En los años de hegemonía del Partido de Estado –con sus diferentes denominaciones–, se construyó todo un ritual para definir al sucesor del mandatario en turno. Los años finales de la década de los 30 y los años 40, serían testigos de la forma en que se impuso un sistema para impulsar al candidato que el Presidente de la República, en ese entonces jefe del Partido, elegía.
Escenario para el tapado
Algunos de los rasgos que se fueron conformando de este sistema que permitía la sucesión presidencial –en el sentido de herencia más que de elección–, se fueron definiendo a lo largo del tiempo que el Partido de la Revolución Mexicana se afianzó en el Poder.
Con Calles, el sistema dejó de lado las luchas armadas para apoderarse de la Presidencia; con Cárdenas, el Partido se convirtió en el instrumento que permitía formalizar la candidatura de quien era designado por el jefe del mismo, el propio presidente de la República, a través de un ajedrez político que ofrecía el espectáculo de una competencia interna en la cual el gran elector sabía el resultado de antemano.
El montaje para oficializar una candidatura, incluía los siguientes elementos: se afirmaba que el Presidente no designaba a su sucesor, sino que lo elegía el Partido. En paralelo, se retiraba a potenciales competidores para que no hubiera obstáculos en el camino del elegido. Se recurrió a recursos propagandistas como los retratos hablados de quien debía ser el candidato, que en mucho se parecían al elegido, entre otros mecanismos que se comenzaron a practicar a partir del proceso electoral de 1940.
Asimismo, se comenzó a observar como los equipos que acompañaban al candidato ganador se convertían al semillero de los aspirantes, con lo que presidente en turno podía jugar con varios de ellos a fin de no tener desde el inicio un solo prospecto que resultara fácilmente atacable.
De igual manera, los mandatarios en turno condenaron más de una vez el “futurismo”, como una manera de evitar enfrentamientos al interior del Partido. La disciplina de los militantes, quienes se plegaban a los lineamientos del jefe del instituto político, se fue volviendo cada más férrea, característica que perdura hasta nuestros días, pero que no impide que cada cierto tiempo hayan deserciones que son capitalizadas por la oposición.
Cabe mencionar, siguiendo la línea histórica que han venido presentando estas colaboraciones, que en 1946 el PRM cambia de nombre a Partido Revolucionario Institucional (PRI), nombre con el que se conoce hasta nuestros días.
Los sectores y organizaciones adherentes al PRI funcionan como centros de arranque de las candidaturas que el Presidente de la República en turno buscaba impulsar, ayudando con esto a que el mandatario no fuera señalado de ejercer esa facultad no escrita pero que era evidente que ejercía.
Asimismo, la convención del Partido en la que se elegía al candidato a la Presidencia, era un evento al que llegaba un solo aspirante, evitando que se diera alguna votación que pudiera romper con la línea que establecía el jefe del tricolor.
También a mediados de la década de los 40, se afianzó otro proceso que caracteriza a la forma en que define la sucesión presidencial en la hegemonía priísta, romper con el anterior mandatario.
Si Cárdenas exilió a Calles, Ávila Camacho y Alemán –quien además de ser sucesor del primero, era su amigo y el más afín a su forma de pensar– liquidaron el ideario cardenista al cambiar el nombre del Partido y modificar sus documentos básicos, dejando fuera temas como el apoyo a los asalariados en la lucha de clases, la educación socialista, la colectivización del ejido, además de ampliar el acceso al tricolor a las clases medias populares.
Otra característica de este proceso, tiene que ver con la forma en que se toma la decisión. Sólo el Presidente de la República sabe quién será elegido, pero alienta a un grupo de sus cercanos para que compitan, sabiendo que con eso evita que un solo aspirante reciba todas las críticas o sea, incluso, eliminado de la carrera por los que se quedaron marginados.
De igual manera, el manejo de la opinión pública era parte importante del proceso. Como ejemplo, tenemos la encuesta que el diario Excélsior llevo a cabo a finales de 1950 entre directores de periódicos de los estados del país. El responsable de un diario en Baja California, respondió que prefería a “un hombre como (Adolfo) Ruiz Cortines”. Sus palabras resultaron proféticas y Ruiz Cortines fue el señalado para competir en las siguientes elecciones.