Presidente novelesco; un país de caricatura

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Como otros muchos políticos de memoria borrosa, el presidente Obrador sigue obsesionado con pasar a la historia no como un estadista sino como un personaje de caricatura. Transcurre el tercer año de su mandato y el país está sumido en el desastre, con cientos de miles de muertos por la pandemia, con una economía hecha trizas y un creciente mal humor que cala hasta la raíz de los huesos, pero él ve al país con ojos de boxeador, vigilante, insomne, a sus enemigos no los pierde de vista, con esa mirada que no deja pasar ni el vuelo de la mosca, con los nervios retorcidos lanza sus dardos envenenados para descalificar a sus críticos. Los datos dados a conocer por la auditoría sobre los costos del aeropuerto de Texcoco lo enloquecieron, volcó todo su odio contra la prensa y ordenó que le cortarán la cabeza a un veterano comentarista (Ángel Verdugo) cuyas opiniones calaban como una piedra en el zapato del presidente. Todas las mañanas por la televisión el periodista actuaba como un notario dando fe de los errores del gobierno de la cuarta transformación. Pusilánime, su compañero de la televisión (Pascal Beltrán), vio cómo Verdugo se hundía como un náufrago y ni siquiera se conmovió cuando su compañero daba sus últimas patadas de ahogado.

Toda esta podredumbre de todos los días retrata la descomposición del país. La denuncia fundamentada que día tras día pone en evidencia los excesos de un hombre y la pasividad del entorno que le ha permitido alcanzarlos.

Todos hemos sido testigos de la conducta ruin de los legisladores que aprobaron sin modificar una sola coma a la reforma ordenada por Obrador a la Ley de la Industria Eléctrica.

Hemos atestiguado la conducta canalla de un Congreso que actúa de forma despreciable para que el presidente consiga sus propósitos a costa de la humillación del Poder Legislativo. Una vileza del Ejecutivo.

Sin pensarlo la gente que votó por alcanzar un cambio en el país no supo que estaba dando vida a un Frankenstein. A una criatura política que amenaza con destruir al país. Pero lejos de perfilarse en una figura con una estatura moral, Obrador no logra si quiera cautivar a sus simpatizantes.

No tiene ese carisma que hace a los grandes personajes, malos o buenos. Obrador está más de lado de la picaresca que de la historia. No tiene el encanto, el sentimiento de los personajes que fascinan porque simplemente no tiene un halo intelectual.

Cierto.

Hay una cosa en la naturaleza humana que no tiene explicación. Esa cosa es lo que llamamos “misterio” y es la que hace a ciertos hombres fascinantes. Para un escritor o periodista el tema del poder es un asunto apasionante. Ejemplo de ello son las innumerables novelas que se han escrito en Latinoamérica en las últimas décadas para entender la naturaleza del poder y sus consecuencias en la condición humana.

La literatura mexicana se ha nutrido con las historias de personajes fascinantes. La narrativa del poder encontró las formas de contar la realidad social y su contexto político.

En los últimos años la narrativa del país tomó otros caminos con la llegada de los tecnócratas al poder y su proyecto transexenal y luego la bifurcación con la casi desaparición de la izquierda y también del PRI y el surgimiento de nuevos actores políticos.

Sin duda, el presidente Obrador es un hombre novelesco, pero no es que sea un hombre que resulte fascinante.

En el territorio del sicoanálisis su vida está despoblada de ideas. Su pensamiento se rige por las ocurrencias y sus cambiantes estados de ánimo. Ignoró la felicidad todos los días de su vida al pesar más la frustración en su temperamento y ácido carácter. En su mundo asfixiante ha predominado la amargura y el desprecio nunca disimulado por los demás. Así, conforme el paso de los años su vida ha ido acabando huérfana, desnuda y sin sustancia como una explicación de sus orígenes.

Según creía y decía, iba a cambiar la miseria de los pobres por el simple hecho de gobernar con “honestidad”. Lo malo es que desde el inicio de su mandato ha tenido los tropiezos naturales de todo gobierno. Para justificar su fracaso ha recurrido a la lamentación incesante. Todos tienen la culpa, menos él. En el rostro se ve que sufre. La soledad se le pega como segunda piel. Sus sueños de grandeza fueron simples delirios de fantasía. La realidad se ha impuesto.

Obrador está convirtiendo al país en una caricatura y no sabe que está condenado a terminar en una caricatura de sí mismo. Esa es la realidad.

Censurar a sus críticos es una manifestación de la impotencia. No se puede esconder la mugre detrás de un cuadro ni la basura debajo de la alfombra.