La experiencia política revela que la polarización en el proceso de selección del candidato presidencial del PRI se convirtió en un factor de inestabilidad decisivo en el grupo gobernante y condujo a decisiones que impidieron la continuidad del proyecto e inclusive a la derrota.
Los presidentes Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo y más tarde Peña Nieto no supieron liderar los acuerdos internos porque se comprometieron demasiado con una continuidad forzada sin consensos ni auscultaciones, incluyendo casos de engaños a los grupos de poder.
Los presidentes de la república han tenido la fuerza suficiente para imponer a sus validos como candidatos, pero no supieron consolidarlos como figuras de consenso con entendimiento interno. La decisión más drástica fue la del presidente De la Madrid porque la imposición de Salinas de Gortari provocó una fractura histórica en el liderazgo político al liquidar el ciclo de los políticos e iniciar el periodo de todos economistas tecnocráticos.
El proceso de sucesión presidencial fue explicado por algunos presidentes como la forma de negociar con todos los grupos de poder la nominación del preferido, a fin de generar acuerdos y arreglos que impidieran los resentimientos que se convertían en votos contra el PRI. Este método fue bautizado como de auscultación o la búsqueda de acuerdos que definieron en la práctica lo que se conoció como la familia priísta, un concepto tergiversado por la oposición como la famiglia, una caracterización copiada de la estructura de poder de la mafia italiana en Estados Unidos.
La polarización sirvió para deslindar a los grupos priístas de los intentos de la oposición para un reparto de poder en el segundo piso. Sin embargo, los problemas dentro de la famiglia priísta estallaron en la sucesión de 1988 con la presión de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano para intentar que el candidato presidencial oficial saliera de una consulta abierta a la base militante. Desde entonces, todas las sucesiones presidenciales con el PRI en el poder o en la oposición fueron deslindando y desfondando al tricolor.
El modelo de polarización del presidente López Obrador le ha dado oportunidad para eludir cualquier tipo de negociación con grupos dentro de su coalición de los espacios para la consolidación de una mayoría sólida ante las demandas diversas de alianzas no siempre consolidadas. La herencia de una fractura en la coalición gobernante le reduce márgenes de fuerza al candidato oficial.
El presidente López Obrador logró en 2018 una votación de 30 millones de sufragios, de los cuales la mitad fue de seguidores leales y la otra mitad de apoyos de coyuntura muy frágiles. La declinación de votos a favor de Morena a partir de las elecciones legislativas y de quince gobernadores en 2021 fue el producto de fracturas internas que impidieron mantener la mayoría absoluta en el espacio estratégico de la Cámara de Diputados federal.
La peor experiencia para el PRI en cuanto a ruptura de los acuerdos en la coalición gobernante ocurrió en 1988 con la pérdida de 25% de votos del candidato Salinas de Gortari respecto a los resultados de 1982. Y las fracturas se extendieron en 2000, 2006 y 2018. Este dato es importante porque el funcionamiento del sistema político priista se ha mantenido en el sexenio de la 4ª-T.
Los primeros efectos de la polarización actual, que no necesariamente se mantendrán en las elecciones presidenciales de 2024, se notan en las disputas entre precandidatos a gobernadores y sobre todo en la articulación hasta ahora coyuntural de la oposición PRI-PAN-PRD y sus alianzas con los sectores empresariales marginados de la política de desarrollo del gobierno federal.
La polarización es una estrategia de tensión de carácter coyuntural, pero podría conducir a una debilidad en la base electoral del candidato oficial.