Sucesión 2024. Los presidentes siempre se calientan y rezongan

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Es parte consustancial al proceso sucesorio, que el presidente de la República en turno se involucre en él desde un ámbito incontrolable para todas las instancias, legales y metalegales: defender su obra frente a los aspirantes a sucederlo, cuya misión en parte, siempre ha consistido en demeritarla y proceden a ello en pos de obtener votos. Responderle a un aspirante o candidato que lo calienta con alguna descalificación a su persona o a su gobierno. Es parte del juego político esos dimes y diretes y nadie debería llamarse ni perseguido ni ofendido o faltaría a la más elemental ética política. Y haría el ridículo total llamándose ofendido o perseguido. Así de fácil.

En esa tesitura, el presidente suele entrar al ruedo tarde que temprano, y se vuelve un agente más del proceso sucesorio a su persona y cargo. Cosa indebida, tanto porque como presidente de todos debe callar para todos, tanto porque su gobierno con sus aciertos y errores ahí queda y será imposible ya enmendarlo –tanto por la brevedad de tiempo restante, tanto porque las cosas ya pasaron– y porque al final de cuentas, el presidente saliente ya es eso, saliente, ya se va, como se fueron los anteriores, como sucederá a López Obrador. Dicho sea, se irá, opositores, cosa que querían, pero eso sí, no iba a suceder, sino por el transcurso del tiempo y por mandato de ley, no por su capricho y desvaríos como opositores, con los que han dado tanta pena como opositores en el actual sexenio. Y si gana uno de los suyos, también terminará yéndose.

Desde que recuerdo, todos los presidentes fueron parciales y entrometidos en las campañas electorales. Ninguno ha permanecido impávido, ninguno consiguió callarse. A todos les ganó, acaso, el ego, pero desde luego que igual calentarse ante ciertas declaraciones de los aspirantes, muchas veces histriónicas, irresponsables y sin sustento, y con un alto grado de ligereza, que, como es natural, también, buscan el voto y utilizarán estratagemas para conseguirlo.

Ni se le puede reprochar al presidente que termine por meterse, pero no es lo correcto, ni ellos podrían evitar decir algo que lo caliente. Unos y otros que ni se quejen. El presidente debe ser llamado al orden por la autoridad electoral –como le sucedió ya al presidente López Obrador– como los contrincantes opositores no debieran lloriquear facetos y cariacontecidos, pero siempre hipócritas y sobreactuados –sin llegar al melodrama barato y novelero de Creel, por fortuna– reaccionando por las palabras presidenciales que saben perfectamente bien que son desestimables y, por supuesto, hasta el día de hoy, también dígase que en el actual proceso sucesorio no han demostrado ser mentira cuando se lanzan contra tales o cuales opositores. Eso también cuenta: ni Creel es sensacional y sí ha sido sectario y bastante incapaz ni la Gálvez ha sido plenamente honrada declarando sus ingresos.

Sí, puntualícese que es natural que un presidente rechiste ante las declaraciones de un candidato opositor. Como quiera que sea, lleva 5 años dándole a la matraca y tiene pleno derecho a defender su obra, como para que venga un hijo de vecino a cuestionarla. Eso calienta. Es sencillo de entender. No hay que darle tantas vueltas buscándole chichis a la culebra. A lo que un presidente no tiene derecho es a descalificar a los aspirantes. Por muy presidente que sea. Es injusto, sí, ya que ellos sí tienen derecho a cuestionar su obra. Ni hablar.

Cabe recordarse que Miguel de la Madrid defendió cuánto pudo contra Cárdenas, la grisura y mediocridad de su gobierno, ese que acabó a patadas en la economía y fracturando al PRI dejando al país hasta el gorro de ese apellido. Que lo recuerde su hijo o nos da la estupenda oportunidad de recordárselo desde quienes lo vivimos, para que no se adorne tanto ni siga jugándole al desmemoriado, que el priista ya se está tardando en bajarse de la contienda electoral. No nos deja boquiabiertos Enrique de la Madrid.

Por cierto, Enrique de la Madrid mostró de nuevo que no es idóneo para presidente. En los detalles está el Diablo. No externó en Twitter su pesar ni palabras empáticas para Muñoz Ledo. ¿Qué pasó? ¿no que quiere ser presidente y de todos los mexicanos? Pues a este no lo adoptó. Se vio sectario. Se entiende. Desde la arbitrariedad y el autoritarismo priista cabía esperar su silencio, después de todo, pues Muñoz Ledo exhibió a su padre, al PRI y su autoritarismo aquel 1 de septiembre de 1988. Se entiende que la gente sea rencorosa y muestre así su verdadero talante, tan contrario al de ser presidente de todos los mexicanos. Qué torpeza cometió De la Madrid, callándose.

Retomemos. Salinas mostró más de una vez su molestia ante los ataques de los candidatos opositores. Por mucho contubernio que tuviera con el panista Fernández de Cevallos, ya no se diga los señalamientos muchas veces no del todo precisos hechos por Cárdenas. Salinas también externó sus revires. Zedillo defendió torpemente, pero le respondió a Fox, acerca de lo mal que llevó la catástrofe que provino de la devaluación brutal de 1994 que le costó la presidencia al PRI en 2000 ante el enorme descontento social que causó. No se mantuvo al margen de las campañas. Fox, a su vez, no dejó de entrometerse en la campaña revirando a López Obrador, hasta que se ganó el merecido “cállate chachalaca”, que fue certero en su destinatario, pero que le quitó diez puntos de ventaja a López Obrador, quien no calculó la popularidad del presidente saliente, que ha sido hasta hoy la más alta y que quizá la supere el propio López Obrador.

Calderón de nuevo, entró más de una vez a responderle al candidato López Obrador revirando en sus declaraciones y aclarando puntos. No consiguió quedarse callado. Peña Nieto, igual. Por lo menos una vez entró al quite a dar su versión frente al mismo candidato. A contar “su veldá” como dice Niurka Marcos. Tampoco pudo quedarse callado. Y López Obrador no es la excepción. Todavía no inician las campañas y ya está descalificando aspirantes y puntualizando hechos de su gestión. Como sus antecesores, no le corresponde meterse y, encima, ya tiene la amonestación de la autoridad electoral.

Se equivoca López Obrador al decir que lo censuran y que tiene derecho de réplica. De ese mejor que no hable, que ahí está el que no le dio a la Gálvez. En realidad, a lo que tiene derecho es a callarse y a terminar su sexenio. Ir cerrando y a actualizar el viejo adagio del sistema político mexicano: los presidentes cuentan con 6 años debido a que 2 son para aprender, 2 para trabajar y 2 para despedirse. Así de claro. Ahí no dice: pelearse con los candidatos a sucederlo o será un Calderón. Los extremos se juntan.  De persistir, solo dará tumbos y puede afectar su imagen disminuyendo esa popularidad que tanto le obsesiona como le obsesionaba a Peña, que acabó en el 20%; y afectar a su candidato natural, quien quiera que sea. Y sí, puede no pasar nada de eso, pero todo apunta a que le den una sanción más grave desde la autoridad electoral. López Obrador debiera permanecer en silencio durante la campaña presidencial. Como sus antecesores, no lo ha conseguido.

Algo más: López Obrador deberá de aprender lo que fue incapaz de aprender Calderón: ya pasa su tiempo y está por agotarse.