El proceso de sucesión presidencial de 1994 terminó, con el asesinato de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de ese año, con el mecanismo de elección del candidato oficial que representaba uno de los ejercicios absolutistas del poder en México y una garantía de estabilidad del poder. La muerte del aspirante priísta, el relevo de emergencia con Ernesto Zedillo y la ruptura de éste con su antecesor dejó al sistema político sin mecanismos de ejercicio del poder.
Con altas y bajas, todos los presidentes en turno desde 1920 pusieron candidato oficial y lo llevaron a la victoria, aunque solo en el corto plazo funcionó el ejercicio transexenal del presidente más allá de su sexenio. Algunas características de las sucesiones dejaron redefinición de las reglas del juego:
1.- En 1920, el general Álvaro Obregón se levantó en armas con el Plan de Agua Prieta para impedir que el candidato oficial fuera el ingeniero Bonilla; Carranza fue depuesto y huyó de Ciudad de México rumbo a Veracruz, pero fue alcanzado por fuerzas leales a Obregón y asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla.
2.- Obregón ganó la presidencia en 1920, impuso como sucesor al general Plutarco Elías Calles y le dio la consigna de modificar la Constitución para permitir la reelección presidencial después de un periodo intermedio. Obregón logró la candidatura y se alzó con la victoria en julio de 1928, pero cayó abatido a balazos por un católico radical.
3.- Elías Calles no se reeligió en 1928 ni extendió su periodo, pero consolidó el mecanismo de presidencialismo absolutista para imponer presidente interino, otro presidente en 1932 por la renuncia de Ortiz Rubio y la candidatura del general Cárdenas en 1934. Elías Calles se asumió como jefe máximo de la revolución, pero su reinado duró hasta que el presidente Cárdenas en 1936 lo subió a un avión y lo mandó exiliado a Los Ángeles.
En este corto periodo 1920-1936 se construyó el modelo de sucesión presidencial decidido por el presidente en turno y prevaleció hasta el asesinato de Colosio como candidato oficial en 1994. El presidente Salinas de Gortari ejerció un segundo dedazo para imponer la candidatura de Zedillo, pero la sombra de Colosio se atravesó en la relación política entre los dos y Zedillo reprodujo el modelo Cárdenas e impuso el exilio del expresidente Salinas.
Desde 1994 el sistema político priísta terminó su funcionalidad operativa al servicio de la élite política gobernante y se quedó como estructura funcional de poder al servicio del PAN, otra vez del PRI y ahora de Morena. La alternancia del PAN en la presidencia en el 2000 y la de Morena en el 2018 no modificó las reglas del juego en tanto que ninguno de los dos presidentes de alternancia supo, quiso o intentó la transformación del sistema/régimen/Estado priísta, usándolo para los intereses de gobernabilidad del PAN y de Morena en la presidencia.
En este sentido, la alternancia partidista en la presidencia de la república nunca derivó en el punto central de toda transición de régimen autoritario a la democracia: el reconocimiento a los equilibrios políticos ideológicos y partidistas, y en los hechos México sigue viviendo en el régimen priísta con partidos de alternancia. De ahí la percepción muy clara de que en México ha habido alternancia de élite política y de partido en la presidencia, pero no ha existido un modelo de transición a un nuevo régimen con equilibrios democráticos.
La clave de la crisis sucesoria de 1994 se debe localizar en el error estratégico del presidente Salinas en el manejo de los resortes políticos del poder: abrió la economía a nuevas fuerzas nacionales e internacionales desestatizando la economía y liberando nuevas fuerzas sociales, políticas, productivas, delictivas, culturales y fácticas, pero sin modificar los espacios de participación en la política y en las nuevas formas de toma de decisiones.
El modelo económico neoliberal implementado por Salinas y Miguel de la Madrid en el ciclo 1979-1994 necesitó de nuevos canales de participación política, pero la estructura autoritaria del presidencialismo absolutista nunca cedió los espacios mínimos para transitar a nuevas relaciones sociales, políticas, productivas y de poder. La crisis en la sucesión presidencial no fue provocada por las reacciones anímicas de Manuel Camacho Solís como precandidato derrotado, sino que el viejo régimen no creó los mecanismos de administración de poder para definir nuevas formas de selección del candidato oficial. Camacho no estuvo de acuerdo con la decisión y retrasó la aceptación de la candidatura de Colosio, pero se quedó como secretario de Relaciones Exteriores y luego pasó a negociador de la paz en Chiapas hasta que suscribió un pacto político con Colosio para sumarse al futuro gobierno como secretario de Gobernación y desde ahí operar la transición de México a la democracia.
La responsabilidad de la crisis la tuvo el modelo autoritario de Salinas y su incomprensión de la dinámica de las relaciones sociales de poder. El error de Salinas, utilizando la metodología de la transición soviética de la dictadura comunista a la democracia electoral, fue haber facilitado la reestructuración productiva —perestroika— que modificó inclusive el papel autoritario del Estado en el control de las relaciones de producción, pero sin explorar el complemento de la liberación del sistema político —glasnost–, dejando trunco el modelo en una salinastroika sin priisnot.
El presidente Salinas fue víctima de sus propias contradicciones y de sus incapacidades autoritarias para construir un verdadero tránsito de México del viejo régimen priísta al nuevo sistema democrático con economía abierta y globalizada. En este escenario se ubica la verdadera agenda de la guerrilla del EZLN en Chiapas como oposición a la propuesta de globalización productiva y subordinación económica del Tratado de Comercio Libre con Estados Unidos y Canadá: el grupo radical armado venía desde la guerrilla de los años setenta que prohijó la represión del 68 y sobrevivió en Chiapas al modelo de globalización económica, aunque después de la derrota militar y política el EZLN se sacó de la chistera del subcomandante insurgente Marcos una agenda de derechos indígenas que quiso implosionar el régimen republicano con la exigencia de reconocimiento a las naciones indígenas existentes en la retórica, pero inexistentes en la realidad.
En este contexto, el asesinato de Colosio tuvo tres efectos:
1.- Liquidar el modelo del dedazo presidencial como solución de continuidad, personal de grupo y de proyecto del presidente saliente y quedarse a la espera de una transición a nuevas reglas del juego político.
2.- Evidenciar la ineficacia del funcionamiento del viejo sistema político presidencialista, autoritario y piramidal en una economía con nuevas fuerzas sociales, políticas, culturales, transnacionales y delictivas, planteando los escenarios de la necesidad de un nuevo régimen.
3.- Mostrar la incapacidad política y estratégica de las élites para construir acuerdos de definición de nuevo sistema/régimen/Estado y condenar al país a sobresaltos sexenales por la inexistencia de nuevas reglas de poder y la continuidad de las disputas legales e ilegales por acceder al control de la política
Los presidentes Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto y ahora López Obrador han encarado la designación del candidato oficial del partido en el poder sin entender que el viejo modelo convertía el dedazo presidencial en la verdadera elección y desde el 2000 no ha sido así. El problema de origen fue la incapacidad de Salinas para equiparar el viejo régimen político priísta con las nuevas relaciones sociales y productivas derivadas de la globalización.
Al final de cuentas, la crisis del modelo de designación del candidato presidencial del partido en el poder es una crisis de sistema/régimen/Estado y de incapacidad de las élites gobernantes para entender la urgencia de transitar de un país presidencialista autoritario a una república de leyes, instituciones y equilibrios sociales.
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