Morena: reelección indirecta

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Las posibilidades de que Morena mantenga la estabilidad política en su proceso de sucesión presidencial adelantada radican en el replanteamiento de los tiempos políticos para la designación del candidato. El mensaje actual pareciera centrarse en un relevo continuista, por la inexistencia siquiera de un discurso que plantee primero la definición de un programa de gobierno, aunque sin plantear una ruptura sexenal.

La disputa personal por la candidatura también manda el mensaje equivocado de que será nominado aquel que insista más en la sumisión al presidente saliente de la república y no en alguna personalidad que también represente una propuesta propia de gobierno.

Los primeros indicios sobre las preocupaciones continuistas del presidente López Obrador han centrado la preferencia en la figura de Claudia Sheinbaum Pardo, actual jefa de gobierno capitalino y solo con un cargo de gabinete en la administración de López Obrador en el anterior Distrito Federal.

Al presidente de la república no le conviene dejar el indicio de que el más leal –léase: sumiso– será el candidato y no aquel que conjunte personalidad propia, ideas propias y equipo propio, aunque sin que de manera necesaria se dé una ruptura en el equipo lopezobradorista.

La insistencia en que será candidato/a quien represente mejor la continuidad a ciegas contrastará con el aviso también adelantado del presidente López Obrador de que entregará la banda presidencial a su sucesor y se retirará a vivir al margen de cualquier intervención política, inclusive sin conexiones a las redes sociales cibernéticas.

La sociedad mexicana está observando a las figuras morenitas que se perfilan en la lista de precandidatos presidenciales no solo en función de su lealtad al presidente en turno, sino en relación con aportaciones propias. Mal se ha visto Sheinbaum siguiendo el camino declarativo que marca el presidente de López Obrador, sin que exista hasta ahora una idea particular.

Las reglas sucesorias señalan que la forma de gobierno mexicana es un régimen de funcionamiento monárquico sexenal hereditario, pero con indicios muy claros de que no se está votando por una reelección disfrazada a través de un candidato que debe ser a imagen y semejanza del presidente saliente.

Al final de las historias y sexenales ha quedado claro que el nuevo presidente de la república define su viabilidad política en función de una ruptura institucional o radical con su antecesor.

Y a partir de las crisis sucesorias de los años setenta, la oposición ha encontrado buen espacio electoral en la promoción de figuras que contrasten de manera intensa con el presidente en turno. Y desde 1988 la oposición se ganó ya espacios para ganar elecciones presidenciales, terminando con la maldición de que la continuidad de un partido sería una garantía de estabilidad y proyecto.

La elección presidencial del 2024 será, en términos comparativos, la de mayor competencia que las ocurridas desde 1920.