¿No han notado que hay demasiada gente que tiene la razón sobre la situación de nuestro país? Cierto, tenemos un gobierno de corte populista y que apuesta al deterioro institucional para afianzarse en el poder. Desde luego que podemos acabar muy mal. Definitivamente sigue reglas “de manual”, y eso se ha analizado en este espacio.
Sin embargo, el debate contra López Obrador y Morena incurre en varios errores. Primero, supone que el gobierno es irracional, cuando en realidad es altamente previsible, y por ello identificable, si se entiende su apelación a los sentimientos y su discurso moral: hay una racionalidad clara, aunque no corresponda a la visión de lo racional que tienen los críticos. Segundo, que se puede volver a como era el país antes de 2018, si se deja de votar por Morena, o que es posible reconstruir la democracia con la misma élite partidista que nos llevó a esta situación. Sobre todo, la incapacidad para hacer un verdadero ejercicio de autocrítica, más allá de reconocer vagamente que había problemas, incoherencias o inconsistencias.
Si tanto simpatizantes del gobierno como opositores se encierran en sus creencias, se está afianzando al grupo que domine los sentimientos populares. Hoy será Morena, pero mañana el péndulo podría dar un golpe al otro extremo. Perderemos décadas en esa dinámica, en lugar de reconstruir lo fundamental: un discurso de pertenencia común como nación. Es imposible hacer esto sin autocrítica.
En su libro 21 lecciones para el siglo XXI, el historiador Yuval Noah Harari habla de la necesidad que tiene todo sistema de creencias para reconocer su sombra, pues podría causar más daño que bien si se convierte en una colección de principios dogmáticos. Aunque esto se da fundamentalmente en el pensamiento religioso, también hay posturas laicas que pueden caer en esta situación.
¿Qué ofrece Harari? Retomar lo que llama el ideal laico, a través de los siguientes principios. Primero, perseguir la verdad basada en la observación y la evidencia en lugar de la fe. Segundo, ser compasivos al comprender el sufrimiento. Tercero, concebir las relaciones en un plano de igualdad en el sentido de no asumir superioridad en una u otra postura. Cuarto, libertad para pensar e investigar. Quinto, valentía para reconocer los errores propios. Sexto, ser responsables de nuestras decisiones y sus efectos.
¿Cómo podríamos aplicar la idea de Harari a nuestro momento? Para empezar, la falta del reconocimiento de la sombra propia, sea gobiernista u opositora, lleva a considerar la postura propia como verdadera a priori, en detrimento de quienes puedan disentir; o a creer que un líder es quien transmite o revela esos absolutos: así se termina dividiendo la sociedad en dos polos.
La falta de compasión nos impide reconocer las posturas de los otros, o a lo sumo, considerarlas desde la condescendencia: es imposible convencer a otros de una alternativa si no se empatiza. Esto es más relevante, si consideramos que nos encontramos en un entorno altamente emotivo: no podremos superarlo si no entendemos los argumentos y sentimientos, toda vez que muchos son atendibles.
Si no hay posturas correctas o erróneas y desde el gobierno se nos busca dividir por criterios morales, no se puede plantear un cambio si uno de los bandos se asume superior al otro. Todavía más: partir de esa postura de superioridad solo exacerba a la otra parte, en vez de hacerla reflexionar.
Si en los asuntos públicos no hay verdades absolutas, sino intereses, partir de una posición dogmática mata la política, toda vez que impide negociar y encontrar puntos medios. Justamente la gran trampa discursiva del populismo parte de la premisa de enfrentar visiones falsas contra la auténtica, representada por el líder. Lamentablemente refuerzan esa estrategia quienes descalifican a los simpatizantes del gobierno desde la oposición.
Una de las razones por las que la oposición no avanza es porque no ha tenido la valentía para hacer autocrítica. Creer que 2018 fue un accidente, es no reconocer errores. En consecuencia, se afianza cada vez más el discurso moral del gobierno.
Evitar hablar con la verdad, ser compasivos, contemplar a quienes no coinciden con nosotros como iguales, cuestionarse o ser valientes, es evadir nuestra responsabilidad en este caos. Si creemos que otros son responsables o que la solución escapa a nuestras capacidades, nada bueno vendrá.
No reconocer la sombra impedirá rescatar lo que vale la pena de lo construido en décadas, al no tener la capacidad para admitir los errores y omisiones cuando se diseñaron las reglas e instituciones de las últimas décadas. Esto es especialmente importante, pues ninguno de nuestros políticos, estén en el gobierno o la oposición, hablará claro sobre este tema si afecta sus intereses: nadie hará nuestra tarea, como ciudadanos.
En vez de creer que podremos superar a Morena trayendo de vuelta a los políticos que nos fallaron, o imaginar que se equilibran los poderes votando por una oposición que carece de plan, haríamos bien en reconocer el fracaso de la transición democrática, escuchando lo que otros tienen que decirnos. Si somos lo suficientemente valientes en ese ejercicio, podremos construir algo mejor. Fuera de eso, es ingenuidad, buenismo y condescendencia.
@FernandoDworak