Es conocidísimo cuando un partido político sabe que no tiene todas las de ganar, que perderá espacios a los cuales había apostado o había ganado en las últimas elecciones.
Aunque el comportamiento varía dependiendo de si se trata del partido en el poder o de cualquier otro; la sintomatología es distinta.
Todo con la siguiente salvedad: Un pacto para perder o para ganar.
Por ejemplo, en las elecciones de 2018 el PRI inequívocamente olía su derrota en la Presidencia de la República. Quizá por lo mismo hasta mandó un candidato sin presencia electoral como José Antonio Meade, que aunque buena persona era imposible su despegue frente a alguien con más de doce años haciendo campaña y con presencia hasta el último rincón del país como Andrés Manuel López Obrador.
Hay quien asegura que el Revolucionario Institucional mandó a Meade porque como externo carecía del estigma de corrupción endilgado a este partido político y, en consecuencia, con él podría intentar ganar o cuando menos amortiguar la derrota.
Hubo entidades como Oaxaca donde los abanderados priistas al resto de cargos para las elecciones concurrentes de ese año, no mencionaban a Meade ni en los boletines. Dicen que del cuarto de guerra del entonces abanderado de Morena-PT-PES, llamaron al jefe del priismo oaxaqueño para hacerle ver el inminente triunfo lopezobradorista proponiéndole cooperar a cambio de contar en todo con el siguiente Gobierno de la República.
En el ámbito federal Morena hizo lo propio. ¿O acaso alguien ha visto, leído, la persecución en contra del ahora ex presidente Enrique Peña Nieto? Éste anda quitado de la pena disfrutando de la libertad. Eso de enjuiciarlo vía una consulta popular, nadie se lo cree; ni siquiera la pregunta es exacta sobre el enjuiciamiento a ex mandatarios.
Impunidad a cambio de la debacle priista. El PRI no metió ni las manos ante la fuerza que traía la entonces coalición gracias a la presencia de AMLO; hoy ya con cierto desgaste debido al ejercicio de poder, el cual no ha gustado a la generalidad de mexicanos y mexicanas, ni siquiera al universo completo de votantes que le favorecieron en 2018.
El sector productivo se siente pateado. ¿Será por eso que en entidades del norte del país las candidaturas de Morena no han conseguido despegar como lo planearon? Por ejemplo, en Nuevo León, donde la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales, abrió sendas carpetas de investigación en contra de los candidatos a gobernador Adrián de la Garza de la alianza PRI-PRD, y Samuel García de Movimiento Ciudadano, por la probable comisión de delitos electorales.
En el caso de Adrián se le investiga por solicitar el voto femenino a su favor a cambio de la entrega de una denominada “tarjeta rosa” con la que las mujeres que participen pueden obtener dinero una vez que el aspirante gane las próximas elecciones; en el caso de Samuel, por financiamiento ilícito.
En Nuevo León, la candidata de la coalición “Juntos Haremos Historia” (Morena, PVEM, Nueva Alianza y PT), Clara Luz Flores, no ha podido levantarse tras desplomarse en la preferencia electoral cuando trasciende a la luz pública su reunión con Keith Raniere, líder de la secta NXIVM; ella pidió perdón por mentir, pero ni así ha repuntado nuevamente como esperaban los partidos que la postulan.
¿Ese apagón de Clara Luz será el trasfondo de la persecución en contra de los abanderados de la oposición? Por cierto, de mucho escándalo mediático por el momento.
El caso del gobernador de Tamaulipas Francisco García Cabeza de Vaca, del PAN, también es emblemático en pleno proceso electoral, y aunque los delitos que se le imputan no tienen que ver con asuntos electorales, pues el caso siempre impacta en el ánimo del electorado.
En fin, Morena sabe que ahora ya no tiene todas consigo, que para las próximas elecciones concurrentes ya no tiene todas consigo; que no podrá llevarse carro completo en las 15 gubernaturas, ni podrá ganar la mayoría de las diputaciones federales, ni todos los Congresos Locales, ni todas las capitales del país, como es su deseo.
Si tuviera la seguridad, López Obrador no tendría ninguna necesidad de exponerse a la crítica nacional e internacional por intentar beneficiar con su imagen las candidaturas morenistas prioritarias; claro, hay otras que siendo del mismo partido, no lo son.
Ese es el signo más inequívoco de la inseguridad de Morena en el triunfo electoral de manera apabullante como en el 2018.
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