La UNAM y el hechicero de palacio; Obrador, el presidente vocinglero

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Quienes en algún momento pasamos por las aulas de la Universidad no podemos mostrarnos indiferentes ante el acoso de nuestra máxima casa de estudios.

Antes del amanecer, mucho antes de la primera luz del día, a la hora que los hechiceros celebran sus oficios, en palacio nacional comienzan las tareas del ritual de las mañaneras para que el presidente Obrador –en su papel de brujo– comience a despotricar lanzando insultos o barbaridades sin consideración contra quien se le pegue la gana. Ahora fue la UNAM, la que a su juicio “se derechizó”, se volvió “individualista” y “defensora de proyectos neoliberales”.

Obrador es un político retrógrado, anticuado y reaccionario empecinado en tiempos pasados. Confunde el atril presidencial con un perol donde atiza, un día sí y otro también, maledicencias (cuando no insulta, difama) contra sus adversarios.

“Ya no hay abogados, sociólogos ni politólogos como antes. Ya no hay Derecho Constitucional, ya el Derecho Agrario es historia…”.

Le faltó decir también, que ya no hay presidentes con ética y autoridad moral.

Ser universitario tiene un significado.

La voz de la Universidad es palabra con vocación de verdad.

La UNAM es la arquitecta de la nación. La gran productora de ciencia y cultura del país.

En Italia hay una vieja costumbre para “curar el mal de ojo”: escupir a la cara de los sospechosos para “anular el daño causado”.

Todas las mañanas el tabasqueño escupe a la cara de los que él llama “conservadores”, o “neoliberales”, que a su entender “hicieron mucho daño al país”.

Lo peor es que su gobierno y su proyecto de la “cuarta transformación” son más neoliberales que los auténticos neoliberales. Es como escupir al cielo para que les caiga en la misma cara.

Todos sabemos –porque no se trata de un secreto de Estado– que Obrador es un fratricida y que en su ambición de poder fue capaz de traicionar a sus compañeros de batalla.

Lleva tres años desde sus mañaneras lanzando todos los días insultos, ofensas, ataques, calumnias e injurias a sus opositores.

La consultora política Spin –patrocinada por sus enemigos políticos del PAN– le ha contabilizado 61 mil declaraciones falsas o engañosas, que lo coloca en la antesala de los records Guinness como el hombre más mentiroso del mundo.

Su catarata de insultos a la Universidad Nacional son como los chillidos, propios de un vocinglero.

Obrador pasó de noche por la UNAM. El tabasqueño Enrique González Pedrero quien fue director de la Facultad de Ciencias Políticas (1965 – 1970) y luego gobernador de Tabasco ((1983 – 1987) le pidió un “favor especial” a Carlos Sirvent cuando éste se desempeñaba como director de la Facultad de Ciencias Políticas (1984 – 1988) para ayudar a Obrador a obtener su título como egresado de la UNAM, pues durante casi tres lustros AMLO tuvo dificultades para graduarse.

Tiempo después Obrador invitó a González Pedrero a ser miembro del PRD cuando AMLO dirigía el partido y lo hizo Senador en 1997. En 2006 Pedrero fue el principal asesor de la campaña presidencial de Obrador en la que resultó ganador Felipe Calderón.

Para nadie es un secreto tampoco que la Universidad es un ente político y que también está atrapada por camarillas, pero nunca antes ni aún en los tiempos del añejo régimen priista se dio una intromisión en sus tareas académicas lo cual es un atentado a la libertad de cátedra.

En abril pasado con motivo de un homenaje a José Vasconcelos a propósito del centenario del escudo y el lema de la Universidad, Fabio Moraga, investigador de la Coordinación de Humanidades y experto en el trabajo de José Vasconcelos trazó la siguiente estampa ante el rector Enrique Graue: Vasconcelos alejó a la Universidad de la imagen elitista y como rector le otorgó una misión histórica.

En abril de 1921, Vasconcelos propuso al Consejo Universitario cambiar el escudo que hasta entonces estaba formado por un águila en un nopal, enmarcada por la leyenda patria: ciencia, amor, salud y pueblo, y propuso uno nuevo con el lema “Por mi raza hablará el espíritu”.

“Imaginé así el escudo universitario que presenté al Consejo, con la leyenda ‘Por mi raza hablará el espíritu’, pretendiendo significar que despertábamos de una larga noche de opresión”, dijo Vasconcelos.

“Por mi raza hablará el espíritu” refleja la realidad de una época en la que las esperanzas de la Revolución estaban vivas, en la que había fe en la patria y el ánimo redentor se extendía en el ambiente. Ese “espiritualismo”, que profesaba Vasconcelos era parte de una corriente intelectual que se plasmó en la educación mexicana por largo tiempo y que se tradujo en las campañas de alfabetización y las misiones culturales.

Hace cuatro años (22/02/17) Cuauhtémoc Cárdenas acudió al Aula Magna Jacinto Pallares de la Facultad de Derecho de la UNAM para presentar su libro “Cárdenas por Cárdenas”, evento al que asistió el rector Graue.

Lázaro Cárdenas quien solo estudió hasta el sexto año de primaria, es uno de los mejores presidentes de México. Un Estadista que siempre es recordado por todos los mexicanos.

El rector Graue hizo una semblanza de Cárdenas: “Revolucionario, servidor público, Presidente -de un liderazgo firme e independiente-, quien expropió el petróleo para el país e impulsó la reforma agraria. Nacionalizó la red ferroviaria, que confió en nuestros campesinos y creó los ejidos, quien con sentido humanista e internacionalista asiló a miles de republicanos españoles perseguidos por la intolerancia española. Hizo las primeras escuelas indígenas bilingües y que trazó la ruta de nuestro México intercultural. De quien tuvo una clara idea de la educación superior y apoyó a que en la UNAM se establecieran Radio Universidad, la Facultad de Ciencias y el Servicio Social –que dio sentido mexicano y social a los universitarios-, y quien fundó el Instituto Politécnico Nacional”.

En el imaginario colectivo de los universitarios quizás Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría sean los presidentes más repudiados. López Obrador, sin la menor duda, se sumará a esa lista en la que se incluye el expresidente Miguel Alemán Valdés. Cuento la siguiente historia:

A Miguel Alemán le tocó la inauguración de Ciudad Universitaria en 1952. En su “honor” se develó una estatua que tenía una altura de 7.50 metros, obra del escultor Ignacio Asúnsolo. El orador oficial, Alberto Trueba Urbina, dijo entonces, que la estatua era “símbolo eterno en piedra que rivalizaría permanentemente con dos centinelas, el Popocatépetl y el Iztaccihuatl”
La estatua estaba condenada a la muerte pública.

En 5 de junio de 1965 estudiantes de Economía le prendieron fuego. La túnica de piedra, del “doctor honoris causa” cambió del oscuro impecable a un negro pegajoso.

Ocho días después, una carga de dinamita hirió a un más a la estatua. Usúnsolo la reparó y la escultura reapareció “triunfal” en la explana de CU. Se pensó que por muchos años quedaría ahí, pero en mayo de 1966 fue bañada en chapopote y el 5 de junio de ese mismo año cuatro detonaciones la decapitaron. La dinamita hizo explosión en la madrugada y no quedó testimonio de la cabeza del expresidente, que rodó por el suelo.

Esa historia tiene una moraleja para quienes añoran con pasar en un lienzo junto a los próceres de nuestra historia.