El movimiento feminista en México es una realidad vibrante. Por el tipo de demandas que enarbola, por su capacidad de movilización, por lo enérgico de sus consignas, por la sororidad de sus integrantes, por la legitimidad de sus reclamos, por la disrupción que plantea contra el status quo que se niega a escuchar, por la capacidad de visibilizar que existe un pacto tácito que no se quiere romper, por eso e infinidad de cosas más, el movimiento feminista es la oposición más potente con la que cuenta el país.
Muchos gobiernos atrás, pero este en particular no ha podido articular una respuesta, construir un diálogo, arropar la causa, materializar las demandas que ellas plantean, muchas de las cuales son ley pero no se aplican, no se respetan; hoy el gobierno de México prefiere voltear la cara y acusar de infiltración de intereses de derecha en un movimiento que no es de derecha, ni de izquierda, que no es de nadie y es de todas. El movimiento feminista no es de liderazgos, es de colectivas, no camina por los viejos y anquilosados circuitos tradicionales de la política, pero es el que más politización está causando. Un movimiento heterogéneo, complejo, potente, que muestra desesperación porque inunda las calles, reclama, pinta, consigna, destruye, pero no es escuchado, no es respetado. Antes una valla, un muro, un silencio, granaderos encerrando manifestantes, golpeando y amedrentando mujeres, que una mesa de diálogo, que políticas públicas, que aplicación de ley, que justicia, que seguridad para ellas, para todas.
El presidente de la República dijo hace algunos meses que la oposición política estaba moralmente derrotada, sí, lo está, esa que participa en partidos políticos, esa que simula representaciones políticas y postula candidatos, la oposición que vive el pecado original de la corrupción, del tráfico de influencias, del agandalle, esa oposición está moralmente derrotada. Sin embargo, esa oposición no son todas las oposiciones, el movimiento feminista en México hoy es postura política y social ante un sistema desigual, es de esos escasos movimientos independientes que vibran y emerge como una marea, que cuestiona, visibiliza, incomoda, afrenta, y que no puede ser incorporado a los procesamientos políticos de los viejos sistemas decisionales. No se resuelve con una candidatura, con una secretaría, ni con la incorporación de personas a las dirigencias nacionales de los partidos, eso apenas es el principio del todo, el cambio es cultural, transgeneracional, de todo el sistema, y llevará más tiempo del que quisiéramos. El escenario político en México está sumamente enrarecido, la disputa de dos elites políticas, una que no termina de irse y otra que se quiere implantar han generado malestar y polarización, la lucha de intereses es parte del ejercicio del poder, pero en esa contradicción de fuerzas, hay una oportunidad, la disputa está generando un caldo de cultivo para que otras demandas y otros grupos entren al juego político, ahí es donde se puede enquistar este movimiento, las condiciones están, y los avances han sido más que generosos en estos últimos años, sin embargo, el manoseo de los intereses de ambos bandos, por tutelarlo y adueñarse de él para potenciar sus pestilentes agendas de siempre, también están presentes.
Resulta muy fácil para los que no hemos experimentado los punzantes dardos del acoso, de la discriminación, de la violencia tácita, del machismo diario, decir que esperen, que no destruyan, que no quemen, que no hagan, que no se manifiesten; resulta fácil decir, para los que no hemos experimentado hostigamiento durante el día y el tormento durante la noche, sólo por el hecho de ser mujeres, que no reclamen y que no exijan justicia, igualdad y seguridad. Si tuviéramos que estar luchando constantemente contra un status quo, contra un pacto, contra una complicidad subjetiva pero tácita a la vez, entonces entenderíamos porque es difícil esperar, no salir, no gritar, no destruir, no reclamar. Los peores enemigos somos aquellos que sentimos más devoción por el orden, por la belleza de los monumentos, por el patrimonio histórico de las ciudades, que por la justicia y por la igualdad que ellas pregonan.
Gracias a que la valiente Rosa Parks se negó a ceder el asiento a un blanco y moverse a la parte trasera del autobús en Montgomery, Alabama, en 1955, pudo existir un Martin Luther King que, nueve años después se preguntaba, en Selma, “Cuánto tiempo falta aún..”, ya en plena lucha por los derechos civiles, él mismo se contestaba, “no mucho, porque ninguna mentira puede sobrevivir eternamente”. Cuánto tiempo falta aún, para lograr lo que el movimiento feminista busca, también se podría responder, “no mucho”, porque el pacto no puede mantenerse eternamente. Si bien, los derechos aprobados en las leyes tienen que ser llevados a la práctica, ellas nos están demostrando que algunos de esos derechos tienen que ser reconquistados en la realidad, no sin esfuerzo, sin movilizaciones, sin reclamos, sin protestas. La paz social solo debe suceder después de la justicia y el respeto para ellas.
El autor es doctor en ciencia política y profesor en el Centro de Estudios Políticos de la UNAM.