La guerra Rusia-Ucrania inducida por Estados Unidos está señalando un marco referencial importante para la sucesión presidencial mexicana: a la prioridad de la crisis económica, del colapso de seguridad y de los estragos sociales de la pandemia se suma ahora el reacomodo en modo de realineamiento del papel de México en el escenario internacional.
La crisis asiática fue una oportunidad para México en su importante espacio de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, pero con resultados anticlimáticos por el dominio de Estados Unidos de ese organismo y la falta de una propuesta mexicana para caracterizar la guerra y proponer salidas diferentes.
En términos estrictos, la Casa Blanca nunca ha puesto candidato presidencial mexicano, pero el papel de los intereses estadounidenses ha sido siempre un factor de calibrado de la política exterior mexicana. El nacionalismo defensivo de México pudo tener efectos al interior de la clase política mexicana, pero nunca definir el perfil de los sucesores.
La dependencia mexicana del Tratado de Comercio Libre fijó los criterios de las relaciones internacionales de subordinación para situaciones de relaciones exteriores tradicionales, pero la guerra Rusia-Ucrania ha formado parte de un replanteamiento de la política de seguridad nacional imperial de la Casa Blanca que México debiera de tener claro en cuanto a la prevalencia del nacionalismo defensivo.
El otro factor que hasta hoy no parece tener espacio en el escenario sucesorio mexicano es la coincidencia de elecciones presidenciales en Estados Unidos en noviembre de 2024, pero con circunstancias peculiares locales: la crisis de consenso interno, el radicalismo desestabilizador de la ultraderecha, la reactivación del racismo y la configuración de una nueva generación de políticos activamente conservadores bajo el mando de Donald Trump.
No existen indicios razonables que consoliden la percepción de que el presidente Biden, que 2024 tendrá 82 años, quiera reelegirse, pero sí se tienen escenarios preocupantes por la declinación electoral de los demócratas, la posibilidad de que Trump sea el candidato republicano y las confrontaciones violentas internas que puedan desestabilizar el proceso electoral.
El presidente Biden está consolidando un poder transnacional para sus intereses de reelección personal o de su partido en la figura declinante de la vicepresidenta Kamala Harris, pero en medio de la configuración de un bloque poderoso de los demócratas que articula importantes grupos de interés de los expresidentes Clinton y Obama y su decisión de tratar de imponerle candidato presidencial a Biden.
La política exterior de relaciones con Estados Unidos del presidente López Obrador no es de confrontación ni de independencia ideológica o económica, sino de criterios de autonomía política en la toma de decisiones. El presidente mexicano no oferta ninguna opción socialista-comunista ni estrictamente populista, pero mantiene con insistencia y coherencia la prioridad de un gobierno de preocupaciones sociales y de la reconstrucción de la preponderancia del Estado en áreas que considera de exclusividad para los intereses públicos.
Aunque será importante el escenario internacional y estadounidense en los valores a tomar en cuenta para decidir la candidatura presidencial, la prioridad del presidente López Obrador para inclinar la balanza a favor de su sucesor será la política interior de apoyo social a sectores vulnerables y la defensa de áreas de exclusividad económica para el Estado que existían en el pasado y que fueron abatidas por el neoliberalismo salinista.
En este contexto, la geopolítica de la sucesión presidencial mexicana en 2004 tendrá de manera prioritaria un escenario nacional.