Es difícil hallar a un hombre enteramente insustancial pero es más difícil todavía imaginarse a alguien más insustancial que el presidente Obrador.
Al tabasqueño lo hace visible su antipatía y su miseria interior. Eso lo sufrimos todas las mañanas cuando se planta frente a las cámaras de televisión para hablar con la más insultante estolidez. Si no fuera por el cargo pasaría desapercibido. La persona es su personalidad, y si no la tiene es nadie y es apenas nada.
Desde que inició su mandato Obrador se sentía un hombre muerto ya. Se asumía como un prócer finado en un mural junto a los héroes de la patria. Se siente un hombre ilustre como personaje de museo.
Cuando habla pontifica: “Ya no me debo a mí mismo ni a mi familia, sino, a México”.
Las mismas palabras que repiten los caudillos y los dictadorzuelos de moda. Un político que confunde el plumaje de las aves con la investidura presidencial.
Él es el “patriota” y quienes lo critican o lo juzgan son los “traidores de la patria”. Y esos son los inversionistas, los científicos, los periodistas o los intelectuales.
Él solo tiene derecho a insultar. A provocar y a descalificar. Él es la Patria. Él es el tribunal moral. Él es el Estado. Él es Dios en el poder.
Lo cierto es que él es el presidente inmundo. El guía de un mal gobierno y el gurú de un partido rapaz a su imagen y semejanza.
Desde la impunidad que le confiere el poder dedicó los últimos días a insultar y llenar de vituperios lo mismo a los abogados de los inversionistas extranjeros que a los periodistas a quienes compara con los asesinos de Francisco I. Madero.
Un político ruin que manipula y deforma la historia a su antojo y según convenga a sus intereses.
A los moneros que le rinden pleitesía desde las páginas de un diario y los periodistas intelectuales que actúan como sus soldados al igual que la horda de mercachifles que se ostentan como reporteros de sus mañaneras los deslumbra con una especie de espejismo por el simple hecho de estar junto a él o ser sus “amigos”
No es cosa de asombrarse con el tipo. Es amargo, es agudo, descarado y retador.
Ante sus complejos con sus juicios de valor quiere hacer ver enanos a los personajes, aunque nunca lo consigue cabalmente. Es constante el escupitajo sobre sus críticos y sus adversarios quienes no merecen ninguna consideración.
En cambio sus opositores se apiadan de él. Algunos lo ven con desdén, otros con compasión por lo que pretende y por lo que ignora. La respuesta de Obrador suele ser una siniestra bufonada o una crítica patibularia.
En su reino de la “cuarta transformación” solo caben los “buenos” y los “inteligentes”. Los “purificados” a los que el castiga con el látigo de su desprecio.
El gran error de Obrador es asumirse como “intelectual”. Nadie más que él posee la verdad. Cuando escribió su tesis (bueno es un decir eso de escribir) a la que tituló Proceso de Formación del Estado Nacional en México 1824 – 1867, es como una quesadilla con una embarrada de sesos.
La tesis es un mamotreto que no resiste la menor crítica del más bisoño de los historiadores. Él piensa que escribió la Biblia.
Obrador es indefendible. Es indecente e impuro. Por su lenguaje lleno de insultos y palabras malsonantes, es un presidente inmundo, con todo lo que la definición de esa palabra significa.
El tabasqueño es un verdadero caso para el diván. Así como la infancia, la militancia política es destino. Obrador sigue atrapado en la piel del viejo PRI, en el autoritarismo y el populismo.
Atrapado en la escaramuza de la ley de la industria eléctrica el ocupante de palacio se envolvió en la bandera nacional como un “patriota”, para él, “es una vergüenza que los abogados mexicanos estén de empleados de empresas extranjeras que quieren seguir saqueando a México; claro que son libres, pero ojalá y vayan internalizando que eso es traición a la patria”.
Traición a la patria es lo que Obrador hizo con Trump en su visita a la Casa Blanca, cuando sin el menor rubor y desvergüenza dijo:
“También quise estar aquí para agradecerle al pueblo de Estados Unidos, a su gobierno y a usted presidente Trump, por ser cada vez más respetuosos con nuestros paisanos mexicanos…
“… Lo que más aprecio es que usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”.
Obrador ignoró que Trump amenazó con imponer aranceles a México o cerrar la frontera si no se cortaba el flujo de migrantes sin papeles a su país, e incluso presionó para enviar a territorio mexicano a los solicitantes de asilo y todavía peor Trump fue el impulsor de la construcción de un muro entre ambas naciones.
Pero fue Beatriz Gutiérrez Müller –la esposa del tabasqueño – quien le puso la cereza en el pastel, cuando la ceremonia por el 108 aniversario luctuoso de Francisco I. Madero, cuando acusó a la prensa de ser el enemigo “más vil” del malogrado político coahuilense quien fue traicionado y asesinado en un golpe de Estado dirigido por Victoriano Huerta.
Es entendible la pifia y la mala leche de la señora Müller pues no es historiadora sino egresada de comunicación y doctorada en estudios literarios.
La prensa vil, es el periodismo que ejerce La Jornada, pasquín inmundo –ese sí– que justifica las estulticias de la cuarta transformación y del que además es socio capitalista el inefable Félix Salgado Macedonio.