Tiene razón Porfirio Muñoz Ledo cuando advierte de la gravedad de la hipotética intromisión de Gabriel García en el proceso de selección de candidaturas de Morena para las elecciones concurrentes de junio próximo.
Nada tendría que hacer el Coordinador General de Programas para el Desarrollo del Gobierno Federal o “jefe de los superdelegados” operando la selección de candidaturas cuando este procedimiento es competencia del líder del partido, Mario Delgado, y no de un funcionario del gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador.
¿Acaso Mario Delgado vale cero a la izquierda? ¿Es un mero adorno del Comité Nacional de Morena? ¿Un convidado de piedra en el partido? ¿O qué? Por lo pronto parte de la militancia morenista ya ni lo oye ni lo ve.
Porque, según ha dicho don Porfirio, Gabriel García se instala en las entidades federativas con todas las facultades extra-legales a decidir candidaturas como si fuese un enviado del partido o, peor, como si se tratara de un enviado del presidente López Obrador.
Planteado así, asemeja mucho la figura que por años usó el PRI en los estados: Coordinador de Delegados y delegados del gobierno estatal, quienes en realidad operaban como una estructura paralela al partido.
En fin, literalmente Muñoz Ledo dijo: “Yo estoy en este partido (Morena) porque es un partido democrático y jamás pensaría que mi amigo de tanto tiempo, un gran demócrata del país que se llama Andrés Manuel López Obrador, pudiese utilizar un instrumento antidemocrático encarnado en una persona que no tiene cargo alguno dentro del partido, para operar las elecciones regionales, eso sería el fin de Morena como partido democrático, yo no lo aceptaría, tienen mi renuncia por delante”.
Pues como andan las cosas Morena, Porfirio debe ir dictando su carta de renuncia a su militancia en este partido político. Se le hace demasiado tarde, máxime cuando su anhelo es pasar a la historia como un demócrata.
En fin, nadie necesita ser una persona experta en materia político-electoral para darse cuenta del desaseo en la selección interna de candidaturas morenistas, sobre todo en aquellas posiciones reservadas a la militancia, porque una corresponde a candidatura externa y el resto a personas suertudas vía tómbola.
Tiene razón Muñoz Ledo al decir que “sería el fin de Morena como partido democrático” el uso de una especie de enviado del presidente López Obrador para la selección (por no decir imposición) de candidaturas.
Igual de grave sería que ese “enviado”, no fuera “enviado” del mandatario, sino de alguno de los grupos de Morena, donde de por sí la democracia es letra muerta.
Pero don Porfirio aun tiene esperanzas de algún cambio interno. Por lo menos eso se entiende cuando ha dicho lo siguiente: “No podemos aceptar que un gran movimiento democrático, el más importante en la vida contemporánea de México, se pudra en cacicazgos ocultos. Hay que solicitar, como un deber, la transparencia ¿qué está pasando?”
Entonces al partido habría que aplicarle la eutanasia, porque nació con cacicazgos internos que lo pudren en tan cortísimo tiempo de su existencia; apenas seis años. Le pasa como la fruta que desde botón ya tiene gusanos.
Morena trae un fuerte problema de origen: Fue fundado por priistas y grupos tribales perredistas. Entonces, los vicios no se purgan cambiando de partido o fundando otro; el ADN es más fuerte que cualquier mutación.
EXCESO DE CONFIANZA
En su rango de primera fuerza electoral, Morena ha caído en exceso de confianza; como en aquellos tiempos del partido hegemónico llamado PRI cuando postulaban como candidatos y candidatas a los peores cuadros porque ganarían tan solo con la fuerza del partido.
En otras palabras, el partido los hacía ganar. Así está Morena ahora; así están los morenistas: Ganarán aunque sean imposiciones, aunque sean los peores cuadros, aunque sean bandidos, aunque sean desconocidos.
Claro, hay morenistas decentes; pero son contadas excepciones.
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