En medio de una luz tenue resplandecía la figura de un viejo periodista en el que fue hasta finales del siglo XX el ex Convento de la Limpia Concepción. Cuando cruzamos nuestras miradas, él se levantó de su asiento y caminó unos leves pasos sobre las añejas baldosas de piedra de esa construcción erigida a finales del siglo XVI, la que desde hace un poco más de cuatro lustros es un hotel emblemático de la ciudad de Puebla. Ángel Trinidad Ferreira extendió sus brazos y me brindó un apretujón afectuoso. En medio del silencio escuché el palpitar de su corazón de azúcar.
Así de sencillo, Ángel fue siempre leal a sus amigos y con sus colegas. Aunque mi trato con él fue mínimo, las contadas veces que nos vimos fue con afecto y con un diálogo franco. Seis años antes de que yo naciera, él se iniciaba como un bisoño periodista, nuevo y sin experiencia, pero con el tiempo descollaría como uno de los más importantes columnistas políticos de la llamada “vieja guardia”.
Por diversas razones profesionales durante un tiempo mantuve un trato con periodistas de su generación. Las charlas con ellos fueron para enriquecer algunos de mis libros. Junto con Ángel podría citar a Eduardo Deschamps –uno de los pioneros del periodismo cultural, del cual fue un columnista sagaz– y a Manuel Mejido, reconocido por sus audaces reportajes y entrevistas.
A diferencia de Trinidad Ferreira, a quien yo busqué para consultarlo sobre sus entrevistas con el profesor Carlos Hank González, en el caso de Mejido fue diferente. Él me buscó para entrevistarme precisamente para elogiar mi trabajo sobre el Profesor, cosa que yo le agradecí, siendo él uno de los más grandes reporteros de nuestro país. Y los dos (Trinidad Ferreira y Mejido) fueron muy cercanos a Julio Scherer García y a Carlos Denegri. Este último les enseñó algunos trucos del oficio cuando ambos eran unos aprendices.
En el hotel Camino Real, ahora llamado Quinta Real, propiedad de Olegario Vázquez , dueño también del periódico Excélsior, de cuyos despojos se hizo propietario con la complicidad de Marta Sahagún, el viejo columnista Ángel Trinidad narra en una prolongada charla con su hijo Emilio Trinidad Záldivar sus andanzas en el periodismo a partir de sus inicios en 1951, hace ya siete décadas, cuando decidió mandar al carajo sus estudios de ingeniería para pasar a convertirse en un incipiente periodista, oficio al que se entregó en cuerpo y alma.
En su libro Charlando con mi padre (La vida de Ángel Trinidad Ferreira… Testimonio de 67 años de periodismo), Emilio da cuenta de los agravios, los buenos y los malos momentos en la andanzas del veterano periodista, con todo Ángel Trinidad confirma la sentencia de Gabriel García Márquez, “el periodismo es el mejor oficio del mundo”.
Periodista desde los tiempos del gobierno de Adolfo Ruiz Cortines hasta los inicios de López Obrador, Ángel mantuvo con sus diferentes matices un trato con casi todos los presidentes de la república, lo mismo que con políticos de todas las tendencias ideológicas, que enriquecieron su vida y su quehacer profesional.
Hace unos años, no hace mucho tiempo, acudí a un conversatorio internacional en Chiclana de la Frontera, en Cádiz, en Andalucía, muy próximos al territorio de Marruecos. Ahí nos congregamos una veintena de periodistas y escritores para hablar del periodismo y la vida.
Nos convocó la Casa de la Cultura y la Asociación de la Prensa de Cádiz, entre otros recuerdo a Fernando Santiago, presidente de la asociación de los periodistas de Cádiz, al filósofo Fernando Savater, a los escritores Xavier Pericay, Alfonso Armada, Andrés Trapiello y a la escritora Empar Pineda.
Fue un deleite convivir y escuchar a todos los participantes.
Ahora que Ángel Trinidad Ferreira descorre el telón de sus vivencias a los largo de casi siete décadas, nos habla del periodismo y la vida. Hay un tema muy particular: el de la gratitud pero no por ello menos importante, el de la envidia con sus intrigas, donde desfilan conspicuos personajes del periodismo y la política.
Rico en anécdotas y episodios del periodismo político, el libro de la conversación de Emilio Trinidad con su padre nos remite a la compleja relación entre políticos y periodistas buenos y malos, aderezada por la corrupción pero también de la amistad a secas.
En una de mis charlas con Ángel Trinidad para la elaboración de mi libro Las enseñanzas del Profesor (Indagación de Carlos Hank González… Lecciones de Poder, Impunidad y Corrupción) el veterano columnista me confió cómo a mediados de la pasada década de los setentas, en una entrevista con Hank le reveló la famosa frase que se convirtió en un aforismo de la política mexicana: “Un político pobre, es un pobre político”.
Ángel Trinidad en esa entrevista había dado cuenta de las ambiciones del Profesor quien añoraba en convertirse en presidente de la república, cuando entonces despachaba como gobernador del Estado de México y ya contaba con una inconmensurable fortuna.
A diferencia de quienes se enriquecieron prostituyendo el oficio periodístico, Ángel –quien nació para ser periodista– llegó a la vejez con dignidad llevando una vida espartana, como lo fue siempre: austero, sobrio y rígido.
Desde hace más de medio siglo vive en la misma casa que construyó con el esfuerzo de su trabajo. El mismo Julio Scherer –su compadre y amigo de toda la vida– atestiguó, ante falsos rumores e intrigas, cómo llevaba la vida uno de los principales columnistas del viejo Excélsior.