Sucesión y sociedad abierta

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El proceso de sucesión presidencial tuvo un ritmo de estabilidad en tanto que se ejercía en los espacios oscuros del sistema político priísta. Cuando el presidente de la república comenzó a perder ejercicio de autoridad dentro de ese sistema, la inestabilidad en la designación del candidato del partido oficial ha generado diversos niveles de crisis de gobierno.

Mal que bien, el sistema político priísta ha tenido que modernizarse, democratizarse y someterse a escrutinio público, al tiempo que la propia sociedad ha abierto algunas ventanas de ese antiguo castillo medieval para hacer circular el aire irrespirable en su interior.

Las etapas políticas de la sucesión presidencial han mostrado una tendencia a ir de la oscuridad a la visibilidad aún poco transparente, teniendo sobre todo el hecho de que el sistema político ha tenido que ir soltando el control de los espacios públicos de su funcionamiento.

En los hechos y de manera práctica y si capacidad para evitarlo desde el poder, los medios de comunicación han jugado un papel importante en la revelación de los secretos sucesorios. En el pasado, los mecanismos autoritarios del régimen ejercían un control casi absoluto sobre los medios con prohibiciones estrictas para meterse en la sucesión.

La secrecía en el mecanismo de selección del candidato del partido en el poder se mantuvo hasta 1976 porque los operadores políticos tenían la capacidad y la fuerza para regular la información. Los tecnócratas carecieron de experiencia y el proceso comenzó a ser revelado en los medios, con la consecuente perdida de valor político que tenía la secrecía.

En términos estrictos el poder presidencial absolutista mexicano se expresa y refrenda en la capacidad del presidente en turno para imponer la candidatura presidencial de su partido. Cuando los presidentes comenzaron a perder ese poder, el presidencialismo autoritario comenzó a reducir su capacidad de control de la estabilidad interna.

La verdadera democracia que se quiere para México deberá comenzar con el acotamiento de las facultades políticas no constitucionales –pero no anticonstitucionales– del presidente de la república en el tema de la designación del candidato de su partido. El derecho al voto no es tan importante como la posibilidad de quitarle el presidente en turno su facultad sucesoria.

El único camino viable es el de la gran reforma político-electoral que introduzca el modelo de elecciones primarias a nivel de presidente de la república y gobernadores estatales. Se trata del esquema de la política estadounidense: los precandidatos se someten a una votación previa controlada por la autoridad electoral.

Este mecanismo tampoco es el ideal porque los presidentes salientes pueden incluir para impedir o bloquear el registro de determinados aspirantes. Por ejemplo, el presidente Obama usó el poder de la Casa Blanca para frenar la precandidatura de su vicepresidente José Biden y beneficiar sus compromisos secretos con el expresidente William Clinton a fin de que su esposa Hillary estuviera en las primarias sin otros precandidatos fuertes.

Del lado republicano, en el 2016 el empresario Donald Trump se inscribió como precandidato republicano a las primarias y ganó la nominación aún en contra del voto de las figuras importantes de ese partido.

Los presidentes mexicanos han designado al candidato de su partido a quienes cumplen con los compromisos de lealtad y subordinación, aunque con las evidencias históricas de que el poder es el poder y debe ser de ejercicio unitario. La lealtad ciega de Plutarco Elías Calles a su jefe político Alvaro Obregón no pasó la prueba de fuego de la lealtad sucesoria; y si bien Elías Calles modificó la Constitución para permitir la reelección de Obregón, al final el asesinato de Obregón contribuyó al fortalecimiento de Calles como el caudillo en turno.

La lealtad transexenal existe en tanto no disminuya el poder del nuevo presidente y la sumisión exigida para la asignación de la candidatura es poco relevante en tanto que el nuevo presidente existirá solo si el anterior presidente acepta la extinción de su poder. El caudillismo transexenal fue liquidado por el presidente Cárdenas al exiliar al jefe máximo Elías Calles.

La sociedad mexicana actual exige el fin del llamado proceso de sucesión presidencial.