“Prohibido prohibir”: vacuna contra la ley. Inconciencia e iniquidad

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Domingo 7 de febrero 2021. Atardece. Hay sol. Al mirar hacia el cielo, la atmósfera se ve sucia. Ahí andan volando virus. Unos airecillos tristones mueven las hojas de los árboles. En un poste, una ardilla mordisquea los cables de luz e internet. No se escuchan ruidos. De pronto, algún pajarillo canta. Se deja sentir la desolación.

En esta calle no hay ninguna persona afuera. Todos están encerrados. Así son los días desde hace casi un año. Entre semana pasan los barrenderos, alguno sin cubreboca-nariz, lo que hace que se le rehúya; si uno le pide ponerse la mascarilla, medio riendo dice “perdón”; el horror: habló. Pasan gritando “basuraaaa”: se cierran las ventanas. Podrían tener una campana con sonido diferente a la del camión.

Nadie les ha explicado, ni a ellos ni a millones, que a mayor fuerza de la voz, más virus salen y llegan más lejos, hasta a 250 metros en un instante.

Hay mensajes locales tan dañinos, que motivan lo contrario: “Mientras llega tu turno para la vacuna, usa cubrebocas”. Así, tal cual. En consecuencia, mucha gente deduce que, una vez vacunados, se podrán dejar las medidas sanitarias de seguridad. Me “chismearon” de una persona (en teoría, con rígida formación disciplinaria) que, sin que fuera su turno, menor de 30 años, fue vacunada (primera dosis), por lo que anda sin cubreboca-nariz y sin respetar la distancia de seguridad, convencida de no contagiarse ni contagiar.

Tampoco se ha explicado que entre los síntomas iniciales del Covid-19 está la rinofaringitis, atendida por otorrinolaringólogos, muchos en consulta privada; en Oaxaca, no han recibido la vacuna porque no los han considerado como médicos que se enfrentan a un alto riesgo de contagio.

López-Gatell cree que millones ven su conferencia diaria. No. Cree que todos los medios de comunicación difunden sus mensajes. No. El gobierno cree que todo el mundo utiliza redes sociales. No. El gobierno cree que todo el mundo lee noticias. No.

El gobierno cree que no se necesita una campaña informativa coordinada, con mensajes claros, eficaces, contundentes, sobre todo en la televisión abierta y en la radio. Si no quiere pagar spots, al menos que llegue a un acuerdo de colaboración. Una tregua.

Colaborar: Es triste que el presidente haya tenido que hablar con el director de Pfizer para pedirle que enviara las vacunas a tiempo; se retrasarán otra vez (según le dijeron, una semana). Tal vez lo hizo previo enojo con sus colaboradores. Ojalá renueve parte de su equipo y decrete la producción urgente de vacunas anti Covid-19 en México vía la colaboración con laboratorios privados: nos tienen en sus manos, a todo el mundo. Por el momento, no hay de otra, pues se van a necesitar durante varios años.

La emergencia en la que México está, debería motivar al gobierno a declarar un confinamiento total por 30 días, salvo para los trabajadores de los servicios esenciales. Pero nada lo motiva. Prefiere que miles trabajen y mueran por Covid-19, prefiere que se abran comercios no esenciales con tal de no “perder” dinero.

El gobierno podría lograr acuerdos con empresarios para brindar apoyo compartido a los empleados y así hacer posible un confinamiento total temporal.

Los pequeños comerciantes y los ambulantes también podrían recibir un apoyo por parte del gobierno. Quizá piense que no vale la pena gastar el presupuesto en ellos de, por ejemplo, el Tren Maya.

Se requiere que el presidente haga un llamado a la Nación, con un mensaje claro, sin “rollos”, decretando este confinamiento total-temporal, con normas puntuales y con las sanciones respectivas. Y, por decreto, indicar quiénes estarán autorizados a desconfinarse.

Deberá evitar su “prohibido prohibir”. Miles piensan: “Podemos salir a la calle, podemos vender, vengan a comprar, ya ves lo que dice AMLO: si él no prohíbe, es porque nadie nos puede prohibir nada”.

Pablo de Tarso, brillante, a los romanos, que sabían de leyes y de violaciones éticas, les habla en sus propios términos. Quizá nuestro presidente, cristiano, no ha comprendido lo que explicó hace dos mil años.

En breve: De Noé a Moisés no había ley. Pablo, a pesar de su alta instrucción académica, vivió un tiempo como si no hubiera ley, por lo cual sentía que no cometía delitos (pecados). Dice Pablo que él conoció el pecado porque conoció la ley: “hubiera ignorado la codicia, si la Ley no dijera: ‘No codiciarás’”. Expone que el pecado o delito se aprovecha de la ley y, por ello, las normas que debían hacerlo una mejor persona no le funcionaron: siguió “pecando”, a pesar de conocer la ley. Algo faltaba.

En consecuencia, afirma: “Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco”. Pero, después entendió.

Esto me lleva a intentar comprender por qué hay miles de personas en las calles y centros comerciales, comprando y vendiendo nada esencial, haciendo fiestas, promoviendo diversiones populares sin respetar las normas sanitarias; gente que, con razón, está convencida de que es obligación del gobierno brindarle servicios de salud, pero que no quiere obligarse a respetar las instrucciones sanitarias de emergencia. Difícil comprender que haya personas que no aborrezcan lo que deberían aborrecer: exponerse a un virus más mortal que el VIH, exponiendo a sus seres queridos y a la comunidad.

Con su “prohibido prohibir”, el presidente ha llevado a muchos a actuar con inconciencia y/o franca rebelión confundida con libertad. Incluso la anarquía está presente en ciertas zonas.

Hemos visto que algunos “opinan”: “Todos nos vamos a morir”, “De algo nos tenemos que morir”, y ya. Quizás el presidente piense que esta es la “sabiduría” del “pueblo sabio”. Se equivoca. O quizás él también piense así. Le recordamos que sabiduría es saborear todo lo que es bueno para el ser humano y que, como creyente, se supone que sabe qué es lo bueno.

Ni siquiera en estos meses de pandemia el gobierno se ha preocupado porque las explicaciones lleguen a quienes padecen de “infodemia”. Contra este virus-desinformativo, el gobierno no ha querido producir ni vacunas ni medicamentos. Quizá cree que la gente no comprende: se vuelve a equivocar. No ha detectado que esta enfermedad que afecta las conciencias se contagia porque su limitado medio de comunicación no llega a todos y por la falta de estrategia de comunicación, al menos en el contenido de los mensajes que, entre él y su equipo, son contradictorios: ya aliviado, tampoco quiere utilizar cubreboca-nariz. La vacuna más eficaz para controlar la desobediencia tendrá que inocularse vía espacios televisivos y radiofónicos en todos los horarios, pues las conferencias de prensa tienen menor rating y alcance que otros programas y noticieros.

Para muchos, el “prohibido prohibir” del presidente significa que las leyes no merecen ningún respeto y que no habrá nuevas leyes que “prohíban” andar en las calles, no utilizar mascarilla-cubreboca-nariz, no guardar distancia de seguridad, no hablar en espacios concurridos, no reunirse en grupos mayores a seis personas, etcétera. Esta su máxima le conviene: “Sin ley, no creo derechos ni obligaciones y como gobierno no tengo ninguna obligación. Mejor prometo ‘amor’ y ‘libertad’”. Incluso, su mortífera máxima atenta contra derechos universales, como el derecho que todos tenemos a vivir.

Es posible que a muchas personas que abren sus comercios, que van a trabajar, les suceda lo que a Pablo: “hacen lo que no quieren” y “no hacen lo que quieren”: aunque quieran y deban permanecer en casa, tiene que salir a buscar el sustento.

Muchos, como Pablo, tienen “el deseo de hacer el bien, pero no el realizarlo”, por lo que hacen el mal que no quieren y no el bien que quieren, porque aunque quieran hacer el bien, no pueden hacerlo. ¿Cómo seguir una recomendación si siguiéndola se da un mal mayor, como no tener con qué alimentarse? ¿Cómo dejar de trabajar sin ningún apoyo? El Congreso debería dictar leyes temporales y designar apoyos para el bien individual, por el bien común.

Dice Pablo que cuando hace lo que no quiere, no es él quien lo hace, sino el “pecado” que reside en él; como ya conoce la ley y sabe lo que es pecado o delito, en esta etapa de concientización Pablo reconoce que transgredió. Y continuó evolucionando.

Se entiende que esto implica una toma de conciencia del bien y del mal, de las leyes y del actuar. Así, Pablo hace un bien que no quiere porque está prohibido hacer un mal; y hace el mal que no quiere, aunque quiera hacer el bien que marca la ley.

Vemos el proceso de toma de conciencia de Pablo: Llegó el momento en que aprendió obediencia: “aunque no quiera obedecer la ley, puesto que es buena, la voy a respetar”. Si no hay leyes para controlar el comportamiento, no se concientizará el mal que los ciudadanos podemos dejar de hacer ni el bien que podemos hacer. Aunque nos cueste.

En este camino, cuando se opta por el bien, propio y común, ya no se comenten delitos o pecados, no sólo porque se obedezcan las leyes sino por convicción y justicia y, luego, como en Pablo, por amor, porque ya no vive él, sino que es Cristo —el hombre que llevó la ley a su plenitud porque “el amor es la plenitud de la ley”— quien vive en él.

Lo que ha hecho el presidente con su “prohibido prohibir” es grave: Ha quitado la oportunidad de que a muchos se nos despierte la conciencia. Quizá tiene miedo. Incluso, esta fórmula macabra es vitamina para el mal. Que no olvide que también tiene responsabilidades éticas y morales con los mexicanos y consigo mismo.

Esta paradoja presidencial —similar a la que vemos en algunas paredes: “Prohibido anunciarse”— me hizo recordar lo que dijo Gabriel Syme: “una paradoja puede despertar en los hombres la curiosidad por una verdad olvidada”.

Todo lo anterior, más los discursos de “amor, libertad y responsabilidad” presidenciales y los miles de muertos y enfermos en México me hacen pensar en los tiempos anteriores al Diluvio: La iniquidad —maldad, injusticia— prevaleció porque no hubo prohibiciones, porque todo se podía hacer, porque no hubo formación de conciencias ni leyes para el bien de la humanidad.

Su mensaje “prohibido prohibir” está causando mucho daño a las personas: Las está vacunado contra la obediencia y contra toda ley. ¿Cuál es su plan?