La diferencia entre la prospectiva y el deseo es el conocimiento del entorno, sus inercias, oportunidades y amenazas, para así poder tomar decisiones. Lejos de ser un arte adivinatoria, nunca se tendrá toda la información necesaria. Sin embargo, entre más se tenga, mejor se entenderá el momento actual y se podrá proyectar una estrategia eficaz.
Hasta mediados o finales del próximo sexenio, el sistema de partidos estará en un periodo de replanteamiento, tras su colapso en 2018. Las elecciones de 2021 serán la confirmación de esta situación, de la cual los intentos de algunos partidos para hacer un frente electoral contra López Obrador y Morena son solo la expresión más visible.
La reconfiguración del sistema de partidos iniciará por lo local, y de ahí pasará a lo nacional. Ayudará en este proceso la reelección inmediata de legisladores y autoridades municipales, al permitir construir políticos con un voto propio a partir del reconocimiento de su trabajo. Los partidos de oposición necesitarán, si desean superar el desprestigio, apostar por la renovación generacional y reposicionarse a través de una alternativa distinta a la oferta del presidente. Pero para eso, es indispensable la autocrítica.
¿Qué sucederá con Morena? Al contrario de los deseos de muchos, no se prevé que desaparezca en 2021 o 2024: difícilmente la mayoría de los votantes descontentos por los “políticos de siempre” en 2018, volverán a elegirlos. Por otra parte, muchos cuadros jóvenes se están formando en ese partido, así como en otros afines al actual gobierno: ellos serán la élite política de las siguientes décadas, junto con los que los opositores tengan la capacidad de reclutar, formar, foguear e impulsar. Bajo esos entendidos, el obradorismo, con o sin Morena, será una corriente importante en el corto y, con casi toda certeza, mediano plazo.
Aunque Morena no se consolida como un partido plenamente institucionalizado, representa la victoria de un grupo político que se escindió del PRI a finales de los ochenta, frente a una generación que los desplazó. A lo largo de esos años un discurso excluyente y, de la mano de un líder populista, ganaron el poder. Actualmente gobiernan gracias a una narrativa de carácter moral y teleológica, pero entendible para su público y eficaz en sus estrategias de comunicación. Por lo tanto, hablamos de la derrota de un proyecto de tres décadas: para que Morena decaiga, es necesario que la oposición sea vista como alternativa y no como reacción.
Por más volátil que sea Morena, no habrá escisión alguna mientras sea más rentable para sus militantes quedarse y aguantar cualquier cosa, que tomar el riesgo de salirse y probar suerte en algún otro partido o como independientes. El factor de cohesión es el propio López Obrador, su carisma y popularidad, ante la diversidad de corrientes que no tendrían algo en común en otro contexto. De hecho, gracias a él se tienen niveles altos de votación.
Sin embargo, este estado no será eterno y puede cambiar a partir de 2023, por tres razones:
La primera: entre más legisladores y autoridades electorales tengan una base electoral propia, más presiones harán para consolidar un partido lo más libre posible de un caudillo. Bajo este entendido, la reciente renovación de la dirigencia nacional será instrumental como primer control sobre el tipo de perfiles que permanecerán tras la primera ronda de reelección, donde el instituto político será fuerte.
La segunda razón: la sucesión presidencial en 2024 puede activar las ambiciones de los grupos al interior de Morena hacia 2023. Si hay facciones predominantes, podrían ser un factor de veto fuerte para las posibles ambiciones reeleccionistas de López Obrador. Sin embargo, una oposición demasiado reactiva, cuyas apuestas son inmediatas, como frentes electorales y la convocatoria a una revocación de mandato, pueden fortalecer el discurso de víctima del presidente, ayudándolo a mantener su popularidad hasta la recta final de su gobierno.
Finalmente, se debe considerar con seriedad el escenario donde López Obrador se retire de la política en el corto plazo, ya sea por retiro voluntario o causas naturales. La desaparición del factor que cohesiona a un movimiento como Morena, en un momento donde no existen alternativas a la narrativa y discurso oficial, abriría paso a que el partido del gobierno, o alguno de sus satélites, luchen por presentarse como continuadores del legado del presidente, a través de una corriente política: el obradorismo. En ese escenario, la posible escisión de Morena no cambiaría mucho los equilibrios actuales. De hecho, muchos políticos hablan de ello en su discurso.
¿En qué consistiría? ¿Cómo podría ser el futuro mapa político de México? Veremos algunos escenarios en las siguientes entregas.
@FernandoDworak