El ethos de López Obrador

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La semana pasada se mencionaron los tres elementos de la retórica: idea (logos), personaje que argumenta (ethos) y la forma que la discusión es asumida por la audiencia (pathos). También se vio cómo, en regímenes autoritarios, el equilibrio que debería haber entre esos tres elementos se carga al ethos. En ese entendido, en esta entrega y la próxima veremos los elementos que refuerzan el ethos en la retórica de López Obrador

 

Autoelogio

Un elemento importante de la retórica de López Obrador es su propia narrativa. Parcialmente, proviene de la historiografía revolucionaria: se muestra como el líder austero y desinteresado que décadas de educación priísta nos enseñó a esperar. Buena parte de su discurso se centra en él como ejemplo: si es honesto, sus subordinados lo serán, por ejemplo.

Otro elemento importante es su historia de victimización. Para sus seguidores, representa el líder noble y generoso que inspiraba temor a sus adversarios cuando era opositor. Por ello, reza la narración, que le hicieron numerosos fraudes electorales. Resultado: es creíble cuando, ya desde el poder, afirma que ningún presidente había sido atacado tanto como él, desde Madero. El problema con esta historia es que, al contrario de con otros líderes, él no es responsable de su devenir: le suceden cosas malas, porque otros lo odian.

La unión de ambos elementos hace que, mientras siga dominando las emociones públicas, será más creíble su narrativa personal que cualquier evidencia. Esto se ha visto con mayor contundencia en la forma que ha manejado las distintas crisis de comunicación que ha enfrentado: basta con reducirlo todo a su lucha personal contra lo que llama la mafia del poder, para sortear problemas que hubieran hecho tambalear a otro gobierno, como la liberación de Ovidio Guzmán.

 

Comunicación

Otro elemento que afianza el discurso del presidente, son las conferencias mañaneras. Cierto, se transmiten fundamentalmente mentiras y medias verdades, pero difunden los símbolos que se busca transmitir, desde la imagen incorruptible del presidente, la divulgación de nuevas ocurrencias que pasan a ser parte del imaginario popular, lanzar ataques e insultos a la oposición de tal forma que se desacredita el disenso y la crítica y define temas que serán nota. Puede gustarnos o no este espectáculo, pero su alcance es masivo.

Sobre todo, las conferencias dan la impresión que el presidente informa, a menos ante su público. La sensación de inmediatez del mensaje, aunado a un lenguaje sencillo y “auténtico”, afianza la imagen de cercanía a la gente que se desea llegar. Sumemos el peso de las redes sociales, que sea para alabarlo o descalificarlo, están ávidas de viralizar sus ocurrencias día con día.

 

Conspiración

Una herramienta muy recurrida para dividir una sociedad y segregar grupos de personas, son las teorías de la conspiración. Hablamos de relatos que usan tres elementos. Primero, un Estado ideal basado sobre tradiciones y valores comunitarios. Segundo, un grupo que encarna la maldad, quien desea destruir a la sociedad, atacando sus tradiciones y valores. Tercero, la necesidad de perseguir lo que es visto como ajeno, y en casos extremos hasta exterminarlo.

El considerado como “otro” es relegado a guetos o excluido de la vida comunitaria. Sin embargo, hay momentos donde se les puede degradar, perseguir o hasta exterminar sin remordimiento, porque según la teoría de la conspiración vigente ellos de todas formas estaban pensando en dañar a la sociedad.

Tales historias abonan al miedo natural al cambio. Por ejemplo, los Protocolos de los Sabios de Sion hacían ver a los judíos como agentes del capitalismo y las transformaciones sociales que traía. Los terratenientes y estamentos divulgaron la obra, pues eran los grupos perdedores en este proceso. Las conspiraciones atentan contra valores democráticos como la tolerancia y, en casos extremos, lleva a su colapso.

El discurso de polarización busca dividir entre aliados y enemigos del gobierno, recurriendo a menudo a términos que buscan cosificar al otro, mostrando su postura no como resultado de un pensamiento político, sino como efecto de una condición. Por ejemplo, señalar que la corrupción es una enfermedad, o que los críticos en realidad son financiados por la “mafia del poder”.

@FernandoDworak

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