Tengo más de 50 años en este oficio, y no recuerdo a otro como él.
No sólo con tantos cargos ocupados y tareas cumplidas, sino con tanta ansiedad por ser.
Como casi todos los periodistas de mi época, hablo justo de los últimos 50 años de México, conocí y traté a Porfirio Muñoz Ledo en diferentes etapas de su vida, que fueron los grandes momentos de México.
Acto casi último: ser presidente de la Cámara de Diputados y quien entregó la Banda Presidencial a Andrés Manuel López Obrador, para luego terminar pésimo con él y ser uno de sus más duros críticos y opositores. Antes de eso se significó por ser el primer legislador que impugnó a un mandatario en pleno Informe, a Miguel de la Madrid y por ser el primer diputado de la oposición en ser presidente de la Cámara de Diputados.
Desde su salida del PRI en 1988 se convirtió en uno de los más aguerridos senadores y diputados y quien subió más veces a tribuna para presentar cuestionamientos que el partido y Gobierno en el poder no podía dejar pasar sin responder.
Todo un torbellino político. Reconocido como un hombre de Estado.
Lo recuerdo ahora a inicios de los 70 como secretario del Trabajo en el sexenio de Luis Echeverría, por su ya sorprendente cultura, conocimiento e inteligencia, pero sobre todo por su intensidad como aspirante a ser “el” sucesor.
Se la ganó por muchas razones José López Portillo a quien nunca se lo perdonó y con quien fue un notable representante de México ante la ONU y uno de quienes orquestó desde Nueva York la Cumbre Norte-Sur que luego se celebró a inicios de los 80 en Cancún.
Creía tener méritos para ser candidato presidencial pero se le adelantó Miguel de la Madrid uno de sus pares.
Tampoco se lo perdonó a éste, y se la cobró hacia fines de 1987 e inicios de 1988 con el rompimiento del PRI junto a Cuauhtémoc Cárdenas y 300 más con la integración de la Corriente Democrática que fue el inicio de la Transición inacabada e imperfecta que vivimos hoy.
Una gran experiencia vivir junto a él, yo como reportero de Excélsior y él como segundo en esa oposición, la campaña presidencial de Cárdenas en 1988. Fue sin duda el termómetro periodístico de aquella contienda que marcó el futuro de la vida política del país.
Nunca nada más volvió a ser igual en México.
Muñoz Ledo, además de ser quizá el más longevo y persistente, frustrado aspirante presidencial en México fue dirigente nacional de 3 partidos: PRI, PRD y PARM.
Fue casi todo lo que podría ser un político del primer nivel. Menos presidente de México. Hoy no recuerdo a nadie más con su trayectoria, conocimiento e intensidad. No hay otro político como él. Quizá el único es Cuauhtémoc Cárdenas.
Descanse en Paz. Adiós al político total, como lo señaló el diario El País.
LAS CORCHOLATAS, AZORADAS ANTE LA OPOSICIÓN
Atropellados por el impacto que ha provocado a nivel popular Xóchitl Gálvez como prospecto del Frente Amplio X México, y por el registro y decline de otros precandidatos opositores, el presidente Andrés Manuel López Obrador y sus aspirantes designados, 4 corcholatas, entraron en una especie de pasmo y negación frente a una posible derrota.
El Frente por su parte se vio desbordado por la presentación de solicitudes de personajes sin mayores posibilidades que sólo van a enredar a los opositores y que meterán “ruido” a su proceso.
En medio de esto se registraron los senadores Beatriz Paredes y Miguel Ángel Mancera y declinó el diputado Ildefonso Guajardo, reconocido por su papel central en la negociación del TMEC.
El fin de semana Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard continuaron sus giras sin lograr el menor entusiasmo y sin proponer nada sobresaliente.
El único que se desmarcó de esta inercia fue el senador Ricardo Monreal, quien inició a confrontarse con los del Frente Amplio Va Por México al plantear que, quien resulte ser el sucesor de AMLO en Palacio – lo cual no descartó a los opositores como Xóchtl-, tendrá que encabezar una reforma fiscal porque, aseguró, “no aguanta el país” sin esta propuesta.
En una gira por Mérida, Yucatán, el zacatecano indicó que si bien el presidente López Obrador acertó a no afectar a los más pobres al decidir no aumentar ni crear nuevos impuestos, este paso requería de una reforma fiscal para garantizar la viabilidad de los programas sociales.
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