Los partidos de oposición han fracasado en el papel de contrapeso que debieran jugar ante el peso avasallador del presidente López Obrador y la expansión territorial de Morena. El freno electoral del 2021 no respondió a un reposicionamiento opositor, sino que fue producto del desencanto tradicional que tienen los electores en las elecciones intermedias legislativas.
La tradición opositora en México no se expresa en los partidos ni en sus escenarios tradicionales legislativos o de cargos estatales y municipales, sino que se reduce a la confrontación aislada con el titular en turno del poder ejecutivo federal. Los diferentes partidos de oposición representan en el Congreso solo la suma de curules y no un programa alternativo al del partido en el poder presidencial.
Los partidos opositores carecen de vida propia y se mueven en función de los intereses de sus grupos dirigentes en la distribución de posiciones de poder, alejándose de la gran oportunidad de representar a la sociedad que no está de acuerdo con el partido mayoritario. El presidente López Obrador tuvo una oposición electoral de 47% que no se ha visto articulada en acuerdos legislativos que equilibren la precaria mayoría absoluta de Morena.
La sociedad política vota por la oposición en tanto que se trata de oposición y no lo hace porque no encuentra en los partidos opositores proyectos que coincidan con sus preocupaciones cotidianas. Por eso en todas las tendencias electorales Morena aparece a la cabeza de las intenciones del voto y las posibilidades opositoras radican en las propuestas específicas de los candidatos no oficiales.
La oposición en México no ha aprendido a construir un bloque que opere como contrapeso del partido en el poder; la oposición actual, en la cual participa el PRI que fue partido hegemónico durante muchos años, no ha sabido darle coherencia y fuerza a la suma de sus curules y ha carecido de propuestas alternativas.
Los partidos políticos han fracasado en la construcción de una cultura política opositora que no se agote en la expresión del no a cualquier costo, incluyendo las traiciones de militantes opositores que se las arreglan para entenderse con el partido mayoritario.
El sistema de partidos basado en el control oligárquico de dirigencias ajenas a la sociedad ha contribuido a la existencia de una oposición simbólica que gana y pierde apoyos en función a sus tareas opositoras limitadas y sin opciones.
El modelo histórico de la oposición fue definido por la investigadora Soledad Loaeza como “oposición leal”, es decir, sin aspiraciones hasta 1982 de convertirse en opción de alternativa. El dominio abrumador del PRI nunca fue superado por la oposición. La victoria del PAN en el 2000 no fue producto de una reconstrucción de ese partido opositor como una alternativa de gobierno, sino que fue beneficiario del desmoronamiento de la unidad interna en el PRI y del discurso mediático del candidato Vicente Fox que supo no presentarse como opción panista sino como diferencia del PRI.
En los años de alternancias partidistas en la presidencia, el partido en el poder y los partidos de oposición nunca se preocuparon por reconstruirse como propuestas ideológicas, corporativas, de clase y de representación social y las nominaciones a importantes cargos públicos se derivaron de las figuras propuestas como candidatos y no de la posibilidad de interrelacionar a los partidos con la sociedad.
La inexistencia histórica de una oposición partidista sigue siendo uno de los pasivos importantes de la democracia mexicana y continúa presentándose como uno de los vicios de los regímenes y sistemas basados en la disputa personalista por el poder y no en la presentación de opciones de gobierno.
Para el 2024, la oposición asistirá debilitada en tanto que se presente como alianza opositora y no construya una propuesta alternativa de gobierno.