Enrique Bautista Villegas
Resultan innegables los avances que el gobierno que encabeza el presidente López Obrador ha logrado en sus tres primeros años de ejercicio, aunque ciertamente hay muchos pendientes.
En materia de recaudación fiscal los resultados han sido excelentes, evitando que el país se haya seguido endeudando para perjuicio de todos y beneficio de un puñado de delincuentes de cuello blanco.
Obviamente quienes disfrutaron por décadas, y hasta 2018, de los programas de exención y los vicios conexos han pegado el grito en el cielo.
Los ajustes de presupuestos excesivos para programas innecesarios y suntuosos, como la tristemente célebre Estela de Luz, construida durante el calderonato, para celebrar el Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana, o el fallido aeropuerto de la ciudad de México soñado por Peña Nieto en Texcoco, que hubiera implicado el cierre del actual, quedaron atrás.
El tiradero indiscriminado de dinero y la entrega y destrucción de recursos naturales para beneficio de unos pocos, extranjeros y nacionales, ha sido parado de golpe.
La reasignación de recursos fiscales, con todas sus deficiencias y limitaciones, se ha constituido en un dique que ha evitado que, en el marco de la pandemia, se haya dado un estallido social de dimensiones mayores; la población estaba harta, por eso López Obrador barrió en las elecciones de junio de 2018 y por eso hoy mantiene una aceptación cercana al 80%.
Los programas de apoyo a los adultos mayores, a jóvenes construyendo el futuro, sembrado vida, y las becas a los estudiantes de educación media y superior, entre otros, constituyen un alivio para millones y dan esperanza a otros que, de otra forma, estarían sumidos en la miseria, o habrían tenido que abandonar sus estudios para incorporarse al ejército de marginados, en mucho, causa de la delincuencia e inseguridad que padecemos.
Resulta importante recapitular de manera esquemática y precisa las líneas de acción y políticas públicas de la denominada Cuarta Transformación. Habrán de consolidarse y concretarse algunas antes de que concluya el sexenio. Pero también habrá de garantizarse que las demás tengan continuidad después de 2024; la mayoría de los retos que implica la transformación no son de coyuntura, sino estructurales. Resolver los problemas que enfrentamos requerirá de décadas, en el mejor de los casos.
Para ello, quien sustituya al presidente López Obrador en el cargo, deberá no solo creer en el proyecto, sino garantizar en los hechos que es parte de este, y que tendrá los tamaños, convicción y dimensiones para llevarlo adelante.
El presidente ha reiterado, como lo hacen la mayor parte de los mexicanos admiradores de la historia patria, su respeto y estima por el pensamiento de José María Morelos, de Benito Juárez, de Francisco I. Madero, de Lázaro Cárdenas. En sus gobiernos está inspirado su proyecto de la 4T. Ahí están delineados los principios de igualdad, honestidad, patriotismo, equitativa distribución de la riqueza, respeto a nuestros recursos y soberanía, y democracia; la defensa estratégica de los sectores fundamentales para el desarrollo nacional, para lograr un México justo, próspero, libre e independiente.
López Obrador debe propiciar que el proyecto que ha convocado a construir se consolide en los siguientes gobiernos. Es responsabilidad de él mismo, del movimiento que encabeza, y del pueblo de México, que la designación de quien lo sustituye en esa función, cuente con los atributos necesarios, la convicción, y el respaldo suficiente, para lograrlo.