En el invierno de 1987 viaje a Alemania. Por motivos de trabajo acudí al puerto de Hamburgo y a otras ciudades alemanas en un periplo que se extendió por cuatro países. Hacia finales del mes de febrero la temperatura era hasta cierto punto agradable. En ese lugar el clima no es tan extremoso como en otras partes. Para entonces comenzaban a soplar los vientos del cambio que pronto iban a alterar las relaciones geopolíticas. Dos años atrás –en la primavera de 1985– Mijail Gorbachov, el líder de la desaparecida Unión Soviética había emprendido una reestructuración económica. El régimen comunista se encontraba prácticamente agotado y la “Perestroika” consistía en la oportunidad de reorganizar el sistema socialista para sobrevivir como una potencia frente al imperio estadounidense.
Con los cambios florecerían nuevos liderazgos. Angela Merkel concluía su doctorado con una tesis sobre física cuántica y Vladímir Putin era ayudante del rector de la Universidad de Leningrado donde estudiaba la carrera de derecho. Al otro lado del mundo, al frente de Estados Unidos se encontraba Ronald Reagan, quien entró a la política tras desempeñarse como líder sindical de actores de cine e imponía la “reaganomics”, sintetizada en la desregulación del sistema financiero, cuyo final de su gobierno coincidiría con la disolución de la Unión Soviética que daría paso a 15 nuevas repúblicas.
Pero también los cambios abrían espacios al capital al tiempo que surgían nuevas élites políticas y empresariales en los países que abandonaban el bloque socialista.
Alemania se encontraba dividida como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Las diferencias entre las dos Alemanias (la República Federal y la República Democrática) eran notables. No tan dramáticas como en las dos Coreas. La del Sur, con un estilo de vida en medio de una atmósfera de un lujo desafiante y la de Norte, en los límites de la sobrevivencia. Un país en el que hace falta más pan y en el que sobran las armas.
Las reformas económicas emprendidas por Gorbachov iban a tener un fuerte impacto en sus relaciones con sus principales aliados, pero principalmente con Cuba. El cambio en la Unión Soviética se acompañó de una apertura política (glásnost), enfocada esencialmente a los derechos humanos y la libertad de expresión.
La misma Unión Soviética sucumbió al cambio para dar paso a la nueva Rusia, en tanto Alemania se reunificaba tras el derrumbe del Muro de Berlín en noviembre de 1989.
Los cambios tuvieron un enorme impacto en Cuba –cuya economía dependía de manera fundamental de la Unión Soviética– y de los países integrantes del Consejo de Ayuda Mutua Económica integrado, además de la URSS, por Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumania.
Tras el colapso del bloque socialista, las consecuencias para Cuba fueron fatales. La Isla enfrentó un prolongado “período especial”. Los cubanos vivieron inmersos en una auténtica economía de guerra. El racionamiento en el consumo fue brutal. Ante las restricciones se tomaron medidas drásticas en toda la economía, incluyendo al sistema de salud. Y aún peor: Cuba afrontó el recrudecimiento del embargo económico impuesto por el imperio estadounidense.
El pueblo cubano se ha sobrepuesto de manera valerosa a una forma de vida asfixiante.
Las opiniones se dividen en torno al tema de la revolución. Para unos, Cuba es el símbolo de la resistencia frente al acoso de Estados Unidos. David contra Goliat. Para otros, Cuba es víctima de un régimen que ha coartado las libertades y los derechos de su pueblo, y que ha sumido a su población en una permanente crisis y pobreza provocando uno de los mayores exilios.
Es evidente el hartazgo y toda vía más por el impacto de la pandemia. Las carencias han agravado la complicada situación económica de las familias cubanas.
Cuba está en un cruce de caminos. Hacía dónde se dirige. No lo sabemos. Nada es eterno. Lo que sí sabemos es que Cuba no puede seguir siendo el rehén de su destino. El pueblo ha pagado un costo muy caro y su gobierno deberá encontrar una salida inteligente, pero nunca más el de la represión.
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David Rockefeller –fundador de la dinastía que lleva su apellido– solía decir que aun en las peores crisis había espacio para los negocios.
En el “período especial” cuando Cuba atravesaba la peor crisis económica después de la revolución, Fidel Castro buscó inversionistas, pocos fueron los que se animaron a participar.
Persuadidos por el presidente Carlos Salinas varios empresarios se entusiasmaron. Bueno, eso es un decir, porque Cuba siempre ha sido vista como un botín por los hombres de “negocios”. En el pasado, la mafia del juego y la prostitución se apoderaron de la Isla, las cosas cambiaron con la revolución, más no la pobreza.
En el periodo especial que inició en 1990 y se extendió hasta el año 2000, Cuba recibió la mayor inversión de su historia. En 1994 la empresa mexicana de telecomunicaciones Domos Internacional invirtió alrededor de 1.500 millones de dólares para modernizar y proveer de tecnología punta a la empresa cubana de Telecomunicaciones e Cuba (ETEC).
El magnate Carlos Slim Helú estaba convencido de que se quedaría con el pastel completo. Pero Fidel Castro y Carlos Salinas ya tenían decidido a su ganador.
El que fuera el principal socio de Carlos Slim, Juan Antonio Pérez Simón lo cuenta así en un documento en poder de la Contracolumna:
“Cuba necesitaba modernizar su telefonía y para ello se puso en contacto con el Grupo Carso. Enviamos alrededor de 67 personas a evaluar cuánto se requería hacer para modernizar la empresa. Carlos Slim hizo uno o dos viajes y se entrevistó con Fidel Castro inclusive, proponiéndole las soluciones a las que habíamos llegado para resolver la situación de la telefónica cubana. Carlos Slim sentía que era un asunto fácil de resolver, sobre todo porque se contaba con una valuación correcta. (Slim) Le ofreció a Castro las opciones para romper el bloqueo comercial en materia de telefonía. El Banco Mexicano de Comercio exterior le había otorgado a Cuba 300 ó 400 millones de dólares de crédito.
“En ese contexto, que se encontraba en ese momento en las oficinas de Teléfonos de México, me dijo: ‘Me hablaron de la Presidencia para que acompañe al presidente a Cuba. Estoy seguro de que vamos a firmar’. Slim tomó su portafolio de Marlboro, en el que tenía guardada toda la documentación relativa al trato con Cuba, todos los antecedentes, propuestas y contratos. En el avión en que viajaba a Cuba iba también (Javier) Garza Sepúlveda, del Grupo Monterrey. Al verlo, Slim se preguntó qué estaría haciendo allí, pues como empresario era de un nivel muy distinto al de nosotros.
“Ya en Cuba, durante la comida que se les ofreció, Carlos (Slim) no se separaba de su portafolios. Fue entonces cuando Fidel Castro empezó su discurso diciendo que admiraba a tres Carlos: Marx, Salinas y Slim. Salinas no comentó nada al respecto y de pronto Castro anunció que la operación telefónica se haría con el Grupo Domo. Carlos Slim me llamó de inmediato, diciéndome: ‘Nos dieron sabadazo. Nos madrugaron’. A él lo habían llevado para fungir como ‘testigo de honor’ de la operación que se realizaría con el crédito de Bancomex. De ese modo, Carlos Salinas se deslindaba de nosotros y no le estorbaríamos en el camino para concretar sus intereses”.