El libre albedrío

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El concepto de libre albedrío, es decir, la idea de que tenemos libertad de actuar como nos plazca, es fundamental para todo el pensamiento ético.

Existen tesis que niegan esta libertad y establecen que los seres humanos somos determinados por la mente. Si esto es así toda determinación ética atribuido al hombre carece de valor y lo podemos trasladar a la sociedad.

Si el libre albedrío es una ilusión, si realmente nunca somos libres de hacer las cosas de forma distinta como las hacemos, la idea de elección moral y responsabilidad no tiene objeto.

Baste recordar que en el pensamiento religioso fue un problema planteado en los términos de cuestionar a Dios. Si Dios es perfecto, no podría crear a un hombre tan imperfecto. Este problema es resuelto por San Agustín de Hipona (354—430 D.C.) con la idea de libre albedrío.

San Agustín resuelve el problema diciendo que si bien Dios ha creado al hombre pero que este hombre tiene libre albedrío que lo lleva más de las veces a alejarse del propio Dios. Las acciones del hombre en la vida es su responsabilidad y no de Dios.

Históricamente, la respuesta teológica más importante a este desafío es la llamada defensa del libre albedrío. El argumento consiste en el que el don divino del libre albedrío nos permite tomar decisiones genuinas por nosotros mismos, y eso significa que debemos llevar vidas según una moral real, y así entablar una profunda relación de amor y confianza en Dios.

El buen hombre, el buen cristiano es aquél que vive de acuerdo a las normas establecidas por Dios, si hace lo contrario es de su plena responsabilidad y se deberá sujetar a las consecuencias de sus actos. Es el precio de la libertad humana.

Dios no podría habernos hecho este regalo, el libre albedrío, sin el riesgo de que abusáramos de él, y que hiciéramos un mal uso de la libertad al tomar las malas elecciones. Fue un riesgo que valió la pena correr y un precio que ha valido la pena pagar.

Para muchas personas, principalmente en momentos de problemas personales, el problema del mal, la presencia del dolor y del sufrimiento en el mundo, es el desafío más serio a la idea de un Dios que sea todo amor

Pero Dios no podía eliminar la posibilidad de la bajeza moral sin privarnos de un regalo mayor, la capacidad de la bondad moral. Por supuesto, si no somos realmente libres de tomar decisiones reales en nuestras vidas, como sugiere el determinismo, la defensa del libre albedrío se desmorona rápidamente.