A nadie debe sorprender que el PIB de 2020 haya sido de -8.5%, porque, inclusive, se esperaba de -10%. La razón se localiza en el confinamiento y la suspensión de actividades productivas en el segundo trimestre del año. Lo malo, sin embargo, es lo que viene: cómo reactivar la económica sin facilitar los contagios.
Detrás del PIB y el virus se localiza el modelo económico distorsionado. Como país terciario, México abandonó la investigación científica y disminuyó el gasto en salud. Ahora se pagan las consecuencias de la falta de enfoque estratégico del país desde la segunda mitad del siglo pasado.
El PIB va a seguir reflejando la capacidad de creación de riqueza: sin PIB no habrá bienestar. Eso sí, al crecimiento económico le deben seguir decisiones y políticas de distribución de la riqueza. La cifra oficial de 4.6% de PIB positivo para 2021 reflejaría sólo el rebote del hoyo productivo de 2020, aunque ya hay indicios de que podría ser menor a 3%. La única tendencia estable es la recogida por el Banco de México: un PIB promedio anual de 1.5%-2% en los próximos diez años, con necesidad mínima de 4% y meta ideal de 6%.
El efecto económico y productivo del COVID-19 será desastroso para la economía y la sociedad en México. La única manera de atenuar los impactos negativos sería con un gran pacto sociedad-Estado-gobierno, pero no ha indicios de que vaya a darse.
Así que hay que prepararse para un largo periodo de cinco años de penurias económicas y sociales y un virus que no podrá controlarse con las vacunas. El gobierno podría apoyarse en la medicina privada, pero estamos ante un Estado egoísta que no quiere que nadie intervenga, pero tampoco ofrece soluciones sociales.
Vienen tiempos difíciles en materia de salud y no se ven luces al otro lado del túnel, sino el faro de un tren en sentido contrario a toda velocidad.
@carlosramirezh