No llegué a conocer a George Schultz cuando arribé a la Universidad de Chicago en 1970 porque él había dejado de ser decano de la Escuela de Negocios año y medio antes para incorporarse al gabinete de Richard Nixon como secretario de Trabajo, pero su fama académica como líder innovador quedó indeleble.
Poco después, fue promovido a la nueva secretaria de Presupuesto y Gestión en proceso de unificar responsabilidades hasta entonces dispersas, y en 1972 accede al ministerio del Tesoro para lidiar con la crisis del dólar, que culminó en acabar su nexo con el oro y adoptar un tipo de cambio flotante.
Schultz regresa al servicio público en 1982 como secretario de Estado con el presidente Reagan y allí dejó su marca más profunda, con triunfos diplomáticos notables como el acuerdo con la URSS para disminuir el acerbo de armas nucleares y el inicio del dialogo entre israelitas y palestinos.
Al inicio de su gestión como cabeza de la diplomacia de su país Schultz llamó a su amigo Al Harberger, mi maestro y mentor, para preguntarle qué pasaba en América Latina. Harberger me pidió que preparara un reporte de la situación de México y así empezó mi colaboración indirecta con Schultz.
Schultz deja el gobierno y regresa a la Universidad de Stanford justo cuando yo llegué a Washington a hacerme cargo de los temas económicos en la Embajada, pero le seguí la pista mediante sus numerosos libros, artículos y ponencias y en los eventos académicos que organizó en la Instituto Hoover.
Nos volvimos a encontrar años después gracias a Pedro Aspe, que junto con Schultz y líderes canadienses crearon el Foro para Norteamérica para analizar temas vinculados a la integración regional, mucho más allá de los flujos comerciales, que incluyen asuntos ecológicos, fiscales y monetarios, de seguridad nacional, corrientes migratorias y estándares comunes.
En esas reuniones era notable ver cómo un hombre con tantos años encima pensaba siempre en los problemas del futuro, para lo que el rico bagaje de sus experiencias le permitía ofrecer soluciones originales, como la que discurrió para revertir los hoyos en el ozono, plasmada en el Tratado de Montreal.
En su ultimo libro, de hace poco más de un año, titulado atinadamente “Thinking About the Future,” Schultz afirma que “toda mi vida he sentido que uno puede aprender acerca del futuro mediante el estudio del pasado e identificando los principios que son siempre relevantes en nuestras vidas.”
Enfatiza los principios de responsabilidad y confianza que se aplican a la política, a la economía, a la gobernanza y a la vida cotidiana. Cuando los dirigentes eluden su responsabilidad y siembran desconfianza con su liderazgo sobrevienen la anarquía y el fracaso
La ejemplar vida y obra de Schultz y su impecable desempeño profesional en el gobierno, la academia y el sector privado, son un modelo que es la antítesis de lo que vemos hoy en día con caciques incultos e irresponsables que siembran la división y el odio y concitan la más absoluta desconfianza.