La sociedad de mercado, sociedad en que todos vivimos, halla su justificación no precisamente en la felicidad que produce, sino en la forma de vida que hace posible. La sociedad de mercado, se dice, es también la sociedad civilizada. La palabra civilización se acuñó para designar el aspecto de la vida social moderna, que es a la vez proceso y realización. Siendo esto una trampa en el lenguaje.
La relación entre las sociedades de mercado de Europa Occidental y el resto del mundo se concibió como la relación entre la civilización y la barbarie, el progreso y el estancamiento, el futuro y el pasado, entre la modernidad y la tradición. Desde luego, civilización no es igual a cultura. Por eso los españoles por nuestra cultura pronto olvidaron nuestra supuesta barbarie.
La civilización trae aparejada la idea de racionalidad. Ser racional, en el sentido capitalista dominante del término, es perseguir el poder como fin en sí mismo. El poder es un valor en la modernidad capitalista en el más estricto sentido: es un bien intrínseco que se persigue por sí mismo. El poder no necesita de ningún otro principio de legitimación fuera de sí mismo. Esto es así desgraciadamente.
El destino de nuestra época se caracteriza por la racionalización y la intelectualización y, sobre todo, por desencantamiento del mundo.
La razón instrumental se ocupa de la eficiencia: acepta como dados los fines de la actividad humana y se ocupa de calcular la forma más efectiva de lograr estos mismos fines.
En su forma característicamente capitalista, le interesa producir para producir más, consumir para consumir más y, por encima de todo, le interesa el beneficio por más beneficio.
La racionalidad jurídica no le concierne la eficiencia pero si la consistencia. Esta forma de razón toma forma en la ley y en la burocracia. La razón cognoscitiva se encarna en las modernas instituciones relacionadas con la educación y la investigación científica.
Estar en un mundo desencantado significa que vivimos en un mundo de vacío de sentido intrínseco.
El nihilismo surge cuando los supremos valores se devalúan a sí mismos. Los valores morales dan sentido y orientación a nuestras vidas más allá de lo que consiguen nuestros deseos y objetivos individuales. Deseamos normas para evaluar qué deseos hemos de cultivar y qué metas hemos de perseguir.
En la sociedad en que vivimos el desencanto es la norma, la felicidad es la excepción, digo yo, vayamos hacia la comunidad.