Mi querido Luis Enrique Mercado (LEM) fue una víctima más cobrada por la guadaña de la pandemia que azota a México como a pocos países por el criminal desempeño del gobierno para enfrentarla, que es deliberado para concentrar poder en manos del presidente y usarla electoreramente.
Conocí a LEM a principio de los 80 cuando yo trabajaba en Banco de México y estaba encargado, entre otras cosas, del vínculo con la prensa financiera que se había vuelto crucial para explicar la grave crisis económica en la que culminó la docena trágica populista 1970-1982.
Pocos cronistas entendían tan bien lo que ocurría como LEM y ninguno lo explicaba con igual claridad, lo que no era fácil dada la jerigonza técnica del banco central, y era ardua para expresarla en lenguaje llano, que explicara mejor lo que hacíamos para superar la crisis.
De esa relación profesional surgió una gran amistad. Nos quejábamos de que el único periódico especializado de la época, El Financiero, era un feroz enemigo de la economía de mercado y defendía el ideario demagógico que llevó a la debacle, pues su director era un populista irredento.
De esas conversaciones surgió la idea de crear un diario dedicado a temas económicos y financieros que creyera en la economía de mercado, la libertad individual y el Estado de derecho, como las bases para alentar el desarrollo económico y generar riqueza para todos.
LEM, seguía la tradición de grandes economistas como Henry Hazlitt y Walter Bagehot, que nunca estudiaron formalmente la disciplina pero fueron geniales editores de medios especializados en ella, y diseñó un sólido proyecto para El Economista, que presentamos a inversionistas interesados en sufragarlo.
Así nació el nuevo diario en 1988, con una planta de jóvenes periodistas de profesión, a los que LEM les enseñaba los rudimentos de economía, y un grupo de economistas recién salidos de las aulas del ITAM, a los que instruía en cómo escribir en forma asequible para lectores no expertos.
LEM me invitó a colaborar con una columna semanal, que bauticé con el nombre que aún tiene hoy, la primera de las cuales apareció en el número inaugural de El Economista, que fue mi casa editorial los siguientes 20 años, hasta que sus dueños lo vendieron.
Mercado, además de ser un gran periodista era un editor valiente. Cuando le pedí publicar a diario mi columna para alertar a mis lectores del grave peligro que encarnaba uno de los candidatos presidenciales en 2006, accedió con gusto aunque me informó que no me pagaría lo mismo que antes por cada artículo.
Nunca me censuró, salvo una columna en la que hacía una severa crítica al monopolio telefónico que sufría el país. Él editó el texto para omitir la alusión a Carlos Slim, y cuando le reclamé, me dijo con sardónica pero amigable sonrisa que sí no había entendido todavía que todos éramos ya vasallos de ese señor.
En los últimos años nos volvimos a encontrar en las páginas de Excélsior, y también con otros amigos que lo quisimos mucho. ¡Buen viaje y nos vemos pronto!