Hace casi tres años, al inicio de la actual LXIV Legislatura, muchos pensamos que el regreso de un gobierno unificado haría que el Congreso sería poco interesante para el análisis. Sin embargo, y a pesar que la oposición es un cero a la izquierda, ha sido apasionante observar lo que ocurre en el Pleno y las comisiones. La razón: Morena se ha convertido en su propio contrapeso.
¿A qué se debe este fenómeno? Mientras muchos comparan a Morena con el PRI de los años setenta del siglo pasado por sus políticas y actitud de centralizar el poder, en realidad está intentando gobernar con los instrumentos de control político que tenía el tricolor en 1928, cuando era el Partido Nacional Revolucionario. Esto es, una coalición de diversos grupos para ganar y mantenerse en el poder, sin una estructura centralizada.
Como el tricolor en 1928, Morena es una colección de diversas y a menudo disímiles corrientes políticas, cuyo único factor de unidad es el carisma de su líder de facto: el presidente Andrés Manuel López Obrador. En ese sentido, tampoco es muy diferente a lo que fue el PRD por décadas: la única diferencia es que por fin los guindas que antes estaban con el sol azteca conquistaron la presidencia.
Esa ausencia de institucionalización, junto con la escasa comprensión que tiene el presidente de los procesos democráticos, hace que Morena sea su propio contrapeso. Veamos cómo ambos factores se entrelazan, y los escenarios que podría enfrentar este partido en el mediano plazo.
Como todo líder populista, al presidente solo le interesan la democracia y sus procesos cuando le favorecen, y desacreditará a las instituciones cuando no lo hacen. Eso ha quedado claro repetidas veces a lo largo de su carrera. Por ejemplo, gobernó a través de bandos durante sus primeros tres años como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, cuando no tuvo mayoría en la Asamblea Legislativa.
Tampoco López Obrador parece tener una idea clara sobre la forma que podría concretar su agenda, o en qué consistiría más allá de algunos elementos altamente simbólicos, como el petróleo, una vaga noción de soberanía y construir clientelas políticas a través de los programas sociales. Todo indica que piensa más en su imagen de trascendencia que en un proyecto de país. El mejor ejemplo es la única iniciativa preferente que envió al Congreso, que tiene que ver con la electricidad y su generación. Fuera de eso, la operación se ha concentrado más en colonizar instituciones a través del poder de designación de las cámaras.
Por otra parte, los grupos que componen a Morena tienen agendas y ambiciones distintas. Eso hace que los procesos de toma de decisiones al interior de sus respectivos grupos parlamentarios sean complejos en temas donde no hay una línea clara por parte de la oficina del presidente. El ejemplo por excelencia: los conflictos que hubo entre radicales y moderados del partido en el gobierno para la elección de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados en 2019 y 2020. Aunque esta decisión requiere mayoría calificada, hubo grupos guindas que deseaban un miembro de su partido, o de uno afín en la presidencia, a pesar de los acuerdos de rotación tomados al inicio de la legislatura, lo cual hizo que por varias rondas de votación no ser alcanzase el número requerido de diputados.
Otro efecto del faccionalismo es la notable actividad legislativa de algunos diputados y senadores, quienes en ocasiones logran hacer pasar su agenda personal como si fuese la de su partido, como Ricardo Monreal. A lo largo de esta legislatura, ha presentado iniciativas que, por su impacto mediático, muchos creen que cuentan con el aval de Morena, aun cuando no sucede siempre. Otra variante son los legisladores prestos a presentar iniciativas, tratando de interpretar las palabras del presidente en sus conferencias mañaneras.
Si el carisma del presidente es la argamasa de Morena, no habrá deserciones importantes en el corto plazo: todos los miembros del partido saben que es mucho menos costoso aguantar una decisión que no les favorezca que salirse. Por lo tanto, será un partido estable mientras López Obrador siga controlando la imaginación popular.
De cara a las elecciones, es posible que el presidente llegue a convocar uno o más periodos extraordinarios de sesiones, si por algún acaso viese complicado mantener la mayoría de Morena en la próxima legislatura. También se podría esperar un periodo extraordinario entre el 30 de abril y la primera semana de junio, si desease insertar un tema nacional en la discusión de las campañas.
¿Por qué no logra Morena el control que tuvo el PRI? Porque no tiene el instrumento de control sobre las carreras políticas que fue la prohibición a la reelección inmediata de legisladores y autoridades municipales. Este elemento podría, en el mediano plazo, hacer que haya políticos con el arraigo territorial suficiente para retar a su partido. Eso llevaría también a grupos políticos interesados en fortalecer la institucionalidad de su instituto político, haciéndolo más autónomo del caudillo.
En la primera ronda de reelección federal, los diputados serán leales a rajatabla, pero podría rebelarse exitosamente rumbo a 2024. Por eso ningún partido deseó aprobar esta reforma por tantos años. Dicho esto, quizás votar por la reelección de algunos legisladores o ediles de Morena no sea tan mala idea como quieren hacernos creer los partidos de oposición.
@FernandoDworak