Somos un país enojado. En redes sociales el intercambio se da, pero con insultos y reclamos. Las campañas que están por iniciar prometen que los candidatos y sus partidos se darán hasta con la cubeta, además de que el presidente en sus mañaneras reclama las críticas recibidas y hasta habla de la simulación del feminismo días antes del 8 de marzo, en tanto quienes no comparten su forma de gobernar se dedicarán a buscar un nuevo apodo para referirse a él. La sensatez abandonó México hace mucho tiempo.
Víscera y razón
Es un hecho que los ciudadanos mexicanos están enojados. La corrupción, la crisis económica, la inseguridad, la pandemia, las agresiones cotidianas que sufren en las calles, la falta de un transporte público de calidad, la burocracia que quita tiempo y un largo etcétera la tiene así y sus expresiones ejemplifican esto, ya sea en redes sociales o en las pláticas cotidianas.
Si bien buena parte de esto es atribuible a las malas decisiones de los gobiernos que hemos tenido, se pierde vista que los partidos políticos –todos– y la clase política que tenemos es parte del problema, aunque un considerable número de electores piensen que con cambiar los colores en la administración pública el asunto se resolverá.
Los partidos están buscando atraer los votos de estos ciudadanos enojados diciendo las palabras que éstos quieren escuchar. No es gratuito que los del partido oficial aseguren, como su líder hace a diario, que todo va bien y que la culpa es del pasado neoliberal, sin reconocer errores cometidos, en tanto que la oposición culpará de todo al presidente y responderá a sus provocaciones, mostrando de paso que no tiene agenda.
Pero votar enojados –al igual que irse a la cama así–, no resuelve el problema y si crea otros.
Al tener un electorado que poco se fija en las propuestas –escasas– que hacen los candidatos y se dejan llevar más por elementos emotivos –un chiste o frase graciosa en algún evento de campaña o debate–, el voto se dará más en función de sus simpatías y necesidades, y buscará a quien coincida con su forma de pensar, pero dejando de lado a quien sea más capaz para resolver los problemas que tenemos como nación.
Son pocos los votantes que revisan las plataformas electorales, comparan las propuestas de los abanderados y analizan lo que se ha propuesto, la mayoría vota por inercia –o como ha sido su costumbre–, por la imagen del candidato –algo en lo que se invierte mucho tiempo y dinero– o por buscar un cambio cuando el actual gobierno no ha satisfecho sus expectativas, en tanto otros lo harán buscando castigar a quien consideran un mal gobernante.
Que haya candidatos que insistan en aparecer al lado del líder de su partido y sea este su único mérito para aspirar al sufragio de la ciudadanía, nos muestra como la razón también dejó de estar presente en este país.
En esta línea, que los aspirantes dirijan sus mensajes pensando en este tipo de características del electorado no tiene nada de malo, el problema viene luego al momento de ofrecer resultados desde el gobierno.
En 2006, tuvimos a un candidato que se prometía ser el presidente del empleo, pero por los resultados que tuvo como titular del ejecutivo federal, parece que fue el presidente del empleo, pero de la fuerza.
En 2012, otro candidato se presentó cómo representante del partido que sabía como hacerlo, pero por lo que se apreció, no se veía que ese saber hacer incluyera una especialidad en meter mano en los recursos públicos.
En 2018, el candidato ganador aprovechó este enojo y llegó a la presidencia, en especial en el tema de la corrupción, aunque durante su administración se han dado a conocer irregularidades, incluso entre familiares suyos.
Estos temas, más que servir de experiencia a la ciudadanía en general para que piense mejor a la hora de decidir su voto, se olvida rápidamente y se vuelve a caer en la esperanza de quien promete lo que se quiere escuchar es el que merece que se cruce la boleta a su favor.
Es por lo anterior que seguiremos escuchando promesas sin sustento, actos que sirven más para reforzar la imagen del aspirante a un cargo o eventos que buscan el lucimiento, dejando las soluciones para más adelante, mucho más adelante.
En tanto el enojo ciudadano sirva como guía para los estrategas y para quienes se dedican a diseñar los mensajes de campaña, algo que sólo atizará la confrontación entre los simpatizantes de los abanderados partidistas e independientes, tendremos campañas en las que brillen los ataques y las declaraciones al estilo de cualquier conferencia mañanera, en las cuales se culpa a los demás de los problemas, pero sin que se aporte una solución.
Y esperen a que llegue la feria de acusaciones y las revelaciones entre los participantes de estos eventos, gracias a videos o audios comprometedores, con las respectivas acusaciones de campañas de desprestigio.
En resumen, el enojo se ha convertido en el motor de la decisión de muchos, la pregunta es a quién beneficiará esto en la presente elección.