El presidente López Obrador todavía no alcanzaba a disfrutar el ejercicio de su presidencia y de pronto los tiempos políticos se le adelantaron con el tema de la sucesión presidencial del 2024.
Por alguna razón fue el propio presidente quien sacó el tema a colación, Quizá por la preocupación generada por el bajo saldo electoral a sus expectativas de consolidación de mayoría. Al adelantar el tema de la candidatura presidencial de morena para el 2024, el presidente pareció entender que los tiempos no le favorecen y que requiere convertir la candidatura presidencial morenista del 2024 en una bandera de cohesión de su mayoría.
Sin embargo, el tema es políticamente arriesgado. Todo proceso de sucesión presidencial en el partido en el poder ha generado fracturas, desviaciones y tentaciones que en nada beneficia al proyecto del presidente saliente. La lucha por la sucesión presidencial es la madre de todas las batallas políticas del sistema priísta.
El proyecto de 4ª-T del presidente López Obrador estaba perfilado para una gran consolidación en la segunda mitad de su sexenio, pero condicionado a mantener una cómoda mayoría absoluta y muy cercana a la mayoría calificada. La victoria en once gubernaturas no es nada desdeñable, pero al final de cuentas el centro de las batallas de decisiones de poder estará en la Cámara de Diputados.
Normalmente, los presidentes salientes esperan hasta el quinto año de Gobierno para abrir la agenda de la candidatura presidencial de su partido. Pero las prisas presidenciales actuales para consolidar algunas decisiones están obligando a adelantar los tiempos y tensiones políticas que trae consigo toda lucha por la candidatura presidencial entre funcionarios que forman parte del mismo equipo, pero que a su vez tienen sus propios grupos de poder.
La historia política de las últimas obsesiones presidenciales ha mostrado que todas han provocado rupturas internas y sobresaltos de cambio sexenal. Y esta vez no hay indicios de que las cosas vayan a cambiar.
@carlosramirezh