Economía moral: pobreza y distribución de la riqueza

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A Max Weber le costó un enorme esfuerzo de reflexión llegar a vincular el modo de producción capitalista con una religión que apelara a la justicia moral: la ética protestante y el espíritu del capitalismo y abrió una polémica que Francisco Gil Villegas ha documentado exhaustivamente en un monumental libro Max Weber y la guerra académica de los cien años (Fondo de Cultura Económica, 2013, mil 19 páginas).

El dato puede enmarcar la lectura acuciosa del libro del presidente Andrés Manuel López Obrador Hacia una economía moral (editorial Planeta, 2019, 190 páginas). La economía moral, a decir del economista Julio Boltvinik, quien desde finales de 2018 escribe la columna “Economía Moral” los viernes en el periódico La Jornada, es una economía de resistencia a la economía de mercado.

Pero se trata de una confrontación filosófica, ética, no productiva. Y ahí es donde toda referencia a la economía moral debiera de convocar la presencia de Weber y su indagación sociológica-religiosa sobre los valores morales de una economía no para el bienestar sino para la configuración de almas buenas. Por eso Weber se nutrió del calvinismo moral de la reforma católica y acuñó el concepto “ascetismo intramundano”, asumiendo el ascetismo que busca la felicidad por el camino de la negación de los placeres materiales o mundanos y hasta la abstinencia.

En este sentido, Boltvinik refiere a E.P. Thompson en The moral economy of the peasant para plantear las vertientes de la inmoralidad de lucrar con base en las necesidades de la gente y las necesidades de una economía moral de los pobres.

El problema radica en los planteamientos de justicia –tampoco referencias a John Rawls, por ejemplo– ni plantea metas cuantitativas: qué es el bienestar de la gente en materia de ingresos, excedentes para ahorro, gastos personales y sobre todo y de manera fundamental a la forma de trastocar las cifras de distribución del ingreso por familias en deciles –grupos de 10%– que determinan pobreza y riqueza, en donde, en la actualidad, el 20% de los más ricos se quedan casi con la misma riqueza que el 80% de las familias medias y pobres. No hay una fórmula real, pero los economistas acuden al modelo de Vilfredo Pareto que dice que el 80% de las personas debe vivir con holgura y sólo el 20% en la penuria; es decir, la meta cuantitativa sería sacar de la pobreza y la marginación al 60% de los mexicanos para invertir la pirámide de la desigualdad.

En este escenario se debe leer el libro de López Obrador, redactado como programa de gobierno y no una indagación teórica para hacer propuestas que lleven a un modelo ideológico-económico de economía moral. López Obrador no es economista, pero toda oferta de modelo económico –aún los gobernantes que toman decisiones basados en propuestas de su equipo económico– debiera de tener un sustento analítico del modelo que sirva para construir un nuevo modelo.

En economía no tienen mucho soporte las afirmaciones morales; se requieren metas cuantitativas. Y ahí es donde se podría percibir, de existir, la veracidad de un nuevo modelo económico basado en el funcionamiento complejo de una economía productiva. Es decir, qué modelo de producción, comercialización y consumo va a ser la alternativa moral a la economía de mercado de Adam Smith.

El libro de López Obrador requiere de un gran debate que pueda darle valor estructural en el sistema prodsuctivo mexicano a los objetivos de ascetismo poscalvinista.

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