Putin nos torció el destino

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Hace doce meses, ningún gurú, ni estratega internacional, avizoraba una guerra con Europa como epicentro, con Rusia como agresor y con la OTAN como aval financiero y proveedor de armamento involucrado indirectamente. Nadie creyó que sería un año tan duro y tan sombrío que ha estado a punto de desencadenar un conflicto nuclear.

El rebote al 6% de  la economía global del año pasado –según el FMI– inició con un pronóstico temprano de crecimiento para  2022 en torno al 5% en un año que estaba llamado a ser el de la resiliencia y que tenía como expectativa que la Organización Mundial de la Salud (OMS)  levantase la declaración de pandemia instrumentada desde el 14 de marzo de 2020.

En enero, había optimismo por recuperar todo lo que la pandemia se llevó: las empresas de exportación e importación esperaban la vuelta a la normalidad de las cadenas de suministros y de distribución; las familias ansiaban volver a viajar sin restricciones y tomar decisiones a corto,  mediano y largo plazo bajo un escenario más certero sobre todo en lo que refiere a inversiones y créditos.

En el escenario de la geoeconomía se esperaba un encuentro entre los mandatarios de Estados Unidos, Joe Biden y de China, Xi Jinping para rebajar la tensión mutua derivada de la guerra de aranceles desatada por el republicano Donald Trump, durante su estancia en la Casa Blanca. Y en el plano geopolítico, estaba abierta la puerta para otro  vis a vis entre Biden y el dictador ruso, Vladimir Putin, como aconteció en junio de 2021, en Ginebra, Suiza. El tema más relevante: la renegociación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas.

Biden además ya había dado indicios de volver a la mesa de negociación con Irán para resucitar el pacto nuclear que Trump mandó a la hoguera tras sacar a Estados Unidos del mismo. La agenda política sobre todo estaba marcada por las elecciones legislativas y para renovar algunas gubernaturas en Estados Unidos hacia la recta final del año, justo el 8 de noviembre.

La mayor consternación global en enero pasaba por ver al dictador norcoreano, Kim Jong-un, ordenando a su ejército una nueva batería de pruebas de misiles: comenzó el 5 de enero y luego el 11 con dos misiles hipersónicos. En total, en el primer mes del año, lanzó seis misiles a pesar de que Washington apretó más la tuercas de las sanciones y la ONU pidió a Pyongyang  detener las pruebas balísticas y nucleares y se sumó a las sanciones. Corea del Norte ha lanzado 70 misiles a lo largo de 2022.

Para el segundo mes del año, la invasión de Rusia a Ucrania, cambió totalmente el panorama y el derrotero del resto de los meses quedaron condenados a la incertidumbre de la guerra y orbitando bajo la zozobra de una escalada nuclear o de un misil cayendo en territorio de la OTAN. Los periódicos de todo el mundo hablaron del inicio de la Tercera Guerra Mundial.

Para la posteridad han quedado grabadas  las palabras de Joseph Borrell, alto representante de Exteriores de la UE, acompañado por Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, mientras las tropas rusas avanzaban en territorio ucranio: “Estas son algunas de las horas más oscuras de Europa desde la Segunda Guerra Mundial”.

 

A COLACIÓN

Los efectos de la guerra y de las consecuentes sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados comenzaron a sentirse con efecto dominó en toda la aldea global de forma más acuciosa a partir del segundo trimestre del año.

Las dos economías –ucrania y rusa– venden la mayor cantidad de cereales en el mundo y no lo están haciendo con la regularidad acostumbrada: la ONU indica que, entre 2018 y 2020, nada más Rusia y Ucrania proveyeron el 44% del trigo consumido por África.

Solo de los puertos ucranios controlados por Rusia deben salir  de 50 a 60 millones de toneladas de alimentos al mundo. No solo África ha resentido la inusitada situación también Europa, América y Asia. El Banco Mundial calcula que todo dependerá de la duración de la guerra en Ucrania y de cómo afectará las cadenas de suministros que por el momento siguen desbalanceadas.

António Guterres, titular de la ONU, ha puesto en perspectiva lo que ha acontecido a lo largo de estos doce meses calificando la actual situación de algo inédito porque hay una crisis tridimensional: alimentaria, energética  y financiera.

El peor espectro económico ha llegado a la escena geoeconómica: la estanflación junto con el augurio de recesión, los organismos internacionales en la recta final de 2022 han comenzado a reajustar a la baja sus perspectivas advirtiendo que aumentará la pobreza en el mundo y habrá una mayor vulnerabilidad financiera.

La estanflación es uno de los desórdenes económicos más dañinos para la fuerza laboral y para el tejido social porque es un destructor del ingreso y del bienestar.

De acuerdo con Kristalina Georgieva, titular del FMI, la actividad económica mundial está experimentando una desaceleración generalizada y más acentuada de lo previsto, con la inflación más alta registrada en varios decenios. La economista explica que en menos de tres años “no hemos hecho sino afrontar un shock tras otro” primero el coronavirus, luego la invasión rusa y las catástrofes climáticas. La guerra de Putin ha dado al traste con todo.

@claudialunapale