Alejandro San Francisco
Al comenzar septiembre se conmemora un año más del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que fue uno entre tantos acontecimientos dramáticos de la historia del siglo XX. En 1939 los hechos se precipitaron en unos pocos días, primero mediante el pacto Ribbentrop-Molotov (23 de agosto) y luego a través de la invasión de la Alemania de Hitler a Polonia (1 de septiembre).
De ahí viene el origen de que cada 23 de agosto Europa conmemore el día del Listón Negro. En 2009 el Parlamento Europeo emitió su “Resolución sobre la conciencia Europea y el totalitarismo”, que proclamó el “Día conmemorativo de las víctimas de todos los regímenes totalitarios y autoritarios”, precisamente para esa misma fecha. El 23 de agosto, como queda claro, no estaba fijado al azar, sino que correspondía a una fecha histórica: un día como ese, en 1939, se había firmado el Pacto nazi-comunista, entre Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Molotov, por el cual las dos potencias totalitarias de Alemania y la Unión Soviética –dirigidas por Adolf Hitler y Joseph Stalin– acordaban el reparto de Polonia y, en la práctica, daban inicio a la Segunda Guerra Mundial. Los acontecimientos se precipitaron el 1 de septiembre, cuando los alemanes invadieron precisamente el territorio polaco.
El 23 de agosto de 1986, en 21 ciudades de Occidente miles de personas salieron a manifestarse contra los crímenes del comunismo y las violaciones a los derechos humanos ocurridas bajo sus dictaduras. Tres años después, al cumplirse medio siglo del pacto entre nazis y comunistas, se formó una gran cadena humana que abarcó Letonia, Lituania y Estonia, en una protesta que reclamaba contra la manipulación histórica y mostraba la potencia del sentimiento independentista en los países bálticos. Fue una cadena humana de 650 kilómetros de longitud, en la que habrían participado “un millón ochocientas mil personas”, que equivalía al 25% de la población de la región. Los países bálticos proclamaron “abiertamente que su objetivo era la independencia nacional”, por lo cual “la confrontación con Moscú parecía inevitable” (en Tony Judt, Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Taurus, 2012).
La mencionada iniciativa del Parlamento Europeo tenía su origen en un documento llamado “La Declaración de Praga sobre Conciencia Europea y Comunismo”. Este había señalado –el 3 de junio de 2008– que era necesario “alcanzar un entendimiento europeo de que tanto los regímenes totalitarios nazi como los comunistas deben ser juzgados por sus propios méritos terribles para ser destructivos en sus políticas de aplicar sistemáticamente formas extremas de terror, suprimir todas las libertades cívicas y humanas, iniciar guerras agresivas y, como parte inseparable de sus ideologías, el exterminio y deportación de naciones y grupos de población enteros; y que como tales deben ser considerados como los principales desastres que asolaron el siglo XX”. A su vez, sostenía “el reconocimiento de que muchos crímenes cometidos en nombre del comunismo deben ser evaluados como crímenes de lesa humanidad que sirven de advertencia para las generaciones futuras, de la misma manera que los crímenes nazis fueron evaluados por el Tribunal de Núremberg”. Por lo mismo, solicitaba la “formulación de un enfoque común con respecto a los crímenes de los regímenes totalitarios, entre otros, regímenes comunistas” y el “reconocimiento del comunismo como parte integral y horrible de la historia común de Europa”. El firmante más destacado del documento –por su liderazgo moral y por haber presidido Checoslovaquia y la República Checa– era el dramaturgo Vaclav Havel.
¿Qué decía, por su parte, la Resolución del Parlamento Europeo de 2009?
Al comenzar, reconocía el sentido del Pacto Ribbentrop-Molotov y consideraba los asesinatos, deportaciones y la esclavización en masa perpetrados en los actos de agresión de los dos países, que “entran en la categoría de crímenes de guerra y contra la humanidad” –para los cuales no se aplica la prescripción–, así como mencionaba que “la influencia y la trascendencia del orden y de la ocupación soviéticos en y para los ciudadanos de los Estados post-comunistas son poco conocidos en Europa”. Con el fin de evitar que se repitieran los crímenes del nazismo y el estalinismo, el Parlamento Europeo propuso que se proclamara el 23 de agosto como el “Día Europeo Conmemorativo de las Víctimas del Estalinismo y del Nazismo para preservar la memoria de las víctimas de las deportaciones y las exterminaciones de masa, enraizando al mismo tiempo más firmemente la democracia y reforzando la paz y la estabilidad en nuestro continente”.
La Resolución fue aprobada por una amplia mayoría, que tenía un doble objetivo, histórico y político. El tema de fondo era recordar el siglo del totalitarismo y sus secuelas, así como reafirmar el valor de la democracia como forma de organización política y modo de solución de los conflictos en la sociedad. Europa, durante el siglo XX, fue un continente próspero y dinámico, pero también fue sufrido y lleno de contradicciones: tuvo dos guerras mundiales, regímenes genocidas y “tierras de sangre” (en palabras de Timothy Snyder), millones de muertos en los campos de batalla y en los campos de exterminio, bombardeos sucesivos de ciudades y pueblos sumidos en la miseria de la guerra. Por lo mismo, el 23 de agosto representa un símbolo, que recuerda la muerte y apuesta por la vida.
Historiador
Publicado originalmente en elimparcial.es