reducen el arte de gobierno a frases motivacionales y simulaciones se reducen a ser súbditos en vez de ciudadanos. La creencia en gobernantes virtuosos lleva a perder el espíritu crítico. Si todo depende de una persona, ¿para qué necesitamos dividir el poder? ¿No son demasiado caras las instituciones? ¿Por qué deberíamos exigir transparencia, si él es el gobernante que hemos esperado por décadas?

Lo anterior no significa que sean inexistentes los gobernantes aptos y hábiles. Sin embargo, no surgen de la nada. Como la madre de la anécdota, a quien le urge cambiar los métodos de crianza de sus hijos, debemos cambiar la forma que vemos y tratamos a nuestros políticos. Van dos consejos, sin cursilerías:

Primero, verlos como lo que son: tan humanos como cualquiera de nosotros, con virtudes y defectos. Compartimos la misma fibra moral, y harán lo mismo que haríamos nosotros en el poder, si tuviésemos las mismas reglas y controles. Pensar que deberían ser excepcionales es abdicar a nuestro juicio.

Segundo, no quitarles la vista de encima y cuestionarles todo acto y decisión. Al contrario de lo que les gustaría hacernos creer, sus estilos de vida y virtudes personales son irrelevantes en el ejercicio de gobierno. Suponer que hay decisiones inspiradas por virtud es negarnos la capacidad para entender la complejidad de lo público.

Recuerden: en 2018 elegimos a un gran simulador creyendo que alguien nos debía salvar. Exijámonos más.

@FernandoDworak