México es un país mortífero. Un país de grandes tragedias. La muerte de medio centenar de inmigrantes no solo enluta a México, exhibe la fragilidad de nuestras instituciones. La muerte está presente en cualquier lugar y nunca hay castigo para los responsables. Ahora fueron los más débiles. Los trabajadores que dejan sus tierras en sus países de origen en busca de empleo y que son tratados peor que animales y que están siempre presentes en los grandes discursos populistas.
Para los inmigrantes que cruzan nuestra frontera sur ignoran que entran por la puerta del inframundo.
Nuestros migrantes tampoco son tan afortunados. La frontera norte está sembrada de cruces en señal de luto de los miles que han perdido la vida en la búsqueda del sueño americano.
Nada peor que el discurso de la hipocresía, de la sumisión y de la resignación.
“Señor presidente Trump quise estar aquí para agradecerle a su gobierno y a usted que cada vez son más respetuosos con nuestros paisanos mexicanos. Lo que más aprecio de usted es que nunca ha buscado imponernos nada que viole a nuestra soberanía”.
A las palabras del presidente Obrador las enterró el discurso que años atrás Trump hizo sobre los inmigrantes mexicanos:
“Traen drogas, crimen, son violadores y, supongo que algunos, son buenas personas”.
Primero los pobres, es una metáfora grotesca que suena a una burla. Ayer fueron decenas de muertos en un accidente en la línea 12 del Metro y nadie resultó responsable. Años atrás medio centenar de estudiantes normalistas fueron ejecutados e incinerados y muchos de los responsables fueron exonerados, todos vinculados al crimen organizado. Solo algunos han sido castigados aunque sabemos que impera la impunidad. Lo mismo pasó con decenas de niños que perdieron la vida incinerados en una guardería de Sonora.
Son innumerables las masacres en las que han perdido la vida trabajadores migrantes, cómo los más de setenta en San Fernando, Tamaulipas o los pueblos enteros como Allende, Coahuila, dónde toda los habitantes fueron exterminados por el narco. La masacre de la familia LeBarón es un ejemplo de la barbarie que priva en nuestro país.
Ahí cuestan las decenas de muertos en el llamado culiacanazo dónde el propio presidente confesó que él dio la orden de liberar al narcotraficante Ovidio Guzmán. Ahí están las decenas de muertos por el huachicol en un poblado del estado de Hidalgo.
La muestra más grave de las grandes tragedias está en la pandemia con cerca de 285 mil muertos frente a la pésima estrategia del doctor Gatell. Nada peor hay que los más de 94 mil desaparecidos de los que nadie es responsable. Los muertos por la violencia que cada año rebasan cifras estratosféricas y que ya suman más de 100 mil en los últimos tres años.
No menos importante son los asesinatos de más de medio centenar en transcurso del actual gobierno, que hay que subrayar, se ha declarado enemigo de la prensa.
Somos un país fúnebre. Es una pena que quienes nos visitan de todo el mundo vean sus vidas amenazadas por el simple hecho de ser turistas. Es una tristeza que las playas de nuestros principales destinos turísticos estén militarizada.
Es un horror el país en el que vivimos. Y para todo, el gobierno y sus responsables, comenzando por el presidente Obrador, le echen la culpa al pasado.
Somos el país de los femenicidios. El país de las fosas clandestinas donde la tierra vomita cadáveres como las muertes de Ciudad Juárez. Las fosas clandestinas de Guerrero, Veracruz, Tamaulipas, Morelos, de donde emergen huesos hechos trizas; de ciudades como Tijuana donde la desaparición de personas ejecutadas se hace a nivel industrial al disolverlos con una mezcla de ácidos en tambos y contenedores para ser arrojados al caño del drenaje.
Un país donde casi un centenar de candidatos a cargos de elección popular fueron ejecutados desde septiembre de 2017 a mayo de 2018 como premonición de la catástrofe que estaba por llegar con el desembarco de la “cuarta transformación” en los comicios más sangrientos que se recuerden.
Somos un país triste con un pasado y un presente sombrío… y sin futuro.
Primero los pobres, es un epitafio. En México yacen cientos de cadáveres y nadie es culpable. Aquí no ha pasado nada.