A menos de una semana de la consulta popular, el presidente domina la discusión, pues gira en torno a la mitología que ha implantado ante la ciudadanía desde hace décadas: desde la maldición del neoliberalismo, pasando por el Fobaproa, con una escala en el presunto fraude de 2006 y hasta Ayotzinapa y el Pacto por México. Hasta el momento, su triunfo cultural se mantiene.
¿Y la oposición? Tuvo décadas para hablar sobre las ventajas y riesgos de un mal diseño de instrumentos participativos, especialmente cuando López Obrador abusó de éstos durante su mandato en el Distrito Federal. Incluso pudo haber abierto una discusión seria y documentada cuando se amenazaba con la cancelación del NAIM, mientras prefirió jugar al avestruz.
Hoy, cuando se podría haber aprovechado para poner sobre la mesa la justicia transicional, hacer algo de autocrítica o mejor, explicar decisiones difíciles como Fobaproa para asumir responsabilidades por decisiones tomadas y obligar al presidente a que actúe igual, se prefiere descalificar a la consulta por ser una pérdida de tiempo o un fraude.
Quizás tengan los críticos y opositores la razón al señalar la falsedad de este proceso, pero al haber sido aprobada una reforma en materia de consulta popular al gusto del presidente, y una vez que la pregunta fue avalada por la Suprema Corte de Justicia y el ejercicio será conducido por el INE, recurrir a esta actitud iguala a la oposición con los simpatizantes de López Obrado que en 2006 decían que Calderón no era su presidente, aun cuando se había certificado la elección. En breve, la consulta es una consecuencia de la inacción.
Todavía peor, hay opositores que abonan al discurso del presidente, afirmando que solo las personas tontas, o quienes reciben beneficios del gobierno, votarían en este ejercicio. De esa forma, no solo siguen haciendo que la discusión gire en torno al presidente, sino que además motivan a personas que no pensaban votar, tan solo por su actitud reactiva. Pareciera que ellos y los “matraqueros” del gobierno solo se turnan los roles según el lado del poder donde se encuentren coyunturalmente.
Bajo estas consideraciones, poco le importa a López Obrador cuántas personas vayan a participar en la consulta, de tal forma que se cumpla o no el umbral mínimo de participación: como ha venido haciendo a lo largo de su carrera política, usará los resultados para validar su narrativa personal. Si la oposición se queja, reclama y descalifica, mejor para él.
Ahora bien, si el presidente domina la discusión y se espera que administre el tema de los ex presidentes como espada de Damocles el resto del sexenio, ¿qué pasaría si, sea porque ganase el “no” o a pesar del “sí”, decidiese mostrar magnanimidad y declarar que en realidad siempre ha buscado el perdón y la conciliación? Siempre ha hablado de ello mientras deja, como ha sido su estrategia dominante, que el pueblo decida sobre el enjuiciamiento.
Si decidiese apostar por la concordia y la reconciliación, de inmediato desarticularía las declaraciones de nuestros ex presidentes, o los reclamos de la oposición porque pusiese en marcha a la justicia si hubiese algo qué juzgar. Además, sus ejércitos de multiplicadores de inmediato proclamarían en las redes sus dotes de hombre de Estado, y esa impresión sería la que terminaría permeando.
El perdón y la reconciliación le permitiría poner más énfasis en el espectáculo de la sucesión adelantada, convirtiendo en un reality show el resto del sexenio: la huida hacia el futuro sería un excelente distractor para cualquier crisis, y grupos que no simpatizan con los extremos hablarían de las virtudes de las personas pre candidatas.
Sobre todo, una oposición meramente reactiva se concentraría en la siguiente consulta: la revocación del mandato. Si le salen bien las cosas al presidente, pueden acabarle regalando a Morena 2024.
¿Sería improbable que el presidente toma una decisión similar? Quizás, pero siempre hay una posibilidad que así suceda. Por ello siempre es prudente adelantar ese escenario.
@FernandoDworak