Educar y crear hábitos nos puede salvar

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Si alguna lección positiva nos está dejando esta maldita pandemia provocada por el SARS-CoV-2 (en medio del egoísmo imperante) es que, si a la población se le obliga a autoeducarse en una serie de hábitos y normas, al final con el tiempo pasarán a formar parte de la cotidianidad como está sucediendo, por ejemplo, con el  uso de las mascarillas.

Yo sé que ha sido una medida polémica y muy cuestionada sobre todo porque el tema se ha politizado y cuando la mano de la política se mete hasta adentro… genera desconfianza.

La mascarilla, alabada por unos científicos y por otros no, en cuanto el control de la transmisión del coronavirus que es un patógeno con una morbilidad considerable dada su capacidad masiva de contagio –como han esgrimido buena parte de los investigadores– tiene una transmisión aérea que la propia OMS ha debido reconocer.

El cubrebocas siempre socorrido sobre todo en varios países de Asia sobre todo en épocas de gripe estacional o bien utilizado en momentos de elevada contaminación ha sido impuesto como una moda obligatoria en casi todos los países de Occidente y no con mucho agrado por parte de la población no acostumbrada a cubrirse el rostro.

En Oriente Medio, por ejemplo, el uso de la mascarilla no ha provocado ningún malestar; la mayor reticencia ha sucedido  primordialmente en las poblaciones occidentales.

Sin embargo, andado un tiempo de utilizar el experimento masivo, fortuito y obligatorio en muchos casos (porque han existido sanciones de por medio) se arrojan datos interesantes.

En España, como en otros países, ha habido quienes han asumido el ponerse la mascarilla en interiores como en exteriores a rajatabla sabiendo además de que ha existido una normativa elevada a obligatoriedad y que conlleva sanciones de por medio.

Cada país, y creo que coincidirá conmigo apreciable lector, ha sido un gran laboratorio social de su comportamiento en situaciones de emergencia en las que, además, tiene que mantener un determinado comportamiento cívico para coadyuvar a, en este caso, reducir la transmisión del coronavirus.

Ha habido de todo y estoy, recordando, a los estadounidenses tan desunidos entre sí que además son los primeros en sacar las armas para ver a quién matan porque viven obsesionados en defenderse hasta de su propia sombra. La imposición de la mascarilla fue  infructuosa porque una mayoría se mantuvo reticente, como si cubrirse la media cara, les limitase de sus libertades más básicas.

Sin embargo, hay otros países como España, con un comportamiento promedio bastante interesante que, revela,  la importancia de la educación y de la obligatoriedad para crear hábitos.

Insisto cada sociedad ha reflejado su propio ADN. En el caso español, el pasado sábado 26 de junio, dejó de ser obligatorio el uso del tapaboca en los espacios públicos salvo en aquellos casos en los que la persona no logre guardar una distancia de un metro y medio respecto de su interlocutor que sea además no miembro de la familia conviviente.

Se reserva el cubrebocas para todos los espacios interiores y los transportes, el quid es que la gente, en su mayoría, sigue portando la mascarilla en la calle incluso para hacer deporte a pesar de que ya no es sancionable en exteriores y muy a pesar de tener temperaturas superiores a los 30 grados  y en algunos caso a los 40 grados como en Córdoba y en Sevilla.

Prácticamente la siguen utilizando por voluntad propia. Yo, como periodista, he preguntado a pie de calle y hay gente que señala cierta incredulidad en las medidas del gobierno de “ahora si te la pones, ahora te la quitas”; otros, señalan, que ya se acostumbraron y que llevarla no les quita nada sino al contrario reduce sus alergias y solo una  minoría, unos muy contados y no siempre del grupo de los millennial, ha tomado a bien no llevarla más en exteriores.

Mi razonamiento personal al respecto y ante la otra pandemia del cambio climático es que, si nos educan a fuerza de sanciones y multas para seleccionar la basura, reducir nuestra huella ecológica, no desperdiciar agua, ni luz y usar más el transporte público que el coche personal, yo estoy convencida de que todos podemos terminar educados creando hábitos de vida menos contaminantes y que a mediano plazo terminarán beneficiándonos a todos. Lo creo por completo.

@claudialunapale