La precariedad de la cultura política colectiva tiene una de sus más excelsas joyas en calificar a todo cuanto acontece, de ser una cortina de humo. Bostezos. La referencia aparece cual muletilla fastidiosa, como un hongo que atrapa nuestras más preclaras ideas, como una suerte de plaga del lenguaje, de la intuición política y de la necesaria reflexión que termina por jamás llegar cuando se la invoca. Es pesaroso que surja referirla porque cancela todo ejercicio reflexivo. Y es que es multiusos y refleja dos cosas: pereza mental para el entendimiento y un desconocimiento elemental de lo más evidente en la persona que la refiere. Todo se reduce a ser calificado como “cortina de humo”. Reconozcamos que es muy poco original y no nos conduce a nada. No puede ser. ¿Es que todo cuánto ocurre se planifica, se sopesa y sucede para encubrir otras cosas? Sabemos que no es así. Invocarla para todo es burdo e inútil. Sépase.
Cuando se habla de cortina de humo mueve a suponer si la persona que la refiere estaría más cómoda y conforme con explicarse el entorno político invocando a reptilianos o a illuminatis. A saber. Dada su precariedad en lo político. Pero invocarla no nos dice nada. Si acaso nos dice cuánto sabe quien la enuncia. Y ya se ve. Poco tirando a nada.
Conviene desperezarse, desinstalarse de la comodidad de tachar a todo de cortina de humo y sería mejor pensarle tantito, informarse, echarle análisis y profundidad, porque acaso habrá detectado que al calificarlo a todo de cortina de humo, pierde fuerza e impacto. Invocarla siempre implica que algo no anda bien en el análisis. Es poner todo acontecimiento en un mismo canasto cual si fueran iguales o sirvieran para algo más, ¿siempre?¿qué todos los sucesos son de igual naturaleza y tienen la única teledirigida y predestinada finalidad de distraer, sea cual fuere su contenido? Es que suena ilógico y lo es.
Y reiteremos: siempre para lo mismo: distraer. Y la vida es variedad, no rutina y por lo tanto resulta estéril calificar a todo de ser tal, una cortina de humo. No tiene ningún sentido. Se soba demasiado, se manosea excesivamente, se chotea la frasecilla.
La metáfora tiene su cuento. Una cortina de humo…. Para imaginarla negra, espesa, etérea, acaso. Y para lo que eso sirva, después de todo. Suena de una inutilidad absoluta. Sin aporte ni finalidad útil y explicativa. Si además se la ponemos a todo, sencillamente, se torna en estólida y poco eficaz. Si el análisis de la realidad implica informarse y colegir datos, entonces hablar de cortina de humo, sobra. Ella y todo cuanto pudiera ser su sinónimo. Ya del choteo de la frase hemos hablado.
Cuando se invoca una cortina de humo se está reconociendo indirectamente desconocer todo del fenómeno al que se la dirige. Demuestra de manera inobjetable que no se hace el menor esfuerzo por entender lo que se pone enfrente. No hacer tal esfuerzo empobrece el veredicto, lo tuerce, lo deja deshilachado.
Eso de llamar a todo cortina de humo alerta de no ser tal. No faltará el fenómeno distractor a veces, pero de eso a suponer, conjeturar que absolutamente todo se troca en cortina de humo, es falsear el veredicto y fomentar la inexactitud. Y en realidad nunca se sabe cuál es el acontecimiento que sí sea cortina de humo. Así que conviene desechar la coartada de suponerlo porque no hay método científico que lo revele.
Ojalá que pudiera desterrarse el vicio, la tentación de recurrir al burdo argumentillo de la cortina de humo tiro por viaje. Empobrece el análisis, dificulta la precisión del conocimiento y finalmente, aporta nada. ¿Abundamos en que exhibe la ignorancia de quien la invoca, al carecer de datos y explicaciones certeras? Y conste que no saber no es delito, solo evidencia. Superar esa tentación abre la oportunidad de aproximarse al suceso y desmenuzarlo para entenderlo y explicarlo mejor.
Y lo más importante: reflexionemos ¿cortina de humo? ¿para distraer de qué? ¿de hablar de lo importante, si es que hay un parámetro para saber qué es lo importante y según lo es para quién? ¿para no hablar de lo que nunca se deja de hablar, pase lo que pase? Porque la verdad es que lo destacado ahí queda y todo el mundo lo mira y lo refiere. Si que la gente se distraiga es la supuesta finalidad de una cortina de humo, fracasa en su intentona. Entonces ¿en verdad existe la supuesta cortina de humo? ¿de quién y para quiénes? ¿no es algo más en la cabecita de quienes la invocan? ¿es que siempre y solo es de López Obrador? Esto último es muy significativo: vaguedades como “del gobierno” o atribuirla permanentemente a López Obrador –un sesgo recurrente en nuestro entorno, que es muy sospechoso por repetitivo– colgándosela como una suerte de derechos reservados, incrementa enormemente las sospechas de su uso y de su presunta fabricación. Algo sí hay: con el presidente lo que hay es que no dice lo que ciertos opositores quieren que diga. Y no necesariamente una realidad, sino lo que les encantaría oír trastabillando el personaje como les encantaría verlo. De ahí se agarran para elucubrar cortinas de humo ante su insatisfacción.
Entraña sí, visto de esa manera, que la mentada cortina de humo suma inquina y ceguera política de quien alude cortinas de humo. Para remachar.
¿Por qué presuponer que todo cuánto acontece es una cortina de humo? Por ser lo fácil. ¿Qué base científica sustenta nuestro supuesto a referirla? Por apreciación, conjetura, apariencia. ¿Qué nada en política es casualidad? esa frase se ha creado para hacer aparentar que es interesante pero inalcanzable comprenderla y que la reflexión política solo es exclusiva de exquisitos. Pero la política no es solo de exquisitos ni de una élite que la soporta, porque el tinglado lo pagamos entre todos con los impuestos de todos. Así que menos pose, menos exquisitez y más reflexión compartida. Que el señalamiento sea público y cada acontecimiento tiene su origen, dinámica y término.
El solo hecho de que un número por lo visto crecido de personas y ahora con más facilidad de expresión en redes sociales, manifiesten que tal o cual suceso –todos, en general– es solo una cortina de humo, advierte que están atentos a los acontecimientos. Porque su atención no podemos cuestionarla. Ahí está. Eso es meritorio. Por tanto, estar atentos supone que pasan de largo de cortinas de humo. Y aquellas quedan así en entredicho.
Ergo, si están atentos a cuanto sucede como lo están amplios sectores ¿en qué radica la supuesta cortina de humo distractora? ¿o quién se distrae? Sobre todo si están atentos a lo importante y esos supuestos sucesos distractores que pretenden desviar nuestra atención de los sucesos “importantes”, no lo consiguen. Al percatarnos de que atendemos ambas cosas, lo importante y la cortina, o que al menos no se sabe, no se detecta cómo ni cómo es que nos distraen ni cómo es que perdemos el hilo de una realidad gracias a esas cortinas de humo –dado que no hay medidores– puesto que la opinión pública mantiene su reclamo, insidia o cuestionamientos dando pie a ver que no está distraída por esas supuestas cortinas, según toque el tema de turno, es dudosa su existencia. Ya que sabemos que además la opinión pública no es única y suma tendencias, incluso contradictorias, lo que conduce a preguntarnos ¿qué mueve a calificar todo cuánto acontece, de cortina de humo? Máxime respondiendo cada suceso a tiempos, actores, dinámicas tan distintas entre sí como su peculiar naturaleza dicta y nos muestra de manera tan indubitable? Quizá el afán de unificar lo disperso.
Entonces, solo resta constatar que la muletilla de la cortina de humo queda en eso: es una suerte de justificador mediocre, asaz burdo, rústico y chabacano de la ignorancia, es apapachador de la pereza mental por no echarle ganitas y reflexionar un poco, siquiera, acerca de lo que ha sucedido, para, apartándonos de elucubraciones facilonas, articular una idea cuerda, lógica, explicativa del suceso en cuestión. Si pretendemos un debate de altura, desde luego, que si no, ahí está la cortina de humo. Es una plaga que ha cundido y merece detenerse ya en seco.
Eso implica pensar y eso, eso es justamente el problema.
Por eso es tan recurrida la cortina de humo, por eso sirve de coartada discursiva estéril, por eso termina explicando nada, pero mientras apacigua conciencias dándoles la paz de la ignorancia. Así de sencillo. Lo primero que procede al escuchar el vicio de la frasecilla es invitar a pensar al invocante. Lo segundo, es desecharla de inmediato como camino para el análisis. Por el bien del pensamiento serio y la circulación de las ideas, es lo procedente.