La 4T del comandante pejelagarto: Un sexenio encaminado al desastre

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El presidente Obrador emprenderá su cuarto año de gobierno a partir del próximo miércoles. Su administración ha sido un desastre al afectar a millones de personas por la implementación de una política económica draconiana. Con disciplina –como la conducta que rige entre los militares– Obrador ha aplicado una falsa austeridad que ha resultado excesivamente severa. Su gobierno difícilmente podrá cumplir lo prometido. Las consecuencias del manejo de la economía afecta en la vida cotidiana al ama de casa, al obrero, al estudiante, a los profesionistas y lo peor: ha provocado el temor de los inversionistas.

El decretazo que emitió hace unos días para clasificar como asuntos de “seguridad nacional” las obras de infraestructura de su gobierno ha merecido el repudio por su inconstitucionalidad y por pasar por encima de los poderes del Congreso y de las propias instituciones del Estado.

Su gobierno se ha caracterizado por las incongruencias de su discurso. No supo aprovechar su liderazgo para saber qué es lo que el pueblo quiere ni siquiera pudo saber hacia dónde se debía conducir y mucho menos cómo hacerlo, se enfrentó a obstáculos y no aprendió a plantear las soluciones; qué es primero, qué es después. Careció de la cualidad indispensable para saber conjuntar esfuerzos y saber ponerlos en movimiento hacia las metas. Falló al no saber despertar el entusiasmo y la seguridad; ni siquiera supo defender los principios y las acciones emprendidas por la “cuarta transformación” al no ser adecuadas y justas. Como pieza retórica su discurso en “defensa” de los pobres, podría parecer impecable, pero en la realidad, falló.

Se propuso llevar el cambio pero su proyecto fue un gran error. No tuvo un método, los hombres ni la capacidad para lograrlo.

Llegó al poder con el tercio de los votantes registrados en el padrón electoral, diez por ciento más de los sufragios obtenidos por el conjunto de sus opositores, de ahí que haya carecido de un consenso para gobernar no obstante que mantuvo de su lado el control de las cámaras legislativas.

La “cuarta transformación” como experimento político tendrá un alto costo al final de su sexenio. Quien llegue detrás de él tendrá el enorme reto de reconstruir y reconciliar al país. No es nada fácil sustituir al sistema neoliberal heredado por el añejo PRI y ratificado por los gobiernos del PAN. Lo peor de todo es que Obrador no supo cómo desmantelar el andamiaje tejido por los tecnócratas.

Desde luego el reto mayor del próximo gobierno será establecer acuerdos consensados para definir las reglas y las bases democráticas para un nuevo proyecto de país. El clamor popular es que la “cuarta transformación” no es el camino que queremos.

Ni modo, Obrador no podrá “pasar” a la “historia” como el prócer que él se proponía. Hay será para la otra.

Mientras tanto seguiremos escuchando barbaridades como la del secretario de la Defensa, Cresencio Sandoval –quien violando los estatutos militares y constitucionales– hizo un llamado público para exhortar a la gente a unirse a la “cuarta transformación”. La convocatoria del jefe castrense mereció el repudio social y al mismo tiempo la crítica internacional por la injerencia de los militares en asuntos políticos.

El obsequioso discurso del jefe militar es una muestra del agradecimiento de un grupo de altos mandos por los beneficios recibidos por la “cuarta transformación”, que los ha dotado de facultades e innumerables recursos económicos dada su participación en los más importantes proyectos de infraestructura del gobierno y en la participación de cuotas de poder.

Existe un amplio sector de los militares que no comparten el proyecto político – ideológico de la “cuarta transformación”.

Una manifestación de esa posición quedó demostrada ante el propio Cresencio Sandoval en octubre de 2019 cuando el general de División Carlos Gaytán Ochoa, quien se desempeñó como subsecretario de la Defensa Nacional, en un desayuno de militares lanzó una severa crítica contra el presidente Obrador al afirmar que los integrantes del Ejército fueron formados con valores sólidos que chocan con “las formas que hoy se conduce al país”.

Esa posición de un amplio sector castrense preocupó al tabasqueño quien alegó que la transformación que encabeza cuenta con el apoyo de una mayoría que “no permitiría un golpe de Estado”.

A partir de entonces, el presidente Obrador –quien durante décadas cuestionó a las fuerzas armadas– dio un viraje a su posición antimilitarista.

Para afianzarse en el poder Obrador comenzó a seducir a las fuerzas armadas dotándolas de mayor presupuesto y funciones dentro de su gobierno.

La “cuarta transformación” terminó por convertirse en un proyecto neo-militar que pone en riego a nuestra frágil democracia.

Los militares –desde nuestra independencia como país– han gobernado al país por más de 100 años. Manuel Ávila Camacho fue el último general que gobernó a México con el respaldo del PRI. Los militares en las últimas dos décadas se han visto envueltos en escándalos del narcotráfico. Uno de esos casos es del general Cienfuegos, ex secretario de la Defensa en el sexenio de Peña Nieto. Otro expediente fue el del general Jesús Gutiérrez Rebollo.

El temor de los mexicanos es que el presidente Obrador ahora está estimulando a los militares para que desempeñen un papel más protagónico en la política y el gobierno. Una condición que ha merecido un amplio repudio social.

El tabasqueño que se ha pasado tres años quejándose y burlándose del ex presidente Felipe Calderón por el papel de los militares en el combate al narcotráfico (le puso al michoacano el apodo del “comandante Borolas” por usar el uniforme verde olivo en su calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas), ahora frente al espejo del país podría ser llamado como el “comandante Pejelagarto”, pues resultó “ser más papista que el papa”.