Habíamos arribado al inolvidable 6 de julio con una campaña vigorosa, nacional,
transportándonos en caballo o en mula por las serranías. Así recorrimos toda la patria,
porque no había dinero, pero teníamos un gran candidato, Cuauhtémoc Cárdenas. Sus
contrincantes: Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra, Manuel Clouthier y desde luego,
Carlos Salinas de Gortari. Cárdenas deslumbraba: zócalos llenos, infinitas entrevistas de
radio y televisión. El pueblo pensaba que “ese arroz ya se había cocido”. El aparato de
gobierno se impuso con una velocidad inusitada y a las seis de la tarde ya se había caído
el sistema del conteo de votos y unas horas después el triunfo de Carlos Salinas era
“contundente e inobjetable”. Se instaló la nueva Cámara de Diputados y el régimen no se
movió un ápice. Empezó una lucha democrática larga, encabezada por los ex candidatos
y Cuauhtémoc nuevamente recorrió el país. Andrés Manuel López Obrador no quiso
participar en esta elección: tenía compromisos con el partido en el gobierno.
Con el paso del tiempo todo cambió: Cárdenas fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal,
con Rosario Robles como su interina, Andrés Manuel presidente del PRD y jefe de
gobierno. Cuauhtémoc volvió a participar como candidato a la presidencia de México,
pero ya no era el momento para ello. Con el correr de los años, Andrés fue un gran
candidato, un gran presidente del país, que ahora vive momentos difíciles por su estilo de
gobernar y por las confrontaciones que se han dado al interior del sistema.
El último año de los presidentes de la República, JoLoPo, Fox, etc. era delicioso:
solamente se nutrían de su propia historia sexenal y únicamente esperaban la fiesta en
Palacio Nacional para entregar la banda al candidato que ellos habían elegido y a un
nuevo presidente que tenía compromisos con el presidente saliente, de tal manera que las
tradiciones sexenales se cumplían al pie de la letra.
Andrés Manuel López Obrador es un rebelde con causa: sólo no ha tenido diferencias
importantes con el priísta Peña Nieto que le entregó la banda presidencial. Las
convulsiones de fin de sexenio, antes extrañas, hoy son consuetudinarias. Hay
enfrentamiento con empresarios, con la UNAM, con los tribunales, con una prensa
irritada… no sabemos a dónde nos conducirá todo esto. También hay debates
controvertidos con países como Estados Unidos, Brasil, España o Perú.
Es el fin de un gobierno que no debiera terminar de esta forma: el presidente debiera
mesurarse porque le hace falta para su propia salud (su condición física ha asustado
muchas veces al pueblo de México, porque nadie quiere una desgracia para la
Presidencia. Nada nos costaría que el presidente transcurra los 200 días que le faltan
para terminar su mandato, de manera “suavecita”.
La oposición se ha vuelto rezongona y cada vez se confronta más directamente. Porque
a quien no tiene el poder, conviene la confrontación, para que el presidente tenga un
estado de ánimo difícil. Por su parte, Xóchitl Gálvez, candidata de PRI, PAN y PRD, no
resultó la Margaret Thatcher mexicana: se equivoca con frecuencia, desde con un chicle
que pega en la silla, hasta con un inglés que dice hablar, pero que es una barrera para
una mujer monolingüe que continuamente se exhibe a sí misma. Es incapaz de improvisar
discursos, no tiene habilidades políticas, y el tripartidismo que la impulsó sólo espera su
funeral el día de la elección, para quedarse con diputaciones, senadurías, gubernaturas y
presidencias municipales. Esa coalición nació como la poesía de un poeta de rancho que
no logró concretar por más esfuerzos que hizo.
El pueblo está irritado y camina por sí solo en esta contienda electoral. Los partidos no
son sus compañeros de rumbo, pero no hay otra manera de poder llegar a las urnas, si no
es a través de estas organizaciones que tanto daño han hecho a nuestra patria.
Estamos a unos meses de un final que ojalá no sea triste ni convulso. Es la esperanza de
todos que México logre transitar de un sexenio a otro, como lo hizo ya muchas veces, y
que nuestro presidente se serene y que vaya buscando un nicho donde descansar y
lograr un acuerdo final para su periodo que, sin dudarlo, siempre será recordado.
Claudia tiene todas las condiciones para el éxito en la contienda: un partido sólido aunque
malformado in su interior. Es una mujer con una formación sólida y con habilidades
políticas para conducir el gobierno. Tuve la oportunidad de convivir con ella largos
periodos en California, cuando ella era alumna de doctorado en Stanford (que no es
patito) y yo era delegado de Cuauhtémoc Cárdenas organizando el PRD en el extranjero.
Nuestra cohabitación política fue excelente.