El tema del narcotráfico será central en este 2020 en la campaña presidencial del presidente Trump. De nueva cuenta ha regresado a culpar a México del flujo de droga y de la presencia de cárteles en territorio estadunidense denunciada por la DEA en su reciente evaluación.
La relación bilateral con el narco como factor esencial ha llevado a un juego de apariencias: los EE. UU. fingen que quieren reducir el tráfico y México hace suponer que está combatiendo la producción y trasiego.
La realidad es otra: los EE. UU. no pueden vivir sin la droga mexicana y la propia, porque una baja en el flujo de droga en las calles conduciría a violencia social. En 1996 el periodista Gary Webb publicó en el diario local californiano San José Mercury News varios reportajes que probaban que la CIA había vendido droga en zonas afroamericanas de Los Angeles en los ochenta para usar esos fondos en financiamiento de la contra nicaragüense durante el gobierno de Reagan. Presiones de la CIA revirtieron la denuncia y en el 2004 Webb apareció muerto con indicios de asesinato y no suicidio.
La droga es un factor de estabilidad social en los EE. UU., pues tres cuartas partes de los 30 millones de adictos son gente de violencia que roba para comprar drogas. Lo que Washington quiere es controlar flujo de droga, precios y sobre todo recursos financieros de los narcodólares.
El reciente reporte de la DEA culpa a nueve cárteles mexicanos de controlar el tráfico y venta de droga en 3 mil ciudades estadunidenses. El dato conduce a preguntas importantes: cómo ingresaron, quién les permitido cruzar, cómo viven los narcos sin requerimientos migratorios, con autorización de quiénes se puede pasar la droga masiva al interior de los EE. UU.
Una buena estrategia mexicana contra la droga sería sellar la frontera mexicana con los EE. UU. para impedir el cruce de estupefacientes, de tal manera que la oferta en el mercado estadunidense bajara, los precios subieran y la violencia le recordara a la Casa Blanca que el problema central del narcotráfico es el consumo, no la producción ni el trasiego.
En términos económicos, la demanda determina la oferta. Nadie puede producir algo que no se pueda vender. El argumento ha sido esgrimido con tibieza por algunos presidentes mexicanos desde la Operación Intercepción de Nixon en septiembre de 1969. Y ya han pasado más de 50 años con el mismo problema: el consumo creciente de droga ha llevado a la configuración de bandas del narcotráfico en México.
El problema original del narcotráfico, por tanto, es de los EE. UU., no de México ni de otras naciones dedicadas a siembra y trasiego de droga en América Latina. Hasta ahora, la Casa Blanca sólo ha buscado soluciones colaterales a la crisis real: el consumo creciente de droga como un tema de libertad individual.
En este sentido, México necesita un replanteamiento central y totalizador del problema: el consumo de droga en la población estadunidense crea las bandas de narcos en todo el mundo. Lo malo ahora es la existencia de drogas químicas sin controles estrictos que provocan número creciente de fallecimientos en los EE. UU.
México no es un narco Estado porque las bandas no forman parte de las estructuras de poder del Estado. Los EE. UU. sí son un narco Estado porque necesitan de la droga como política de Estado para atender las necesidades de sus consumidores. Por ahí debería insistir la diplomacia mexicana ante los acosos atrabancados de Trump pintando a México como un narco Estado.
@carlosramirezh