Ceguera oficial

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Desde el siglo XIX, en México hay un hilo conductor de promotoras, activistas y mujeres en la consecución de los derechos para la mitad de la población que están en el silencio histórico. Poco sabemos de ellas y su circunstancia. No hay en este gobierno, como no lo hubo antes, una narrativa sobre las forjadoras de nuestras vidas, rupturistas y avanzadas, opuestas a la opresión, discriminación y el sometimiento histórico de las mexicanas, víctimas del sistema patriarcal.

La iniciativa de la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, para crear un Paseo de las Heroínas, es la evidencia del ocultamiento de miles de mexicanas, quienes, durante casi dos siglos —como ella lo dijo textualmente—, una y otra vez alzaron la vos para decir: “No somos ni estamos detrás, somos y hemos sido forjadoras de nuestras vidas”. Y, también en momentos de coyuntura y guerra, “forjadoras de nuestra patria”, sin duda.

Ella habla con el discurso de los hombres, reafirmando el ocultamiento, nombrando a las que limitadamente nos enseñaron los libros de texto y no de aquellas descubiertas y reveladas profusamente por las historiadoras feministas en los últimos 40 años. Repite los monótonos discursos gubernamentales y patriarcales.

Ni por asomo intentó otra cosa. No puede. Actúa al ritmo de Palacio Nacional. Reafirma estereotipos y mantiene la visión idealista de mujeres víctimas o heroicas, sin conocer a las de carne y hueso, luchadoras incansables por la vindicación femenina.

En 1824, a escasos tres años de la Consumación de la Independencia, un puñado de mujeres reclamó en Zacatecas el derecho al voto y a su participación en la cosa pública. La demanda central, aún vigente por la ciudadanía, la libertad de cuerpo y pensamiento, el derecho a la educación, el trabajo, la salud y la libre maternidad, y a ser consideradas personas.

Las demandas feministas cumplirán 200 años en 2024. Algunas han sido resueltas jurídicamente; de jure, pero no de facto. Se diría que —de cara a la violencia política y la exclusión— aún tenemos una ciudadanía incompleta. Nuestra vida cotidiana está atravesada por innumerables violencias que empezaron a nombrarse hace dos siglos. Bastaría revisar los anales de la Catedral Metropolitana o si nos queremos ir hasta antes de 1810, leer a Josefina Muriel, en Los Recogimientos de Mujeres (obra de 1974), o lo que escribió sobre la rebelión en conventos durante aquella época.

Nombraré sólo algunas de entre siglos que podrían ocupar espacios en la avenida Reforma: Laureana Wright, Dolores Jiménez y Muro, Elena Arismendi, Hermila Galindo, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Carmen Mondragón, Antonieta Rivas Mercado, Tina Modotti, Clementina Otero Consuelo Zavala, Elvia Carrillo Puerto, Rita Cetina Gutiérrez, Dolores Correa y Zapata, Laura Méndez de Cuenca, Rosaura Zapata Carmen Vélez (conocida como la “Generala»), Benita Galeana, María Izquierdo, Florinda Lazos, Aurora Meza Andraca, Margarita Robles Mendoza, Rosa Torre G., Aurora Jiménez de Palacios. Hace dos años fueron nombradas en el Calendario Cívico que actualiza anualmente la Secretaría de Gobernación. Alguien –una feminista- podría sugerirle estas cosas. Incluso, hay una lista de quienes estuvieron en la guerra de Independencia, que no son las tres o cuatro de nuestros conocimientos de primaria. Le propongo a la Jefa de Gobierno escudriñar en esa lista que hizo el filólogo e historiador Genaro García en Crónica Oficial del primer centenario de la Independencia de México, quien encontró nombres y circunstancias de las presas en la Cárcel de Belén, aquí en la Ciudad de México. Veremos.

Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx